Con apenas una semana de diferencia he podido ver dos musicales sobre la historia de José, María, el Niño y la Navidad. Ambos están ahora en cartelera, una película en toda España y un musical teatral en Torrelodones.
Ambos me acercaron a la Sagrada Familia, ambos me hicieron pensar en lo profundamente revolucionario e inquietante que es el Niño para un poder basado en la fuerza, las armas, la seducción y el miedo.
Y ambos eran creativos y divertidos: como musicales, lograban emocionar. Recurren, obviamente, a esa fantasía en la que la gente de repente se pone a bailar con distintos estilos, muchos personajes hacen cosas cómicas…
Pero hay fuertes diferencias entre ambas en la forma de abordar el texto y la ortodoxia de la historia. El humilde musical La Noche del 24, en Torrelodones, con apenas 12 actores, consigue ser creativo y divertido respetando al máximo el texto bíblico y los elementos sobrenaturales de la Sagrada Familia.
En cambio, la película norteamericana Camino a Belén (con Antonio Banderas como Rey Herodes y muchos actores españoles, como Antonio Gil, Alicia Borrachero, María Pau Pigem, Antonio Cantos y Pedro Aijón) comete demasiados patinazos a la hora de representar, sobre todo, la figura de la Virgen María y su relación con José.
Nuestra queja principal respecto a Camino a Belén es que buscan hacer una historia típica de chica-conoce-chico y adolescentes-entran-en-adultez con una pareja (¡la Virgen Inmaculada y San José!) que no es nada típica.
Lo que habría funcionado con otros personajes, incluso con otros santos adolescentes, chirría y patina con ellos, y saca al espectador católico del encantamiento que se supone que debe tejer un musical.
Es una pena, porque Camino a Belén tiene muchos puntos fuertes y vale la pena mencionarlos:
– empieza con los nombres claves de la historia, quiere enraizarse en la Biblia y sus nombres: habla de Judá, Herodes, María y las profecías de «un rey prometido para salvar el mundo», al que buscan los Magos llegados de lejos;
– como en El Hobbit, usa mapas; los lugares son importantes, no es un mundo de fantasía, hay geografía; viajar en burrito de Nazaret a Belén con embarazo es un esfuerzo importante;
– la primera canción empieza con la famosa antífona de Adviento: ‘Oh, ven, Emmanuel’; un salmo de Adviento se convierte enseguida en un alegre «Sing Aleluya»;
– musicalmente, la danza de María en Nazaret con vecinos y amigos y discretos toques Bollywood es alegre y simpática (de la letra hablamos luego);
– Antonio Banderas es un magnífico Herodes, y en Herodes se critica no sólo al poder político, sino a la actitud insaciable de «adolescente malote con poder«; va más allá, porque Herodes canta: «mío es el reino, el poder y la gloria», frase que los católicos usan en cada misa y saben que debe aplicarse a Dios, no al rey; ¡el poder político pide ser adorado!; pero luego los Magos, acertadamente, rescatan esa frase y la usan para cantarle al Niño, Él es quien de verdad la merece;
– la canción de María camino de Hebrón, una oración a Dios, es buena y puede ayudarnos a rezar; ¡pero llega demasiado tarde en la película!
– Antípatro, el hijo mayor de Herodes, es un personaje interesante; su canción es quizá la mejor del musical y tiene fuerte personalidad en sí misma; el tema es importante: mira al niño que fue, sus heridas, y sospecha que él no tiene por qué seguir los pasos perversos de su padre, que él puede ser buena persona (por desgracia, en la historia real, Antípatro, cuando nació Jesús, ya había conspirado para asegurarse de que mataran a sus dos hermanastros de otra madre, menores que él; pero en el musical es un personaje que inspira y anima a dar pasos de conversión y mejora);
Canción de Antípatro en el musical Camino a Belén; recuerda su infancia en un lugar tan tóxico como la corte de Herodes y se plantea si debe repetir los pasos de su perverso padre; una gran canción.
