24/12/2024

EL MODERNISMO PROPONE UN NUEVO, CONTRARIO Y DISTINTO EVANGELIO

Nadie en adulterio puede comulgar. Es la doctrina de la Iglesia durante dos mil años.

Jesús Nuestro Señor, El que es, era y ha de venir, ha dicho claramente que:

«Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10,11-12).

«Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5,27-28).

El católico solo debe desear y amar carnalmente a su legítimo cónyuge (con quien contrajo matrimonio religioso ante Dios). Quien se divorcia de él (de su legítimo cónyuge) y contrae matrimonio civil (ese dizque «matrimonio» es nulo ante Dios) comete adulterio y en adulterio no debe comulgar porque comulgaría sacrílegamente en pecado mortal y comería y bebería su propia condenación, como advierte San Pablo a aquellos que no se reconozcan a sí mismos (no reconozcan si hay pecado en su conciencia que les impida comulgar) ni distingan el Cuerpo del Señor de cualquier alimento (1 Corintios 11, 27-32).

No puede haber (como hoy, sacrílegamente, propone el modernismo enquistado en la Iglesia) ningún «discernimiento» sobre la posibilidad de comulgar viviendo en adulterio, porque esa persona desea a su nueva «pareja»  y con ella fornica, y no deja de hacerlo ni antes ni después de comulgar. Quien vive en estado de pecado mortal, solo si confesara (al sacerdote en el sacramento de la Penitencia) sus pecados con verdadero arrepentimiento y con firme propósito de no volver a pecar, puede acercarse a recibir la Eucaristía. El adúltero (el divorciado de su cónyuge legítimo, dizque vuelto a casar) que no tiene el firme propósito de dejar de vivir en amasiato (porque eso es realmente) no debe, en ningún caso, ni confesarse ni comulgar, pues no tiene arrepentimiento ni propósito firme de no pecar más. Acudir a ambos sacramentos sin esas disposiciones es sacrílego. A nadie está permitido comulgar si está en pecado mortal, sea éste cual fuere.

No olvidemos la enseñanza bíblica de San Pablo: quien así comulga «come y bebe su propia condenación» (1 Corintios 11, 27-32).

San Juan fue decapitado y recibió el martirio por defender la indisolubilidad del matrimonio ante el adulterio de Herodes, lo mismo ocurrió a Santo Tomás Moro que rechazó el del rey inglés Enrique VIII. Ninguno de los dos les propuso a los adúlteros realizar algún «discernimiento» (como hoy propone el modernismo enquistado en la Iglesia).

«Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.» (Gal 1,8).

«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». (Mt. 24, 35).

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