26/11/2024

El verdadero consenso del Sínodo: los 8 párrafos del Documento Final que no tuvieron votos en contra

Este domingo terminó la segunda parte del Sínodo de la Sinodalidad con la sorpresa de que el Papa no haría una Exhortación Apostólica recogiendo y reencauzando las ideas del documento final. «Lo que hemos aprobado en el documento es suficiente», dijo Francisco.

Por lo que el texto que resume este primer sínodo con participación de laicos se ha llamado Documento Final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (2-27 de octubre 2024) «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión».  Se puede leer aquí en italiano.

El borrador de este documento, asegura la secretaría del Sínodo, tuvo 1.135 enmiendas (950 colectivas y 185 individuales). En total tiene 155 puntos o párrafos y 16 de esos puntos tienen más de 25 votos en contra. El punto 60 tiene casi cien votos en contra, hay otros 4 párrafos con unos 40 votos en contra. Había 355 miembros con derecho a voto. Puedes ver en este enlace las votaciones de cada punto.

Sin embargo, también hay puntos donde el acuerdo entre los participantes es total, sin ningún voto en contra. De hecho estos epígrafes tocan temas como el Espíritu Santo, la relevancia del bautismo, la escucha, la evangelización o la piedad popular. El portal ACI Prensa ha traducido los ocho puntos de consenso

Párrafo 1

«Cada nuevo paso en la vida de la Iglesia es un regreso a la fuente, una experiencia renovada del encuentro con el Resucitado que los discípulos vivieron en el Cenáculo la noche de Pascua. Como ellos, nosotros también, participando en esta Asamblea sinodal, nos hemos sentido envueltos por Su misericordia y tocados por Su belleza. Viviendo la conversación en el Espíritu, escuchándonos mutuamente, hemos percibido Su presencia entre nosotros: la presencia de Aquel que, al donar el Espíritu Santo, continúa suscitando en Su Pueblo una unidad que es armonía en las diferencias”.

Párrafo 15

«Del Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo surge la identidad del Pueblo de Dios. Esta se realiza como una llamada a la santidad y un envío en misión para invitar a todos los pueblos a acoger el don de la salvación (cf. Mt 28,18-19). Es, por tanto, del Bautismo, en el cual Cristo nos reviste de Sí (cf. Gal 3,27) y nos hace renacer del Espíritu (cf. Jn 3,5-6) como hijos de Dios, de donde nace la Iglesia sinodal y misionera. Toda la vida cristiana tiene su fuente y su horizonte en el misterio de la Trinidad, que suscita en nosotros el dinamismo de la fe, la esperanza y la caridad».

En esta segunda parte del Sínodo había 355 miembros con derecho a voto.

Párrafo 34

«‘La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, más madura también su propia identidad personal. No es aislándose como el hombre se valora a sí mismo, sino poniéndose en relación con los demás y con Dios. La importancia de tales relaciones se vuelve entonces fundamental’ (CV 53). Una Iglesia sinodal se caracteriza como un espacio en el cual las relaciones pueden florecer, gracias al amor mutuo que constituye el mandamiento nuevo que Jesús dejó a Sus discípulos (cf. Jn 13,34-35). En medio de culturas y sociedades cada vez más individualistas, la Iglesia, ‘pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ (LG 4), puede dar testimonio de la fuerza de las relaciones fundadas en la Trinidad. Las diferencias de vocación, edad, sexo, profesión, condición y pertenencia social, presentes en cada comunidad cristiana, ofrecen a cada uno ese encuentro con la alteridad indispensable para la maduración personal».

