Hemeroteca Laus DEo09/05/2021 @ 20:00
«Un grupo de mamás pusimos toda nuestra esperanza en la Virgen María aparecida en Garabandal y recuperamos vivos a nuestros hijos»
Documento-carta que envió la Sra. Rosina Urioste de Strauch confirmando el testimonio:
El jueves 12 de octubre de 1972 a las 08:05 horas despegó desde el aeropuerto de Carrasco en Montevideo, Uruguay, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en dirección a Santiago de Chile.
Llevaba cuarenta pasajeros y cinco tripulantes. La mayoría de los viajeros eran integrantes del club de rugby uruguayo Old Christians, jóvenes entre 19 y 26 años, quienes iban a Chile para enfrentarse en un partido con un equipo chileno.
Para conseguir su propósito y que el viaje no les costase tan caro, contrataron un avión de la Fuerza Aérea. Uno de los problemas fue completar las cuarenta plazas que el avión disponía. Cuantos menos asientos quedasen vacíos menos costaría el pasaje por persona. Se corrió la voz de que el viaje podría ser cancelado, pero por fin se llegaron a vender todas las plazas entre familiares, amigos y simpatizantes del equipo.
El avión que llevaría a los Old Christians a Chile era un turboreactor de dos motores gemelos, fabricado en Maryland, Estados Unidos, y comprado por la Fuerza Aérea Uruguaya en 1970. Según las reglas de la aeronáutica, el avión podía ser considerado como nuevo y además contaba con uno de los más modernos equipos de navegación conocidos hasta la fecha.
Al despegar, el piloto, Coronel Julio Ferradas, se dirigió por altavoz a los pasajeros para comunicarles que el viaje duraría aproximadamente cuatro horas. La última media hora sobrevolarían la cordillera de los Andes. Sin embargo, a las 11:30 debieron aterrizar en Mendoza por el mal tiempo. El equipo pasó la noche en esa ciudad y despegó al día siguiente, Viernes 13 de Octubre, rumbo a Santiago de Chile. Debían aterrizar cerca de las tres de la tarde en la capital chilena, pero nunca llegaron.
EL ACCIDENTE:
Las noticias fueron confusas durante todo el día y sólo alrededor de las 23 horas, finalmente en Montevideo se confirmó la noticia: el avión pasó la noche del jueves 12 en Mendoza. Partió el viernes 13 a las 14:18 horas rumbo a Santiago. Pasó sobre Curicó a las 15:24 y desapareció aproximadamente a las 15:34. En una búsqueda inicial, el Servicio Aéreo de Rescate Chileno no los encontró. A los ocho días se dio por finalizada la búsqueda oficial.
A las 15:21 horas del viernes 13 de octubre, el copiloto Dante Lagurara se comunicó con la torre de control del aeropuerto de Santiago para avisar que sobrevolaba el paso Planchón. Minutos más tarde, avisó que divisaba la ciudad de Curicó. Fue en ese instante que el avión ingresó a un manto de nubes blancas y comenzó a sacudirse fuertemente.
Los pasajeros, al mirar por las ventanillas, no veían mas que enormes picos de nieve pasando muy cerca del avión. Muchos comenzaron a rezar, al tiempo que otros sólo esperaban el impacto con una de las montañas. El piloto forzó los motores intentando obtener altura, pero el ala derecha tocó la ladera y el avión se partió en dos.
Todos los que iban en la parte trasera del avión murieron al salir despedidos del fuselaje. Pero, en lugar de desintegrarse, el avión siguió unos segundos más sin alas ni cola, hasta aterrizar, a gran velocidad, sobre su vientre. El impacto causó la muerte de doce pasajeros. El resto salieron de lo que había quedado del avión.
Los sobrevivientes tuvieron que soportar entre otras cosas la propia cordillera, treinta grados bajo cero durante las noches y el hambre. Trataron de resistir con las escasas reservas alimenticias que poseían, esperando ser rescatados, pero su esperanza cayó al enterarse por una radio, que se había abandonado la búsqueda.
