Armelle es enfermera. Está casada y tiene dos hijos, y ellos eran su gran preocupación cuando en junio de 2018 se vio en el quirófano, pero no como ayudante en una operación, sino para ser operada.
Era una «urgencia vital«: «Tenía miedo porque mis hijos eran muy pequeños. El propio cirujano no sabía si saldría con vida. Creí que iba a morir. Le pedí que no fallase porque tenía dos niños y no me respondió. Eso no me tranquilizó mucho…»
Lo dice con sorna y le responden las risas de los cientos de personas que escuchan su testimonio. Fue este verano, en los encuentros de la Comunidad del Emmanuel en Paray-le-Monial, el lugar donde en 1673 el Sagrado Corazón de Jesús se reveló a Santa Margarita María Alacoque. Lo recoge el portal L’1visible.
El testimonio de Armelle, el pasado verano en Paray-le-Monial.
Poco antes de caer rendida por la anestesia, Armelle tuvo un último pensamiento. Ella había crecido en una familia atea. La bautizaron, pero nada más. No recibió una educación religiosa. Sin embargo, ante aquel trance y el silencio del médico sintió que debía hacer algo nuevo para ella: rezar.
«Me dije: ‘¿A qué me agarro, si no puedo agarrarme a un ser humano?’ No sé por qué, pensé en Dios, aunque en realidad no Le conocía. Y recé un Padrenuestro aproximado, porque no lo sabía bien. De golpe, tras esa oración», recuerda, «me sentí tranquila y me volví hacia el cirujano para decirle: ‘Adelante, confío en usted’. Él no entendía qué había pasado, porque solo unos segundos antes yo estaba temerosa de morir».
El encuentro
La intervención quirúrgica fue muy larga, pero salió bien. Necesitó dos meses de recuperación, durante los cuales, confiesa, no volvió a pensar en Dios ni a rezar.
Al cabo de ese tiempo, un día recordó lo que había vivido sobre la mesa de operaciones, y nació en ella una curiosidad: «Le dije a mi marido: ‘Tengo que ir a ver qué pasa en la Iglesia‘. Visité a una amiga. Sabía que eran católicos, porque tenían imágenes por todas partes».
«Para ayudar a los demás», afirma Armelle, «es importante tener signos religiosos en casa o hablar en el propio entorno«, quien destaca así el valor evangelizador de exteriorizar la fe mediante signos visibles, porque informan a quienes te rodean sobre a quién pueden acudir si quieren saber más sobre Cristo o la Iglesia.
Pidió a estos amigos que la acompañaran a misa «por primera vez», y lo hizo ese domingo: «Duró una hora, y durante esa hora sentí lo mismo que el día de la operación. Tenía la impresión de estar en una burbuja de amor. Pensé: ‘Es aquí donde tengo que venir’. Y fui al domingo siguiente, y luego todos o casi todos los domingos. Hice mi camino. Leí mucho la Biblia, tenía ganas de hacerlo porque desconocía la vida de Jesús y necesitaba conocerla. Cuanto más conoces a alguien, más puedes tener fe en él. Yo quería conocerle para confiar en Él».
Es una segunda obviedad, pero que nunca está de más repetir, y con doble valor si viene de una persona recientemente llegada a la fe: no se puede amar lo que no se conoce. La formación y el discipulado son necesarios para ello. Leer los Evangelios es la mejor forma de conocer a Cristo para poder amarle.
[Sobre el discipulado, puedes leer en ReL:
7 pasos para una parroquia: de tener «consumidores de sacramentos» a multiplicar los discípulos
Doce características de los discípulos de Jesús: la primera es cosa de Él; la última, solo nuestra
Qué cosas hacer (y cuáles evitar) cuando evangelizas: puntos precisos de un experto en discipulado]
«Por medio de la Palabra -que es una Palabra viva- comprendí qué es el Espíritu Santo», continúa Armelle, que comprendió a través de las Escrituras la unión entre las personas de la Santísima Trinidad y lamenta el olvido del Espíritu Santo en la devoción popular.
Ella no había recibido ninguna formación ni ningún sacramento desde su bautizo cuando bebé. Pasó, pues, un tiempo antes de que pudiera integrarse plenamente en la Iglesia. Lo hizo la familia en pleno en el año 2019: «Hice mi primera comunión, recibí la confirmación, me casé por la Iglesia y bauticé a mis hijos«.
La comunión espiritual
Pero durante el periodo previo de un año, no dejó de buscar un alimento: «Contemplar la Hostia durante la consagración, cuando el sacerdote la eleva, es un alimento espiritual visual. Me ayudó mucho«. Otra lección de su testimonio, que atrae la atención sobre otra gran olvidada: la comunión espiritual, que nutre el alma en cualquier circunstancia, pero más cuando la comunión sacramental no es posible.
Para agradecer todas las bendiciones recibidas («Me considero afortunada por haber recibido el Espíritu Santo»), Armelle se involucró en la vida parroquial: «No quería guardar para mí el amor recibido, quería compartirlo. Así que me impliqué en la catequesis, en el despertar a la fe, en los grupos de adoración… ¡en la limpieza, también tan importante!»
El tatuaje
Armelle insiste mucho en esto: compartir el don recibido es hacerlo accesible a los demás dándoles a saber que existe.
«Hay que mostrar que uno cree mediante signos sensibles«, concluye, «porque gracias a esos pequeños signos puedes encontrar personas buenas». Y se vuelve hacia Roselyn, que estuvo a su lado durante el testimonio. Al referirse a la abundancia de iconos en su casa deducimos que fue ella la amiga a la que acudió cuando quiso iniciar su camino de fe: «Yo nunca habría ido sola a la iglesia, ni se me habría ocurrido ver a un sacerdote, fue gracias a esos signos. Y os voy a decir: me he hecho un signo en mí misma, me he tatuado al Espíritu Santo«.
El Espíritu Santo, en forma de paloma, en el brazo de Armelle.
«Y así, si personas de fuera de la Iglesia lo ven, puedo ayudarles«, concluye, concretando una idea que estuvo muy presente en su intervención. Hoy no es fácil para muchas personas encontrar personas de fe a las que acudir… ¡porque no las ven! Viven en entornos donde no existen o, si existen, no se manifiestan. El tatuaje de Armelle es un recordatorio de que un cristiano debe ser también una baliza que orienta y ayuda en la navegación de los demás.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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