Pocos escritores han tenido tanta influencia sobre el pensamiento católico francés como Charles Péguy (1873-1914), poeta y pensador cuya muerte en combate en la batalla del Marne, en los inicios de la Primera Guerra Mundial, le convirtió además en un héroe. Sobre su pensamiento, complejo y en ocasiones contradictorio, Camille Riquier, profesor en el Instituto Católico de París, publicó el ensayo Filosofía de Péguy o las memorias de un imbécil.
Con este motivo y para explicar ese provocador subtítulo, le entrevistó Le Figaro:
Camille Riquier, en una de sus clases en el Instituto Católico de París.
-¿Por qué evocar la «filosofía de Péguy»? ¿Es una dimensión oculta de su vida?
-Escritor, periodista, historiador, militante: le atribuimos todos los papeles, menos éste. No pertenece al Panteón firme de los filósofos. Y, sin embargo, filósofos como Deleuze (el tema de la repetición), Merleau-Ponty (la filosofía de la historia) o Latour (la cuestión de la modernidad) lo citan. Tiene un pensamiento singular y original, pero que no se reconoce como tal: ésta es la injusticia que he querido reparar, además de muchas otras, pero sin fragmentarla en capítulos formados por nociones separadas o conceptos segmentados. Hay que seguir la coherencia del relato en el que su pensamiento se pone a prueba, narrado en primera persona.
Charles Péguy, en el célebre retrato fotográfico de Eugène Pirou.
-¿Se consideraba un filósofo?
-Aunque nunca fue universitario, se consideraba a sí mismo un filósofo, algo que repite en distintas ocasiones. Quiso hacer carrera como filósofo, pero se dio cuenta de que en su época se leían más los periódicos que los libros, por lo que fundó los Cahiers de la Quinzaine para encontrar su público.
»Hacía filosofía, no periodística, sino diaria, integrando el pensamiento en el acontecimiento; el ejemplo más claro de esto es el caso Dreyfus. Hizo descender la filosofía a la ciudad, la eternidad a lo temporal. Quiso reconciliar esas dos hermanas enemigas que son la filosofía y la historia. Desciende a las miserias del presente. La pregunta que nos plantea es la siguiente: «¿Cómo hacer filosofía fuera de los muros de la universidad?». ¿Es verdaderamente el único lugar para ampliar el propio pensamiento? ¿En qué otro lugar podemos filosofar? Con su método, inventó otro modo de hacer filosofía.
Primero de los Cuadernos de la Quincena que fundó Péguy en 1900. Sacó 238 números, el último en julio de 2014.
-«Hay que ver lo que vemos», «decir aburridamente la aburrida verdad»: Péguy trabaja mucho la oposición entre los «realistas» y los «sistemáticos». ¿Rechaza el espíritu del sistema que, sin embargo, está en la base de la filosofía?
-Péguy pertenece a la familia de los «realistas», de los que forma parte Bergson. Para él, los «sistemáticos» construían castillos de arena en universos desconectados de la realidad, ocupándose más del pasado que de la actualidad. Ahora bien, hay que sumergirse en la realidad. Es una manera de explicar la repetición en Péguy, que no tiene que ver sencillamente con su estilo, sino también con sus ideas. Es una manera de filosofar repitiendo, concordando.
»La idea se organiza, toma cuerpo y espesor a medida que los acontecimientos le dan materia. Una idea concuerda en otra, se avanza por aclaraciones cruzadas, surcando la realidad. El objetivo inmediato no es la verdad absoluta. De este modo, la impactante fórmula: «Todo empieza en la mística y acaba en la política», escrita en 1910, madura progresivamente. Antes de desprender claramente esta ley histórica de los acontecimientos, la adivina en primer lugar con Juana de Arco, que empieza con el ideal, sigue con las batallas y acaba con el proceso. Y la confirma con el caso Dreyfus.
El capitán Alfred Dreyfus (1859-1935) fue condenado en primera y segunda instancia por traición, para ser finalmente indultado. Su caso se convertiría en un ‘casus belli’ que envenenaría la política francesa durante años: a grandes rasgos y prescindiendo de matices, la izquierda defendió su inocencia y la derecha su culpabilidad.
-A nivel filosófico, ¿qué significado profundo tiene esta oposición entre mística y política?
–Pascal, Descartes y Bergson son los tres grandes referentes filosóficos de Péguy. La teoría de los tres órdenes de Pascal, que consiste en la distancia infranqueable entre el orden de la carne, el orden del espíritu y el orden de la caridad, atraviesa toda la obra de Péguy. Para Pascal, hay una grandeza en cada uno de los órdenes. Para Péguy, ser grande en el orden de la carne es ser un héroe; ser grande en el orden del espíritu es ser un genio; ser grande en el orden de la caridad es ser un santo.
