20/12/2024

El Observatorio de lo Invisible: tiene sus riesgos, y sus recompensas; un jardín romántico a cuidar

El escultor Javier Viver, conocido por su virgen de Hakuna y la de Iesu Comunio, es un impulsor del Observatorio de lo Invisible, una apuesta «arriesgada», admite, pero ya con la experiencia que da celebrar su cuarta edición. Más de 150 personas, entre profesores, artistas y alumnos (algunos becados), han pasado 6 días juntos en las instalaciones del antiguo Monasterio de la Santa Espina (provincia de Valladolid), en esta propuesta de la Fundación Vía del Arte, fruto de la generosidad de varios mecenas y artistas.

Son seis días intensos y agotadores. Hay talleres de distintas artes, talleres conjuntos, misas, oraciones polifónicas, conversaciones apasionadas de apasionados por el arte. Muchos jóvenes descubren la belleza, aprenden a mirar, a desear más, y disfrutan compartiendo esos nuevos hallazgos con otras personas parecidas en eso, y muy distintas en casi todo lo demás.

Aquí se duerme poco y se habla a corazón abierto

Por las noches, tras la cena, se exponen algunos frutos, canciones, poemas, a menudo hay baile. Aquí se duerme muy poco. La última noche hay baile y DJ hasta las 3 de la mañana. Los hay incansables, con ganas de hablar y hablar (¡hay tanto que contar!) que se quedan hasta las 5. Algunos son curas: hablan con chicos que nunca o casi nunca han hablado con sacerdotes.

Los participantes más mayores, y también los más veteranos en la fe, muestran una paciencia ejemplar con esos jóvenes ávidos… no siempre tienen claro de qué están ávidos, pero intuyen que «hay mucho más» de lo que se ve a primera vista.

Aquí conviven músicos y pintores y fotógrafos. Conviven artistas veteranos y novatos. Convive el que sabe mucho, y por eso es humilde, y el que justo ahora empieza y, pretencioso, trata de reinventar la rueda. Y convive el católico maduro y ortodoxo, con el católico heterodoxo que dice que cree a su manera, con el agnóstico creativo, con ese otro que le da al reiki y la new age…

Los católicos ortodoxos no tienen prisas: saben que seis días sólo dan para lo que dan, y les basta con generar lazos y amistades y esperar que la belleza hable de Dios.

Ignacio Yepes, músico más que reconocido, pone a su coro de voluntarios arrejuntados a estudiar varios días y practicar los complejos motetes de Bruckner, una revisitación romántica (es decir, exaltada) de los motetes. En el concierto de la última noche, cantan el himno de Filipenses: «Cristo se hizo esclavo, y Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-Nombre». Un crescendo ensordecedor resuena en la iglesia impresionante de Santa Espina.

Concretar: el nombre bello, a veces molesto, de Jesús

Sí, es un crescendo con texto bíblico… pero en realidad no resuena el dulce, y molesto, nombre de Jesús.

Un punto complicado es pasar de la intuición vaga de esa Belleza a Jesús, tan concreto, y a veces tan incómodo. O al Dios de Israel, que es un Dios ético, que pide atender al huérfano y la viuda, y recibir alabanza. A algunos les molesta lo de la viuda; a otros, lo de la alabanza.

Las personas son distintas y los caminos hacia Dios también, pero en nuestra época de evangelización con kerigma directo (Jesús es Señor, ha resucitado, ¡líbrate del pecado y resucita con Él!), en época de Chosen, con su Jesús muy cercano, todas estas abstracciones artísticas ¿no corren peligro de ser una distracción más que un acercamiento a Cristo?

A la persona de sensibilidad artística le puedes decir que la mariposa apunta hacia Dios, pero algunos se quedan distraídos con la mariposa, y si sienten que Jesús es demasiado concreto o «exclusivo», es decir, molesto, irá de mariposa en mariposa y de flor en flor. Esto antes se justificaba en personas de 16 años, ahora en personas de 46.

Momentos de oración en la sala capitular de la Santa Espina durante el Observatorio de lo Invisible.

Personas que no saben ni lo que reza su abuela, ni los retiros o grupos que ofrecen la parroquia de al lado, intoxicados de esa «avidez por la belleza», parecen dispuestas a explorar tradiciones lejanísimas, el budismo, el Islam, la teosofía o cualquier cosa que les parezca original.

Piensan y dicen que casi todo es lo mismo. Si les dices que un sacrificio humano está muy mal aunque se acompañe de buena música y de bonitos bajorrelieves, te lo admiten pero se molestan. Volvamos a Santa Teresa: «la paciencia todo lo alcanza».

Pero es un riesgo, el riesgo que ya avisaba San Agustín de su época maniquea y anterior: quedarse en las criaturas y su hermosura sin llegar a la belleza siempre antigua y siempre nueva que es Dios mismo.

