16/11/2024

En silla de ruedas, da 3 consejos a quien se enfade con Dios: «No temas tu cólera, ¡cuéntasela!»

Carolina tiene 37 años y vive en Toulouse. Padece una osteogénesis imperfecta o síndrome de los huesos de cristal, un trastorno genético que da lugar a fragilidad y deformación ósea. Por ese motivo estuvo acudiendo desde los tres años a un centro de rehabilitación. Allí fue haciendo muchos amigos, algunos de ellos creyentes, “y principalmente musulmanes”, explica en Découvrir Dieu: “Como crecí con ellos, la cuestión de Dios siempre formó parte de mi día a día”.

“Así que”, prosigue, “cuando tenía 10 años, como ellos rezaban, yo también tenía ganas de rezar y de aprender a rezar. Pero rezar en mi lengua, el francés”.

Empezó a ir a catecismo y a rezar el Padrenuestro y el Avemaría: “Pero yo tenía muchas cosas que decirle a Dios y eso me parecía demasiado poco”. Continuó su formación y recibió el bautismo y la Primera Comunión, aunque no perseveró en la fe. Al menos, acudía a Dios cuando tenía un problema: “Siempre pensé que me escuchaba”.

Las Bienaventuranzas

Carolina sufre problemas de visión que le dificultan mucho la lectura. A partir de los 27 años, mediante programas de síntesis de voz en el teléfono móvil, pudo escuchar numerosos libros: “Empecé a investigar. Muchos de mis amigos parecían felices porque habían encontrado su lugar, es decir, su Iglesia o su religión, también alguna conversión al islam… Me dije que a mí también me gustaría encontrar mi lugar, mi Iglesia, mi Dios… saber dónde está la Verdad. Empecé una búsqueda de la Verdad”.

Su primer paso fue el Corán, que leían sus amigos musulmanes, y a través de ese libro conoció el Antiguo Testamento. En él halló el relato de numerosas guerras, y pensando que Dios no podía querer algo así, le surgió la idea de leer el Nuevo Testamento para conocer la vida de Jesús.

Unas palabras de Jesús le impactaron: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará” (Mt 6, 6). “Era una realidad que yo ya vivía”, comenta Carolina, “yo rezaba en mi habitación y hablaba con Dios normalmente, por ejemplo para pedirle ayuda en los exámenes».

El testimonio de Carolina.

Luego descubrió el Sermón de la Montaña, «donde Jesús hace una promesa de felicidad a los pobres, a los tristes… lo que se llaman las Bienaventuranzas”. Le gustó mucho, lo cual… suponía un problema: “Realmente no me apetecía ser católica”. Le dijo a Dios: “Vale, si realmente eres Dios, muéstramelo. Quiero creerlo, pero ¡muéstramelo!”.

La confianza

“Y poco a poco, con el paso de los meses… ¡me lo mostró!”, continúa: “No sé exactamente cómo, pero poco a poco aprendí a tener confianza en Él. A partir de ese momento comencé a ir a misa y conocí a un sacerdote, también religioso, a quien pregunté: ‘Y vosotros los católicos, ¿en qué creéis?’ Él se tomó su tiempo y quedamos para explicarme un poco los fundamentos de la fe católica. Me pareció intelectualmente coherente. Pero quise conocer otros sacerdotes, otros medios, otras espiritualidades en la Iglesia… pues sentía cierto pánico a caer en una secta o a que me hiciesen un lavado de cerebro. Así que visité a muchos sacerdotes distintos, incluso en ciudades distintas, para estar segura de que los fundamentos eran coherentes”.

Cuando estuvo convencida, pidió la confirmación, que recibió en el año 2014: “Descubrí que Jesús podía ser mi amigo, algo realmente muy importante para mí porque crecí lejos de mi familia, fundamentalmente rodeada de amigos. Así que saber que Jesús era un amigo con quien podía hablar normalmente porque era Dios y hombre me hizo sentirme mucho menos sola”.

Carolina fue transformada por estas experiencias: “En la oración, empecé a vivir algo que me dio la conciencia fortísima de que, a pesar de mi cuerpo diferente, a pesar de mi discapacidad, Dios me había querido así, que yo era hermosa a sus ojos, que yo no era un error, que ser discapacitada no es una cruz, es lo que soy. Y eso me dio una fuerza tremenda que aún conservo diez años después, aunque la vida de oración es hoy más complicada, porque… en fin, uno tiene que luchar, como todo el mundo. Pero eso no me impide reconocer que la percepción de mi dignidad como mujer y como persona ante los ojos de Dios nació ahí”.

A quienes se rebelan contra Dios

Por eso lanza un mensaje a las personas “que se rebelan contra Dios”: “No temas tu cólera. ¡Cuéntasela! Yo, cuando las cosas no van bien, se lo digo claramente. Pero díselo dejando el corazón abierto, es decir, dejándole la posibilidad de unirse a ti. Si uno dice que está irritado pero no quiere escuchar lo que Él tenga que decirnos, Él no va a forzar la puerta para hacerlo”.

Ofrece un segundo consejo: “Abrid un libro, abrid la Palabra de Dios, id a ver a algún sacerdote o a otros creyentes para preguntarles. No dudéis en plantear preguntas. ¡No es un pecado ser inteligente!«

Y, por último, la confianza: «Confiad en Él. Él os ama. Tenéis a sus ojos un valor increíble”.

“Es lo que yo he vivido verdaderamente”, concluye: “¡Qué triste está el Señor cuando alguien no se ama a sí mismo, sobre todo en su cuerpo! Así pues, ¡confianza!”.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»