Queridos lectores, en este artículo deseo referirme al Santo Nombre de Dios, por cuanto tiene todo que ver con el amor, la adoración y el respeto que debemos tributar a Dios. Hace unos días, escribía yo, en dos artículos, acerca del inmenso amor que Dios nos tiene. Pues bien, es nuestro deber corresponder, con todo nuestro ser y todas nuestras fuerzas, al amor de Dios y es un gran gozo hacerlo, además. Y podemos hacerlo, por medio del Espíritu Santo que habita en toda alma que se encuentra en Gracia de Dios. Así pues, una de las formas más importantes de amar a Dios consiste en emplear Su Santo Nombre, siempre, con sentimientos de adoración, de amor y de profundo respeto. Porque el Nombre de Dios no es, ni mucho menos cualquier cosa, ni se debe emplear como si lo fuera.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que el don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad (nº 2143). Añadiendo, además, lo siguiente:
El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente (nº 203)
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