Según nos enseñan el Martirologio Romano y la lección de los maitines, la Iglesia de occidente celebra en este día la veneración a las reliquias de la cruz de Cristo en Jerusalén en 614, después de que el emperador Heraclio las recuperó de manos de los persas que se las habían llevado quince años antes.
De acuerdo con la historia, al recuperar el madero precioso, el emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo, a través de la ciudad, con toda la pompa posible. Pero, tan pronto como el emperador, con el madero al hombro, trató de entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó como paralizado incapaz de dar un paso. El patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo, con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargado con la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces, el emperador se despojó de su manto de púrpura, se quitó la corona y, con simples vestiduras, descalzo, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo, hasta dejar la cruz en el sitio donde antes se veneraba la verdadera.
Los fragmentos de ésta se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas y, cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre todos veneraron las reliquias con mucho fervor. Los escritores más antiguos siempre se refieren a esta porción de la cruz en plural y la llaman «trozos de madera de la verdadera cruz». Por aquel entonces, la ceremonia revistió gran solemnidad: se hicieron acciones de gracias y las reliquias se sacaron para que los fieles pudiesen besarlas y, se afirma, que en aquella ocasión, muchos enfermos quedaron sanos.
Fue Santo Toribio de Astorga, custodio las reliquias de Jesucristo en Jerusalén, quien contando con el permiso del Papa de su época, trasladó un trozo de la Cruz hasta Astorga, ciudad de la que fue Obispo. Dicha reliquia fue traslada a Liébana por cristianos que querían ponerla salvo de los musulmanes que se encontraban ya en puertas del norte de la península en el avance de su invasión. Y fue el revulsivo definitivo para que el Monasterio de Santo Toribio y Liébana se convirtieran en importante lugar de Peregrinación.
Según el P. Sandoval, cronista de la orden benedictina, «esta reliquia corresponde al brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reina Elena, madre del emperador Constantino, dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones en el siglo IV».
En la actualidad el leño está serrado y puesto en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo. Sin embargo, esto no siempre fue así.
En la Edad Media era común regalar un trozo de reliquia en pago de ciertos favores. Así, poco a poco, el brazo izquierdo de la cruz iba acortándose con el tiempo. Es por ello, que en un momento determinado, viendo los benedictinos que se quedarían sin reliquia, la serraron, la pusieron en forma de cruz (incrustada en un relicario en forma de cruz de plata dorada, con cabos flordelisados, de tradición gótica, realizada en un taller vallisoletano en 1679) y la colocaron en un lugar cerrado y sellado para que nadie pudiera acceder a ella.
Las medidas del leño santo son de 635 mm, el palo vertical y 393 mm, el travesaño, con un grosor de 38 mm y es la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, por delante de las que se custodian en otras basílicas y monasterios en todo el mundo.
Actualmente el Lignum Crucis se venera en su capilla, dentro de la iglesia del monasterio.
El monasterio de Santo Toribio de Liébana, junto con Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela, Urda, Caravaca de la Cruz y Ávila, tienen derecho a celebrar el «año santo», en su caso desde que en 1512 se lo concediese el papa Julio II mediante bula y este se celebra cada año que coincida la festividad de Santo Toribio con domingo.
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