»Juana de Arco reconcilia estos tres órdenes y estas tres grandezas. Se puede encontrar la mística en cada uno de los órdenes. La mística republicana es, ante todo, el heroísmo. La mística judía, en el caso Dreyfus, está de parte del espíritu, etc. En cada orden es la mística la que nos eleva; y es la política la que nos hace descender cuando llegan, con la atracción del poder, los pequeños pactos entre unos y otros.
»Pero no es sólo Pascal el que nos puede ayudar a comprender mejor esta oposición de manera filosófica. Él es sólo un ejemplo. Kant, Corneille, Molière y sobre todo Bergson también pueden hacérnoslo comprender.
‘Philosophie de Péguy o las memorias de un imbécil‘: un subtítulo provocador que explica Riquier en esta entrevista.
-Criticó mucho la bifurcación política de la mística «dreyfusista», que está en el origen de su disputa con Jaurès. ¿Por qué ve en este caso el ejemplo mismo de la degradación de la mística en la política?
-Para Péguy, Jaurès es precisamente la persona que está a caballo entre la mística y la política, en razón de su estatus de filósofo. Ahora bien, éste degradó la promesa de la nueva ciudad armoniosa cuando fundó el partido socialista. Todo el crédito moral que había acumulado lo utilizó para fundar un partido.
»De este modo autoriza la salida a subasta de la justicia: Dreyfus no fue juzgado inocente, sino que fue indultado (la famosa amnistía de 1902). ¿Cambió de opinión a continuación para indignarse? De nuevo, lo hace por razones políticas y electoralistas.
»En el origen del combate había, sin embargo, virtudes militares (el honor), judías (justicia) e incluso cristianas (la caridad). Pero a los «dreyfusards» [partidarios de la inocencia de Dreyfus] se les confiscó la noble causa para convertirla en arma política. Será utilizada por el combismo [de Émile Combes, político francés, anticlerical] para despreciar a la Iglesia y, posteriormente, por el herveismo [de Gustave Hervé, político francés; al principio fue socialista, antimilitarista y pacifista para convertirse, posteriormente, en ultranacionalista] para despreciar al ejército. Se utiliza la buena reputación moral para obtener cargos de diputados.
»La degradación de la mística en la política es, a menudo, resultado de la pereza. Es difícil mantener la mística, mantenerse a nivel de una vida mística, en una tensión permanente.
-Se cita a menudo esta frase de Péguy: «El kantismo tiene las manos puras, pero no tiene manos». ¿Cuál es su relación con la moral kantiana?
-No hay que considerar esta crítica como una crítica docente. Es la crítica de un kantiano a Kant. Estaba de acuerdo con la moral del imperativo categórico, que de hecho aplicó al caso Dreyfus: un inocente no puede ser sacrificado en el altar de la moral colectiva. Pero le recuerda a Kant la problemática de la encarnación. A partir del momento en que la idea es encarnada, desciende sobre la tierra y sufre las contrariedades del tiempo. A partir del momento en que la idea toca la tierra, se marchita y se convierte en su contrario.
»Él opone a la moral del funcionario, del intelectual, revestida de buena conciencia, la de un cuerpo solidario, integrado en la sociedad y que no puede eximirse de una «inquietud mortal». De hecho, para Péguy el imperativo kantiano compromete sólo a la razón. Al principio Péguy, que tuvo por maestro a Descartes, profesaba un culto a la razón. Después se dio cuenta de que, en realidad, él era «apasionadamente racional». En el fondo se creía kantiano, mientras que en realidad era cristiano. Era caritativo.
-Usted evoca la «conversión» de Péguy al socialismo. El socialismo, para él, ¿era una mística, una religión, una filosofía?
-El socialismo del que habla Péguy tiene muy poco que ver con el socialismo que conocemos. Él pertenece a la tradición del socialismo a la francesa que se terminó, precisamente, con la fundación del partido socialista. Para él, el Congreso de 1899, la reunificación de las izquierdas y la creación del Partido Socialista marcan la muerte del socialismo. Contaminada por el comunismo, la izquierda oculta su especificidad, tal como estaba representada por Pierre Leroux, Fourier o Proudhon.
»Para Péguy, la filosofía socialista es simple y sobria: es la filosofía del productor, que consiste en poner el trabajo en el centro de la sociedad. Se trata de darle de nuevo nobleza al trabajo. Por este motivo era contrario a las huelgas y al sabotaje. La ciudad armoniosa debe construirse alrededor del trabajo bien hecho. El trabajo opuesto al capital y, por consiguiente, al Dinero. Éste es el gran vuelco del mundo moderno denunciado por Péguy: la sociedad se organiza alrededor del Dinero y no del trabajo.