Párrafo 51

«Debemos mirar a los Evangelios para trazar el mapa de la conversión que se nos exige, aprendiendo a hacer nuestros los actitudes de Jesús. Los Evangelios nos lo ‘presentan constantemente escuchando a las personas que se le acercan por los caminos de la Tierra Santa’ (DTC 11). Ya se tratara de hombres o mujeres, de judíos o paganos, de doctores de la ley o de publicanos, de justos o de pecadores, de mendigos, de ciegos, de leprosos o enfermos, Jesús no despidió a nadie sin detenerse a escuchar y sin entrar en diálogo. Reveló el rostro del Padre al acercarse a cada uno allí donde se encuentra su historia y su libertad. Del escuchar las necesidades y la fe de las personas que encontraba brotaban palabras y gestos que renovaban su vida, abriendo el camino a relaciones sanadas. Jesús es el Mesías que ‘hace oír a los sordos y hablar a los mudos’ (Mc 7,37). A nosotros, Sus discípulos, nos pide comportarnos de la misma manera y nos otorga, con la gracia del Espíritu Santo, la capacidad de hacerlo, moldeando nuestro corazón al Suyo: solo ‘el corazón hace posible cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construye con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo’ (DN 17). Cuando nos ponemos a escuchar a los hermanos y hermanas, participamos en la actitud con la que Dios, en Jesucristo, se acerca a cada uno».

Párrafo 58

«Cada bautizado responde a las necesidades de la misión en los contextos en los que vive y opera, a partir de sus propias inclinaciones y capacidades, manifestando así la libertad del Espíritu al otorgar sus dones. Es gracias a este dinamismo en el Espíritu que el Pueblo de Dios, al ponerse en escucha de la realidad en la que vive, puede descubrir nuevos ámbitos de compromiso y nuevas formas de cumplir su misión. Los cristianos que, de diversas maneras —en la familia y en otros estados de vida, en el lugar de trabajo y en las profesiones, en el compromiso cívico o político, social o ecológico, en la elaboración de una cultura inspirada en el Evangelio, así como en la evangelización de la cultura del entorno digital— recorren las vías del mundo y en sus ambientes de vida anuncian el Evangelio, son sostenidos por los dones del Espíritu».

Párrafo 140

«La noche de Pascua, Cristo entrega a los discípulos el don mesiánico de Su paz y los hace partícipes de Su misión. Su paz es plenitud del ser, armonía con Dios, con los hermanos y las hermanas, y con la creación; la misión es anunciar el Reino de Dios, ofreciendo a cada persona, sin excepción, la misericordia y el amor del Padre. El gesto delicado que acompaña las palabras del Resucitado evoca lo que Dios hizo en el principio. Ahora, en el Cenáculo, con el soplo del Espíritu comienza la nueva creación: nace un pueblo de discípulos misioneros«.

El Papa al hacer su anuncio clausurando el Sínodo de la Sinodalidad.

Párrafo 144

«La Iglesia ya cuenta con muchos lugares y recursos para la formación de discípulos misioneros: las familias, las pequeñas comunidades, las parroquias, las agrupaciones eclesiales, los seminarios, las comunidades religiosas, las instituciones académicas, así como los lugares de servicio y trabajo con la marginalidad, las experiencias misioneras y de voluntariado. En todos estos ámbitos, la comunidad expresa su capacidad de educar en el discipulado y de acompañar en el testimonio, en un encuentro que a menudo hace interactuar a personas de diferentes generaciones. También la piedad popular es un tesoro precioso de la Iglesia, que instruye a todo el Pueblo de Dios en camino. En la Iglesia, nadie es puramente destinatario de la formación: todos son sujetos activos y tienen algo que ofrecer a los demás».

Párrafo 152

«El relato de la pesca milagrosa termina con un banquete. El Resucitado ha pedido a los discípulos que obedezcan a Su palabra, que echen las redes y las saquen a la orilla; sin embargo, es Él quien prepara la mesa e invita a comer. Hay panes y peces para todos, como cuando los multiplicó para la multitud hambrienta. Hay, sobre todo, asombro y encanto en Su presencia, tan clara y resplandeciente que no requiere preguntas. Al comer con los Suyos, después de que lo habían abandonado y renegado, el Resucitado abre de nuevo el espacio de la comunión e imprime para siempre en los discípulos la marca de una misericordia que abre al futuro. Por eso, los testigos de la Pascua se identificarán así: ‘nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de los muertos’ (Hch 10,41)».

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»