Pareciera que en los últimos tiempos, al menos en Occidente, una polarización «mala» se estuviera adueñando de todos los ámbitos. O conmigo o contra mí. No solo debemos ser respetuosos con las ideas de los contrarios sino que estamos obligados a comulgar con ruedas de molino so pena de ser tachados de «loquesea-fobos».
Elio Gallego es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad CEU San Pablo y director del Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS). En una reciente entrevista de Javier Lozano para Misión, la publicación de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España, se analiza las causas de esta situación y el papel que los cristianos están llamados a desempeñar en este momento histórico.
Apostar siempre por la verdad
«La polarización no es mala per se. Hay una polarización que supone discordia y enfrentamiento, y no cabe duda de que es mala. Pero hay otra buena, porque significa que una parte de la sociedad es capaz de plantarse y no convivir con una mentira sistematizada«, comienza diciendo el catedrático.
Para el profesor, esa polarización buena se ve todavía en algunos rincones de la sociedad. «En una minoría que dice que no se puede llamar blanco a lo que es negro, a lo ‘políticamente correcto’. Si tenemos que elegir entre no polarizar y optar por la verdad, debemos apostar siempre por la verdad«, añade.
Elio entiende que la raíz de esta división es muy profunda. «Es una crisis espiritual que se remonta a las guerras de religión. Europa viene de guerras terribles que han sido un espectáculo para mal. De esas guerras llegará más adelante una clase ilustrada que creía que llevando la religión a la esfera privada se iba a lograr la convivencia. Pero la historia ha demostrado que no es la religión la causa del conflicto, sino pasiones humanas como el poder, la codicia o la soberbia… Eliminar la religión en Europa no ha impedido que haya guerras. En el siglo xx tenemos guerras con una crueldad sin precedentes donde la religión no era el factor determinante», asegura.
«Hannah Arendt decía que la última guerra mundial la llevaron a cabo personas que ya no creían en un destino último y no tenían miedo al infierno. Cuando se pierde el sentido último de la vida se abre el camino al horror», comenta el profesor, sobre si hay más crueldad en todas estas guerras debido a la ausencia de Dios.
Para Arendt, «cuando se pierde el sentido último de la vida se abre el camino al horror».
Y, para Elio, uno de los grandes culpables de la situación actual es el llamado «buenismo». «Este buenismo impone una moralidad que no se corresponde con la verdad del hombre, de su destino último y del pecado original, que debe ser redimido por la gracia. Es un buenismo que bajo una capa de tolerancia esconde una profunda intolerancia», explica.
Un buenismo que también sacrifica la verdad y la libertad. «Si no se reconoce la verdad de lo humano, el buenismo no puede resultar sino en más violencia. Es un buenismo forzado porque la libertad sólo se nutre y vive en la verdad», comenta. Un ambiente –asegura– que ha calado en todos nosotros. «Veo muchos jóvenes que se ven a sí mismos como cristianos en los que se han infiltrado muchos elementos que contradicen su fe. Es una especie de lluvia fina, de atmósfera que nos envuelve, y de la cual estamos respirando a diario», añade.
«Aquí sólo cabe una pedagogía basada en la verdad y en la caridad. San Agustín preguntaba si era más importante el amor o la doctrina, y decía que primero iba el amor. Estamos llamados a amar a quienes queremos llevar la verdad, porque si se sienten amados y hay en ellos deseo de buscar la verdad, pueden llegar a la verdad», explica.
De hecho, el propio sistema en el que vivimos termina cuestionando el orden y la autoridad. «Massimo Recalcati habla de un síndrome psicológico en los adolescentes. Hay una nostalgia de un principio de orden y autoridad simbólica que sepa mostrar el orden perdido de lo humano, ese orden construido sobre evidencias muy elementales del bien y del mal. Pero debe ser un orden que tenga como punto de referencia la trascendencia«, analiza.
Un poder discreto y difuso
Elio asegura saber quién está detrás de esta división. «Hay un claro pensamiento ideológico anticristiano, una agenda con muchos actores. Proviene de ese pensamiento ilustrado en el que unas élites se convencen de que hay que marginar la fe cristiana. Y esas élites encontraron sucesores en personas de diversas ideologías, a veces contrapuestas, pero que parten de que la fe es un elemento de alienación y que la gran ‘redención’ de la humanidad pasa por eliminar la dimensión sobrenatural y espiritual».
«Élites que dominan los grandes resortes del poder, tanto en el ámbito educativo como mediático, o en las grandes corporaciones. Es un poder difuso», advierte.