Los cristianos serios en el Observatorio asumen ese riesgo, porque la alternativa para muchos jóvenes es peor: ir por el mundo como zombis consumistas de pantallas o productos, o hacerse cínicos resentidos. Mientras su deseo de belleza les diga «necesitas más», hay posibilidad de que entiendan que sólo Dios basta, que nada más les llenará el alma, que todo lo demás acaba cansando. Mejor que busquen amigos, y quizá modelos, entre artistas cristianos maduros, que entre cínicos vanidosos y mundanos.

Poesía y contemplación

Hablamos con Beatriz Gallástegui, una joven de Santiago de Compostela, que vive en Madrid desde hace años. Es repetidora, es su segundo año. Trabaja en la industria farmacéutica, se forma en círculos del Opus Dei, espiritualmente se alimenta mucho en Schoenstatt y le gusta la poesía.

«Con 12 años, encontré un libro de las mil mejores poesías castellanas y empecé a leer a Bécquer. En la Iglesia me enseñaban a buscar sentidos simbólicos en las lecturas y eso me gustaba y atraía. Estudié un curso de Literatura Universal con 16 o 17 años, me encantaba. Hace unos 5 años descubrí los poetas contemporáneos, que parten de lo cotidiano para llegar a lo increíble. Me gustan Jesús Cotta, Jesús Montiel, Eloy Sánchez Rosillo, Miguel D’Ors, Marcela Duque -que ahora me apasiona-, Amalia Bautista, Jaime García Máiquez. Muestran una belleza difícil de encajonar y lo ponen en verso», nos explica.

«Los Salmos, las parábolas, el simbolismo, el Hágase… todo eso me lleva a la contemplación. Cosas buenas, como decir gracias, o te quiero, ¡esas palabras se quedan cortas, necesitas más! Dios no solo dice ‘te quiero’ sino que lo dice de mil maneras, a través de la Palabra y eso me lleva a la contemplación», explica Beatriz.

«En la adolescencia, ya lo de ‘Vanidad de Vanidades’ me hacía pensar. En los últimos 8 años, tras acabar la carrera, el Cantar de los Cantares me parece una maravilla. Y el concepto de la fuente, de buscar, esa cierva que busca», comenta. Ese tema de la sed se trata mucho en Iesu Communio y por eso disfrutó yendo de retiro con ellas.

Es católica y es apasionada de la poesía. ¿Con quién hablar de eso? Admite que incluso en Madrid solo puede hablarlo con un par de amigos.

Pero acude a las sesiones de ‘La belleza de Cristo’, una especie de continuación del Observatorio a lo largo del año, con encuentros breves, coloquios y amistades. Con una amiga intercambia poemas y textos de la Liturgia de las Horas.

Profesor heterodoxo y alegría genuina

Beatriz, que sería de las asistentes ortodoxas, este año se apuntó al taller de performance, dirigido por Ernesto Artillo, un artista de fe más que heterodoxa, que con una docena de voluntarias organizó una escena evocadora del jardín del Cantar de los Cantares en su pequeña habitación (ducha incluida), con chicas lánguidas en kimonos y mantillas, y los versos del Cantar resonando.

«Me lancé con miedo, y fui superando mis miedos», dice Beatriz. «La belleza engloba muchas cosas, no te quedes solo en tu disciplina, contempla los actos de servicio, los llantos, lo que hace otra persona. Supongo que me ha inspirado, me saldrán poemas. Hacemos ejercicios corporales, buscamos reunir lo corporal con la palabra, o sea, unir la persona».

Una persona que nunca iba a misa le dijo a Beatriz: «Aquí he querido ir a misa, y me di cuenta de que ¡es una danza! La procesión, el beso al altar, el incienso, la entrada, la despedida», le dijo. Beatriz, de misa diaria, nunca lo había pensado: ahora lo ve de otra manera y aprende, dice, de esas miradas nuevas.

«Sí, aquí viene gente que está en búsqueda, que busca en el reiki, o mezclas curiosas: un DJ que es pianista, un cura del Opus Dei que hace trucos de magia…», explica Beatriz. «Aquí ha de venir quien sienta inquietud, quien se haga preguntas, quien crea que ya tiene todo lo que necesita, que no venga. Y quien venga ha de estar dispuesto a sufrir un poco de sana incomodidad, a perder algo de control. Los horarios son orientativos, lo mismo nos estamos 10 minutos cantando ¡Iubilate aleluya! para bendecir la mesa».

El punto fuerte del encuentro, dice Beatriz, como repetidora encantada, es que «los profesores aquí tienen todos una alegría genuina, que se ve, y eso le quita dramatismo a muchas cosas, eso ya es un punto de encuentro. Hay mucho respeto y admiración por lo que hace el otro», explica. Todo eso es la antesala a poder hablar de Dios y de la fe con respeto y atención. Aunque sea a las 3 de la mañana.