– los decorados de Belén son increíblemente ortodoxos, parecen un belén clásico en tamaño humano; es un homenaje a los belenes que ponemos en casa;
– José, una vez ya casado, queda muy bien retratado en su papel de joven padre y marido protector, creativo, práctico, proveedor; eso ya es mucho en nuestra época woke llena de películas de padres ausentes o inútiles;
– el clásico «Noche de Dios» enlaza bien con el coro de los ángeles, y la acción de Dios y su luz se ve por todo belén; la canción «Dios con nosotros» es muy buena; María canta: «las respuestas que buscaba…¡Le puedo abrazar!», y nos sirve para nosotros; hay verdadera adoración, hermosa, y una apoteosis emocionante; el Niño recibe la adoración que merece;
– María dice cosas buenas a Antípatro: «sabes Quién es»; citan a Isaías: «cargó el peso de nuestros pecados»; «la fe es confiar en lo que tu corazón sabe», añade ella; hay esperanza también para este hombre orgulloso y fuerte, pero que sabe que dentro tiene un niño herido que debe ser sanado.
– trajes y ambientación están bien, excepto que las tropas de Herodes visten de legionarios romanos y no de soldados orientales o helenísticos.
Repasemos ahora los puntos que estropean la película.
La clave, sobre todo, está en María. Sabemos que María, como Inmaculada, no puede tener pecado; puede cansarse, desanimarse, desconcertarse, sentirse frustrada… puede vivir mil sentimientos agradables y desagradables, pero no pecar. Y en esta película está continuamente en la línea que rasca el pecado o lo traspasa.
Se muestra muy airada con su padre Joaquín: «Todas mis amigas eligieron a sus maridos, ¿por qué tengo que casarme con un extraño? ¿Qué pasa con mi sueño de ser una maestra?» Hace gestos y aspavientos, y dice cosas como «me quiero casar por amor»
Todo esto sería bastante increíble en cualquier chica judía del siglo I, pero la película empieza copiando a Mulán: canción de «no quiero casarme», chica que se queja de que sus padres no la entienden. En la canción incluso habla con desdén de «hacer bebés».
La Virgen María, casi respondona ante su padre Joaquín, porque quiere ser maestra (oficio que no existe en esa época y sociedad) y no casarse con un desconocido.
Los guionistas quieren que las adolescentes desconcertadas de hoy sintonicen con ella… pero para eso crean una adolescente norteamericana del siglo XXI, no la Virgen María. (Al menos, sus amigas dicen algunas cosas sensatas a favor del «santo matrimonio»).
Luego, en su trato inicial con José, se muestra con cierto desdén, que en otra adolescente tendría gracia (a los hombres les gustan los retos y conquistar) pero en María no encaja.
Santa Ana dice a su hija María que «los planes de Dios son más grandes» (tema que la película reiterará luego, y está bien) y alaba que María tiene una «fe grande»… pero no hemos visto nada de esa fe grande de María, y no la vemos hasta la tercera o cuarta canción, cuando viaja a Hebrón. ¡Por fin María habla con Dios, como si lo acabara de conocer, como si fuera una conversa!
Ese es el gran error: la película no reconoce que la María adolescente ya era una enamorada de Dios. Podemos debatir si María adolescente conocía a José de toda la vida, o si sus padres le buscaron novio de lejos, pero no podemos debatir que María confiaba en Dios (y en sus padres) y con o sin desconcierto, su relación con Dios era cercana, intensa, confiada y cotidiana. No es algo que desarrolla «más adelante».
María, desanimada porque la quieren casar, con sus amigas en el musical Camino a Belén; al menos ellas le dan ideas positivas sobre el matrimonio; queda raro que dos personajes de segunda tengan que intentar convencer a la Virgen María de que el matrimonio (un invento de Dios) es algo bueno.