Con las bajísimas temperaturas, los aludes, la continua muerte de sus compañeros y la lenta espera del rescate, dos de los rugbiers deciden cruzar las montañas para así llegar a Chile. Casi exhaustos, llegaron al valle justo a tiempo para pedir auxilio.
El 22 de diciembre de 1972, después de haber estado durante 72 días aislados de todo, son rescatados los dieciséis sobrevivientes.
UN GRUPO DE MADRES PIDEN A LA VIRGEN DEL CARMEN DE GARABANDAL QUE SALVE A SUS HIJOS:
FOTO: Los sobrevivientes, treinta años después, reunidos para recordar los sucesos
DICE SARA URIOSTE DE STRAUCH, MADRE DE EDUARDO (SOBREVIVIENTE):
Un grupo de mamás pusimos toda nuestra esperanza en la Virgen María aparecida en Garabandal y recuperamos vivos a nuestros hijos.
Estando yo rezando en mi parroquia, con el corazón lleno de angustia, alguien tocó mi hombro y puso algo en mi banco. Después de un ratito miro para atrás y la Iglesia estaba vacía.
Ese algo era una estampita jamás vista antes de la Virgen María con «ponchito» sobre sus hombros. De vuelta a casa muestro la estampa y mi hermana me dice que la había visto en la tapa de un libro que la había regalado la señora China Herrán de Borgaleny.
Al día siguiente aparece China con el libro y así nos enteramos de su Aparición en Garabandal y de su Mensaje.
En esos días llega de EE.UU., la abuela del chico Roy Harley y, después de vaciar sus valijas, una nieta, jugando con ellas, siente un pequeño ruido y pensando en algún regalo olvidado la abre y encuentra una medalla con la misma imagen.
Preguntada la abuela dice no tener idea de qué es esa medalla; jamás nadie en Nueva York pensó en regalarle una medalla y menos de la Virgen.
No gritamos, ¡Milagro!, pero nos dio que pensar. A los pocos días la señora Ripia Ainás nos llama a un grupo de «madres de la cordillera» para mostrarnos algo que nos iba a interesar. Sin saber nada de lo anterior nos pasa por un proyector fotos de lo ocurrido en Garabandal.
No necesitamos más para entender la llamada de Nuestra queridísima Madre; dirigimos todas nuestras plegarias a Ella para que intercediera ante su Hijo para que nuestros hijos volvieran.
En esos días todo el mundo hablaba de Garabandal, lugar desconocido, y lo mismo de las niñas videntes y del Mensaje. Rezábamos el Rosario, la rogábamos, la implorábamos por nuestros hijos. Teníamos una fe absoluta en que Ella, Madre como nosotras, nos iba a conseguir de su Hijo el Milagro.
La sentíamos tan cerca de nosotros que en un día de terrible angustia en que la búsqueda se daba por terminada, siempre sintiendo que nuestros hijos vivían, pero con una indescriptible congoja pensando en sus sufrimientos, rezábamos el Rosario mi hermana Rosina y yo en medio de lágrimas y una voz muy clara me dijo en mi interior al llegar al misterio de la pérdida de Jesús en el templo:
— Si yo sufrí tanto por tres días que perdí a mi Hijo, cómo no voy a compenetrarme con Uds., que hace tantos días que perdieron a los de Uds. Estén tranquilas, volverán se lo prometo.
Corrían los días y aumentaba el número de personas que le rogaban por nuestros hijos a la Virgen de Garabandal. Con que fe, con que fuerza. Eramos nosotras las que consolábamos a los amigos, a los parientes que venían a acompañarnos, a damos su pésame… ¡72 días!, asegurándoles que nuestros hijos vivían y que la Virgen de Garabandal nos prometió que nos los devolvería sanos y buenos.