Beatriz propone vivir «una vida muy bella, que cautive, y eso hará que otros deseen algo así. A veces es tu vida cotidiana, hacer arte, obras de caridad, incluso tratar gente con amabilidad… las personas notan esa alegría genuina».

Un cristiano con ansias de evangelizar puede llegar al domingo, a la misa final, con la sensación de que muchos de estos chicos (no Beatriz, los otros, los de la New Age) aún están muy lejos de Dios. Pero en esa misa resuena el Salmo que busca tranquilizar: «Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente».

Belleza, sí, pero también la debilidad de la predicación

En la misa de clausura el domingo predicó el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello. Ante un público intoxicado de belleza, música sublime, imágenes de cine y fotografía, la solidez de la escultura, Argüello dijo: «el acceso a lo invisible entra por el oído, por la debilidad de la predicación, la Palabra anunciada y testimoniada«.

Así, lo primero es ser humildes, o al menos curiosos, y escuchar. (Después, como ya publicó ReL, comentó las escenas groseras de los Juegos Olímpicos y las contrastó con el poder de la Eucaristía, que parece ser sólo un poco de pan, pero es Dios que transforma el mundo).

Hacen falta curas poetas

Hablamos también con Juan Ignacio López, sacerdote joven, poeta, y recién nombrado delegado de Hermandades y Cofradías en Toledo. «Es un tema que me encanta, es de las pocas cosas en la Iglesia que aún generan arte», nos explica. «El reto es descubrir un lenguaje renovado, no solo imitar formulas del pasado que pueden convertirse en autoparodias».

Le gustan los poetas del Siglo de Oro, además de Lorca y Rafael de León. De la poesía moderna, disfruta con Jesús Cotta y Jaime García Máiquez. En estas jornadas ve que vienen «artistas que buscan inspiración y el sentido de la vida, y personas religiosas que exploran el mundo artístico». Cree que hacen falta curas poetas, «porque la poesía ayuda a mirar la realidad de otra forma».

¿Y todos estos jóvenes un poco despistados respecto a la fe? «Los veo muy abiertos a captar la belleza trascendente, se sienten libres y con esa libertad buscan esa belleza. Claro, todos, artistas y no artistas, corren el riesgo del individualismo y de hacer un collage propio. Pero aquí hay contactos personales, eso es muy fuerte, más que las redes sociales», apunta.

Poder hablar de cosas profundas

Otro sacerdote con el que hablamos es José Fernández del Opus Dei. Dice que está «explorando una pedagogía de la fe a través de la belleza». «Tengo mi propio método, pero estoy abierto a escuchar otras formas».

Ha disfrutado en el taller de música con Ignacio Yepes. «En este encuentro es muy fácil hablar con todo el mundo de cosas genuinas, personales. He tenido muchísimas conversaciones profundas. La gente se abría conmigo, no sólo por ser cura; yo también me abrí a compartir con muchos. Cada mañana en la misa cantábamos los salmos, y en la oración polifónica de las tardes ha habido sentido de comunidad y celebración y se ha reflejado en el canto, y en la lectura del evangelio. Es asombroso que en 6 días, con 5 horas de taller al día, se pueda hacer tanto».

También hablamos con Miguel Álvarez Fernández, responsable del programa Ars Sonora en Radio Clásica, que ha sido profesor del Taller de Arte Sonoro. Ha sido su primera edición y cree que la fuerza de este encuentro está en su «clima de libertad absoluto». Eso sirve para «emanciparse de cargas culturales», con «una atmósfera multidisciplinar, que se hace enseguida interdisciplinar, a veces incluso adisciplinar».

«Llega el momento que ya no importa el ‘y tú de quién eres’, de qué disciplina. Y aquí se comparten conversaciones de arte y vida, con gente heterogénea pero con cariño por el arte y también por la espiritualidad, que son dos cosas que nunca vas a acabar de entender«.

Los jóvenes, ve Miguel Álvarez Fernández, están «muy motivados, con ganas de compartir y aprender». Por desgracia, en los medios y en las redes, dice, lo que se muestra es a los frívolos o hedonistas. Pero los que han venido al Observatorio de lo Invisible son «artistas, gente que busca, que investiga, que dedica tiempo y recursos a aprender, y transmiten esperanza y optimismo».

Es un jardín un poco caótico y con muchas flores, pero no deja de ser un jardín; requerirá ser regado, cuidado, podado y acompañado. El Observatorio no será nunca un jardín clásico, sino más bien romántico, con retazos raros que lo mismo incorporan lo posmoderno que lo bizantino. Pero Dios puso al hombre en la tierra para eso, para cuidar el Jardín. Los riesgos valen la pena y el Observatorio debería seguir creciendo.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»