María y José, prometidos, embarcados en un matrimonio no buscado, cantan «cuesta tener fe». ¡No nos lo creemos! José y María tenían fe. En la boda ante Zacarías cantan que casarse «es un salto de fe que hay que hacer». Claro que unos jóvenes hoy, con 18 o 28 años, se sentirán abrumados ante la idea de empezar una vida juntos, pero con Dios se atreven a eso y a muchas más cosas. Mucho más confiados serán estos jóvenes especialísimos. Cantan también «puede que Dios tenga un plan». ¡Pues claro que José y María confiarían en un plan de Dios, pero desde el principio, no a media película!
Cuando María dice a su padre que ha visto un ángel y que va a tener un hijo, su padre Joaquín le ordena no decir nada a nadie: en la siguiente escena, ella se lo está contando a José. ¿Dónde está la obediencia filial?
La Anunciación tampoco es muy clara: un ángel negro que en inglés dice circunloquios como «eres más favorecida que cualquier otra mujer» (para evitar usar el «llena de Gracia» que exige la palabra Kejaritomene en griego). La distribuidora detalla que la versión en España no usa esa frase.
De hecho, en esta Anunciación, María nunca dice «hágase en mí según su Palabra» ni da ningún «sí». Y con ángel o sin ángel, María no parece nada convencida hasta que oye el nombre «Jesús» para el niño, que parece fascinarle y calmarle.
Y aunque José admite que Jesús ha sido engendrado milagrosamente por Dios, María en ningún momento le dice a José que ella tiene un pacto con Dios de castidad o abstinencia sexual o dedicación a Él. Lo peor para enturbiar la relación entre ambos ante el espectador católico es la escena al final de la película en la que se besan hollywoodianamente (léase «morreo»).
Demasiado errores: todos ligados a intentar tratar a José y María como unos chicos majetes cualquiera sorprendidos por Dios y que reparan en Dios a mitad de aventura.
Son los dogmas del manual de guionista de Hollywood: la chica ha de chocar con su padre, la chica no quiere casarse ni sueña con niños, los chicos han de acabar besándose, el personaje ha de empezar rebelde y gruñón y ganar sabiduría más adelante, etc… Con otros santos quizá habría funcionado.
Los responsables saben que han jugado fuerte y en sus mensajes iniciales y finales insisten en que se toma «licencias creativas» pero porque busca «transmitir el mensaje de la Historia más grande jamás contada». Lo consigue en la parte del Niño Dios, no en la de sus padres.
Sólo el público adolescente sin formación teológica básica conectará con estos José y María, aunque, evidentemente, cualquiera que recuerde las dudas e incertidumbres de fundar un hogar puede simpatizar con ellos.
Ya de las absurdas mujeres con armaduras romanas en la guardia de Herodes ni hablamos (lo curioso es que sabemos que Herodes tenía una exótica guardia de mercenarios galos que había heredado de la derrota de Cleopatra).
¿Qué decir del musical de Torrelodones, La Noche del 24? Está reseñado con más detalle aquí en ReL. Diremos que, con sus austeros medios, al no mostrar directamente a la Sagrada Familia, se libra de todos esos peligros.
Este musical teatral apunta a lo que nos atañe: nuestra relación con ellos, nuestra respuesta a su historia, a la persecución, al riesgo, a la toma de postura, a la esperanza, a la fe… Con pocos actores y atrezzo, nos atrapa y nos plantea las preguntas que hay que plantear, a la vez que nos emociona y hace reir. Y funciona muy bien para todas las edades.
Es curioso que ambas historias basculan con Herodes como perseguidor, fuente del peligro, que al final no se concreta. Sabemos por la Biblia que Dios avisa en sueños a José para que se lleve a su familia a Egipto y huya de los perseguidores. El musical español lo endulza más, también por agilizar la solución al final. Pero ambos musicales reconocen el elemento de persecución.
El musical es un género peculiar: el espectador abre su mente dispuesto a asombrarse con gente que canta y baila y hace coreografías.
El primer musical navideño lo montó Dios con su coro de ángeles ante los pastores y su coreografía de una estrella sobre Belén, así que no es un género inadecuado.
Hay cosas que hay que decirlas cantando. Cuanto más cerca del texto bíblico, mejor.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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