Cosa curiosa; de todas las madres que fuimos a buscar a nuestros hijos a Chile, sin saber si vivían, pues sólo se sabían dos nombres, «Parrado y Conesa», todas menos dos, que fueron por un error de una noticia falsa, todas encontramos a nuestros hijos vivos.
La delicadeza de la Virgen que no quiso dar falsas ilusiones…
Tanto es así que dos amigas muy queridas no estaban a la hora de partida en el aeropuerto. Las llamé ansiosamente y las dos me contestaron lo mismo:
— Sarita, no puedo ir, hay «algo» que me dice que no vaya.
En el avión, cruzando ya la terrible cordillera, observo a un sacerdote leyendo un diario en inglés, me acerco para pedirle que rezase por nosotras, que íbamos a buscar a nuestros hijos y le dije:
— Padre, ¿habla español?, ¿Do you speak spanish?.
— Bueno hija, desde que he nacido, me contesta.
Nota la tensión en el ambiente y me pregunta:
— ¿Qué pasa?.
Le conté quienes éramos y que le estábamos pidiendo el Milagro a la Virgen de Garabandal. Estábamos allí arriba, a seis mil metros de altura, con la terrible cordillera, donde estuvieron nuestros hijos, justo debajo del avión.
Este sacerdote, me dijo:
— ¡Pero si yo estuve en Garabandal y presencié el Milagro con estos ojos!
Mi alma cansada, angustiada, abatida, pero aferrada a mi fe y a Nuestra Madre se inundó de paz. ¿Qué otra prueba necesitaba para estar segura de que mi hijo vivía? ¡Gracias, gracias María Madre Mía!
A las pocas horas de este encuentro maravilloso y demasiado grande para ser «coincidencia», estreché entre mis brazos a mi hijo mayor Eduardo, mientras mi hermana Rosina tenia en sus brazos a su hijo Adolfito.
Sara Urioste de Strauch.
Uruguay.
ROSINA V. DE STRAUCH CUENTA LO SIGUIENTE:
El avión salió de Montevideo el día 12 de octubre de 1972 y el 13 sucedió el accidente, día de la última Aparición de la Virgen de Fátima y en el que se cumplió el gran Milagro, «Signo de Dios», lo que hizo pensar que nuestra Madre tomaría bajo su protección a nuestros hijos.
Días después una amiga me trae una estampa de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal y me dice:
— La Virgen quiere hacer milagros para que se propague su mensaje; recibido por unas niñas en Garabandal.
Esto nos impulsó a reunirnos muchas madres para rezar el Rosario diario rogándole a la Virgen por un milagro, que por la humanamente inexplicable salvación, lo llamaría el mundo entero «el milagro de los Andes».
Empezaron la búsqueda del avión el Gobierno y los particulares; comenzaron también las visitas de pésame, que no aceptábamos, diciendo que la Virgen de Garabandal los traería para Navidad, como exactamente sucedió; y todos los diarios, las revistas, las radios y hasta los radioaficionados, que eran muchos y de todos los lados del mundo, hablaban de Garabandal.
Hubo Misas de Réquiem por los chicos y demás pasajeros y tripulantes del avión. Nosotras, junto con algunas madres, nunca dudamos que nuestros hijos estaban vivos, aunque sufríamos una verdadera agonía pensando en sus sufrimientos.
Leímos el libro «El interrogante de Garabandal» de Francisco Sánchez-Ventura y Pascual; nos proyectaron películas de las videntes y hasta preguntamos si después que sucediera el milagro teníamos que comunicarlo al Santo Padre.
Hay un grupo de personas que propagan el mensaje; Teresa Terra es una de ellas y hasta escribió una carta a Conchita, una de las videntes, explicándole todo lo sucedido en Uruguay.
Así sucedió nuestro encuentro con María, en esos setenta y dos días de esperanzas.
Rosina V. de Strauch.
Uruguay.
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