EL MAESTRO DE LA ORACIÓN
Oh, almas sedientas de Dios, fijaos en el misterio que contemplamos en la cueva de Belén. ¿Qué es lo que vemos? Un Niño, pequeño, indefenso, reclinado en un pesebre. Este Niño es Dios mismo, el Verbo eterno, que no desdeña la debilidad de nuestra carne, sino que la asume para salvarnos. ¿Qué otra cosa podía moverlo a esto sino un amor inefable, un deseo ardiente de cercanía con nosotros? Este es el misterio de la Encarnación: el Dios todopoderoso que se abaja hasta lo más humilde para atraernos a su corazón.
Contempladlo. En su misma pequeñez, el Niño Jesús nos da lecciones profundas. Santa Teresa de Jesús, en su sabiduría celestial, nos invita a aprender de Él: “Quien no halle maestro para enseñarle a orar, tome este Señor tan humano, y verá cuánto aprovecha.” ¿Quién más humano que este Niño? ¿Quién más cercano? Si os falta claridad en vuestra oración, si vuestro espíritu se siente perdido, volved los ojos al pesebre. Mirad sus manitas extendidas, como si ya nos llamaran a descansar en su amor.
Este Niño, aunque no pronuncia palabra, nos enseña con su sola presencia. Su silencio nos habla más alto que cualquier sermón: la oración no consiste en multiplicar palabras, sino en estar en su presencia con corazón abierto. Él es el maestro perfecto, que en la sencillez de su cuna nos muestra el camino a la comunión con Dios.
EL CAMINO DE LA INFANCIA ESPIRITUAL
¿Por qué eligió Dios venir como un niño? Santa Teresita del Niño Jesús responde con luminosa claridad: “Jesús quiso venir como un niño para que nadie temiera acercarse a Él.” Aquí está la razón de su pequeñez: no desea que le temamos, sino que confiemos plenamente en Él. Así como un niño extiende los brazos a su padre, así nos llama a que extendamos el corazón hacia Él.
La Navidad nos invita, como bien comprendió Teresita, a vivir la infancia espiritual. ¿Qué significa esto? Es dejar a un lado la autosuficiencia, reconocer nuestra dependencia de Dios, y abandonarnos en sus brazos como un niño que confía plenamente en el amor de su padre. La grandeza de este camino radica en que, al hacernos pequeños, Dios nos toma y nos eleva hasta Él.
EL AMOR QUE SE HACE PEQUEÑO
Pensad en esto: el mismo Dios que sostiene el universo en su mano se hizo un niño frágil y dependiente. ¡Qué abismo de amor! Él, que no necesitaba nada, quiso necesitarlo todo, para que nosotros aprendiéramos a no temerle. En su pobreza nos ofrece su riqueza; en su pequeñez nos muestra su grandeza. Así, con su sola presencia en el pesebre, nos enseña que no hay nada que temer cuando nos acercamos a Él.
¿Quién podrá contemplar este misterio sin sentirse conmovido? Dios no vino como un rey poderoso que impone, sino como un niño que suplica amor. Este Niño nos llama no con palabras, sino con su misma pequeñez, y nos dice: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Su misma presencia es descanso para el alma, bálsamo para el corazón.
VENID AL PESEBRE
Acercaos, pues, al pesebre. Mirad al Niño Jesús y dejad que os hable en el silencio de su humildad. Ofrecedle vuestro amor, aunque sea pequeño, porque este Niño no desprecia nada; Él vino precisamente a buscar lo que es pequeño y humilde. Si alguna vez os sentís indignos de acercaros, recordad que este Niño vino no por los justos, sino por los pecadores. Su amor no conoce límites ni condiciones.
Oh, pueblos enteros, escuchad esta llamada: Ved al Niño, ved al Amor hecho carne. Este es el Dios que se abaja para elevarnos, que se hace pequeño para conquistarnos. Contemplad sus ojos, tan llenos de ternura; su sonrisa, tan llena de paz. No es un Dios lejano, sino el Dios que toma nuestra miseria para colmarnos de su riqueza. Su misma pequeñez es un grito que resuena en el alma: “Venid, no temáis; yo soy vuestro descanso, vuestra esperanza, vuestra salvación.”
¿Qué excusa queda para no amarle? ¿Qué obstáculo puede interponerse entre este Niño y vuestro corazón? Al contemplar este pesebre, los cielos se abren y una voz parece susurrar a cada alma: “Amadle, porque Él ya os ha amado primero. Seguidle, porque Él ha venido a buscaros.” Dejad que este Niño encienda en vosotros un fuego que nunca se apague, un amor que nada pueda detener.
Pueblos, almas, corazones: arrodillaos ante este Dios hecho Niño, porque en su debilidad está vuestra fortaleza, en su pobreza está vuestra gloria, y en su ternura se encuentra la plenitud de todo vuestro anhelo. Venid a Belén, porque allí comienza la eternidad. Allí, en la humildad de un pesebre, está el Rey que reinará no desde un trono, sino desde vuestro corazón. Amadle, y seréis suyos para siempre.
OMO
BIBLIOGRAFÍA
• Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. 22.
• Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, 4v-5v.
• La Sagrada Biblia, Mt 11,28; 2 Cor 8,9.
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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