Todo esto provoca una gran inestabilidad social que se agrava por la descristianización. «No tengo duda de que la actual desintegración social, la pérdida de vínculos y la erosión de las relaciones entre generaciones están vinculadas a la desaparición de la fe y del sentido religioso. Un ateo tan recalcitrante como Michel Onfray dice que las civilizaciones nacen y mueren con una religión. La historia siempre ha sido así y esto no va a ser una excepción. Este proyecto que tiene sus orígenes en una Ilustración radical, pensada para construir una comunidad sin Dios, está llamado al fracaso. Ya lo estamos comprobando, y me temo que lo vamos a comprobar más», apunta.
«Las dos cosas. El fracaso de la unidad religiosa en Europa dio origen con la modernidad a un movimiento de secularización, y lo que comprobamos ahora es que ese movimiento también está fracasando. Esta sustitución nos lleva a una descomposición. La alternativa no es el abandono del sentido religioso, sino una recuperación de la fe verdadera y auténtica«.
Para Elio, además, Occidente se dirige a un lugar muy concreto. «Primero, a la culminación del fracaso ilustrado. Y aquí interviene ahora un factor que no es optimismo ni pesimismo: la esperanza como virtud teologal. Tras el fracaso del proyecto ilustrado va a haber un retorno a la fe y al sentido religioso«, confía.
Un hecho que, seguramente, sea por simple pragmatismo. «Piense en la parábola del hijo pródigo. El hijo le pide al padre la herencia y acaba dilapidándola. Y aquí hay un momento extraordinario: no vuelve a casa por un sentido de honor, sino por un argumento puramente material: los que trabajan en casa de su padre se hartan de pan. Es genial porque demuestra un conocimiento muy fino de la naturaleza humana», recuerda.
«Todavía no hemos terminado de dilapidar la herencia. Estamos en un proceso acelerado en términos morales y espirituales, y ya también económicos y de futuro. Iremos a peor durante un tiempo. Ahora bien, es un pesimismo limitado y condicionado por la esperanza de que habrá un punto de inflexión, como en esta parábola. Un monje amigo dice que a cada ola de mal le sobreviene una ola de bien más abundante«.
El Hijo pródigo de Murillo.
Para Elio estamos inmersos en un momento histórico en el que los cristianos siguen teniendo un papel fundamental. «Frente a la tentación lógica de pensar que esto no tiene remedio tenemos que ver que el hombre no se salva a sí mismo. Este es el error del pensamiento ilustrado y de las ideologías que han derivado de él, creer que el hombre se salva a sí mismo. Sólo Dios salva».
Y, para sobrevivir, el profesor propone algunas tareas. «Nos toca hacer cuatro cosas. Vivir en torno a los sacramentos; rezar, tanto personal como comunitariamente; hacer comunidades, pues el cristiano no puede ser un solitario; y por último, adoptar un estilo de vida guiado por nuestra fe. No vale cualquier forma de vivir», comenta.
Margen para la esperanza
«La verdad nos hace libres. Decía Joseph Ratzinger que la esperanza del cristianismo y la suerte de la fe dependen de su capacidad de decir la verdad. Y que la verdad puede ser oscurecida y pisoteada, pero jamás destruida. Esta capacidad de decir la verdad no es algo solamente conceptual, sino que nos libera y nos conduce a una experiencia de lo humano más profunda y alegre», añade el profesor.
«El cristiano que se ha acomodado a la mentalidad dominante y a lo que el poder dicta, vive una experiencia cristiana muy pobre que le conduce a una experiencia humana empobrecida», dice el catedrático, y añade: «Nunca se está del todo preparado. No somos conscientes todavía de lo que puede conllevar una persecución o la muerte civil. Pero, una vez más, no tenemos que poner el foco en nosotros. Sólo Dios nos prepara para su obra».
Elio Gallego concluye animando a la familia a ser ese faro de la sociedad. «Rafael Rubio de Urquía dice que las familias hoy son como salmones a los que han soltado en el río Manzanares. No vivimos en un ecosistema adecuado. Sólo la Iglesia, el ámbito donde se devuelve a la familia a su verdad, es capaz de generar el ecosistema adecuado para que las familias crezcan sanas y vigorosas. En esto las comunidades y movimientos de la Iglesia están llamados a jugar un papel fundamental. Las familias tienen que unirse a otras; solas no pueden».
«Tampoco tenemos que ser impacientes. Dios es el protagonista de la Historia y no nosotros. La educación de una comunidad y de una civilización no se da de un día para otro, pero sabemos que este proyecto de la Ilustración radical está llamado al fracaso y que los cristianos vamos a ser con seguridad quienes estemos en la vanguardia de la reconstrucción de las murallas derruidas. A esto estamos llamados y para eso nos tenemos que preparar», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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