Sello conmemorativo de Péguy.
-¿Por qué el dinero toma el poder en el mundo moderno?
-Si reina el dinero, es porque hemos dejado que sea así -y lo es cada vez más-, sobre todo por esa serie de renuncias relatadas por la historia de la descomposición del «dreyfusismo» en Francia.
»El mundo antiguo era heterogéneo: había numerosas fuerzas temporales alrededor del dinero y barreras que limitaban su poder. El dinero no lo compraba todo: había el poder del ejército, de la raza, de las compañías, del honor, etc. Pero con la modernidad, el poder del dinero ha ganado la partida y todo es negociable. El dinero acaba contaminándolo todo, sobre todo las fuerzas espirituales que, hasta ahora, conseguían elevarse muy por encima de él.
»En el mundo moderno, el espíritu se pone al servicio del dinero, a veces sin saberlo. Hay el orden de la carne, un plan estrictamente material al que el espíritu se conforma al pensar de manera mecánica, y ha desaparecido el orden de la caridad. O está oculto y con el corazón seco debido al poder estéril y esterilizador del dinero.
»Como prueba, escribe Péguy haciendo referencia a Pascal, lo que retenemos hoy en día más a menudo es el junco pensante [«El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza; pero es un junco pensante. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua basta para matarlo. Pero, aun cuando el universo lo aniquilara, el hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, porque él sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él; el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por éste debemos dignificarnos, y no por el espacio y la duración, que no podríamos llenar. Por lo tanto, esforcémonos en pensar bien: he aquí el principio de la moral«, ndt].
-¿Cuál es su relación con la revolución?
-Su socialismo debía ser revolucionario. Su adhesión al socialismo fue una conversión, en el sentido poderoso del término, que llega hasta las raíces del ser. La revolución que propone es, ante todo, moral y sin violencia: es una conversión de los corazones. Hay que cambiar primero las conciencias antes de transformar las condiciones de la existencia.
La problemática relación entre Charles Péguy, un anti-moderno, y las ideas modernas se explica por su propia biografía.
»Y es también heredero de la Revolución francesa. Consideraba que había sido grande, que tenía una forma de mística, pero que estaba errada. Había sido llevada a cabo por gente sin doctrina ni método. Los republicanos de entonces valían más que el ideal por el que luchaban, que no era en el fondo más que un ideal de ascenso social. Si la revolución propone a cada persona convertirse en un burgués, él no la quiere. Para él, cambiar de puesto, subir de escalafón, no quedarse en su lugar, es un error. Es una de las razones por las que rechaza el cambio de clase social, ascender en la sociedad.
-En «El dinero», Péguy vincula capitalismo y meritocracia, y estima que la movilidad social hace de los que se quedan en su lugar unos «fracasados»…
-El dogma del ascenso social promovido por el mundo moderno penaliza a quienes quieren quedarse en su lugar, porque quedarse en su lugar equivale a perder. Por mucho que Péguy trabaje en los Cahiers de la Quinzaine, no deja de perder, de ser pobre. Él sólo pedía ser pobre, pero no puede ser pobre sin caer en la miseria, sin poder asegurar el mañana. Es esto lo que él llama «hacerse el listo», querer cambiar de lugar. En Un Poète l’a dit [Lo ha dicho un poeta] (1907), escribe que una sociedad está perdida a partir del momento en que, cuando estamos trabajando, nos preguntamos cuánto ganaríamos si estuviéramos en otro sitio.
-Péguy ¿es sobre todo un anti-moderno? ¿En qué punto se sitúa respecto al Siglo de las Luces?
-Al principio se considera moderno, por eso la modernidad debía llevar al socialismo; pero cuando se da cuenta del fraude, es decir, que el mundo moderno conduce estrictamente a lo contrario, al reino del dinero, se convierte en violentamente anti-moderno. Pero no es contrario al Siglo de las Luces: quiere retomar la herencia de la Revolución, retomando lo que ésta perdió. Se trata de conseguirlo empezándola de nuevo [la Revolución].
»La ciudad armoniosa de la que él habla retomaría todo lo que había de mejor en todas las humanidades antiguas. El mundo socialista debía ser el coronamiento del mundo cristiano y del mundo griego. No se trata de oponerse a los mundos antiguos, sino de retomar lo que había de grande en cada uno de ellos con el fin de completarlos.
-Afirma que el mundo moderno finge no tener metafísica, se avergüenza, mientras que en realidad sí tiene una. ¿Cuál es la metafísica de los modernos?
-Péguy quiere obligar a los modernos a darse cuenta de la metafísica que hay en ellos y de la que no tienen necesariamente conciencia, porque se autodenominan cientificistas, positivistas. Él no es marxista, no piensa que la economía es la infraestructura de la sociedad, sino que es la metafísica la que guía todo y deja que se haga dinero. Intenta encontrar los motivos ocultos de los modernos, poner al día su absurda metafísica.
»Por cierto, estos motivos ocultos no son eficaces, por eso son inconscientes. La idea de progreso, por ejemplo, es un motor ineficaz a no ser que sea cuestionado y explicado. La metafísica laica, positivista es, ciertamente, de calidad muy pobre, la más burda jamás concebida, pero se ha extendido por todas partes como una obviedad. Péguy les dice a los modernos: hacéis metafísica sin saberlo, también vosotros creéis. Ya no creéis en un Dios providencia, sino que creéis en el Progreso.
»El mundo moderno ya no es un mundo ateo, sino «autoteo», es decir, que cree en sí mismo. Péguy espera que al revelar a los modernos su metafísica envilecida se avergüencen y den la vuelta. A esto es a lo que se dedica en filosofía.
-¿Cuál es su filosofía de la historia? ¿Cree en una historia lineal?
-Cree en una historia círculo-lineal, con círculos cada vez más grandes, que se lanza cada vez más lejos en el futuro de lo que empuja más profundamente en su pasado. Avanzamos subiendo hacia los orígenes, como hace una espiral. Nos convertimos al volver.
»La ciudad socialista no era un progreso, sino una vuelta a los orígenes. Por esto Juana de Arco, sin ser socialista, permitía a Péguy ser en su propio tiempo. Para Péguy la historia no es una ciencia, sino un arte que surge del genio. No todo el mundo puede ser Michelet. Porque la historia moderna quiere ser una ciencia, cualquiera puede pretender, a partir de ahora, ser historiador por poco que se aplique con el método y, así, ser un pequeño dios que hace que los mundos giren a su alrededor.
»Su primera Juana de Arco es un drama, que él revive en el presente de la narración. Utiliza procedimientos del arte. Y Péguy rechaza hablar de ella objetivamente, de manera distante, como una figura apartada del pasado. Habla de ella en presente y, a su manera, participa en la historia. En su opinión la historia necesita una forma de subjetividad o, más bien, necesita testimonios para ser contada, que participen en ella de alguna manera, que tomen partido por ella.
En ‘El misterio de la caridad de Juana de Arco’, Péguy ve en la heroína francesa la sublimación del heroísmo, el genio y la santidad, los tres órdenes de Pascal.
-Usted ha subtitulado su libro «Las memorias de un imbécil». ¿Por qué?
Este título no es mío, es del propio Péguy. «Si un día escribiera mis confesiones, las titularía Memorias de un imbécil«, escribió en Nuestra juventud. Y la palabra no llega a su pluma por casualidad. El imbécil es prácticamente un concepto en Péguy (como el idiota lo es en Deleuze, que hace del idiota un personaje filosófico de pleno derecho).
»Hay además más significados aplicados a esta imbecilidad. Es la oposición entre los naïfs, los que se quedan en su sitio, y los «listos», los que tienen éxito, de los que hablábamos antes. Pero hay también una forma de imbecilidad que se entiende como credulidad: cuenta que cuando tenía veinte años creyó ingenuamente en el socialismo y reivindica esta forma de imbecilidad como una forma de nobleza del alma, que se encuentra en el pueblo y, sobre todo, en la juventud.
»Sus maestros en el socialismo le engañaron. Fue un imbécil, como todos aquellos que son embaucados. Pero para él sigue siendo preferible ser un imbécil y no un hombre muy inteligente que, prudente, no cree nunca. Porque en este sentido ser imbécil significa seguir siendo fiel a una mística, significa seguir teniendo su lugar en un mundo que no quiere seguir en su sitio.
»Hay, por último, una imbecilidad cristiana: la de la pureza del corazón. La imbecilidad es la sencillez de espíritu de los Evangelios. Creo como un imbécil, dice él, soy tan tonto como San Juan Crisóstomo o San Agustín, no he progresado. Lo que más quiere su corazón, lo que hace que se mantenga firme, es seguir siendo un espíritu simple, que preserva en él el recuerdo sagrado del caso Dreyfus (socialismo) y que le da, a continuación y para siempre, la posibilidad de creer en la fe católica con la misma sinceridad (cristianismo).
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Publicado en ReL el 2 de julio de 2017.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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