La idea de que los católicos deben aceptar el feminismo como condición de diálogo con mujeres no-católicas se ha repetido con tanta frecuencia que ahora simplemente se acepta como una verdad indiscutible. Pero, ¿realmente está funcionando dicha estrategia?
Antes de responder a esta pregunta, repensemos por un momento las enseñanzas de San Juan Pablo II, a quien generalmente se le reconoce como el “artífice” que proclamó la necesidad de desarrollar un “nuevo feminismo” o “feminismo católico”. En efecto, Juan Pablo II estaba manifiestamente interesado en defender la dignidad de todas las mujeres. En su carta apostólica de 1988, Mulieris Dignitatem, exploró con profundidad la naturaleza de la feminidad, proporcionando un “marco teórico” que permita una mejor comprensión de la feminidad católica, vista desde la sensibilidad contemporánea. Sin embargo, lo que no es posible encontrar en dicho documento de aproximadamente 25.000 es el término «feminismo».
En todo caso, el término «feminismo» fue utilizado tan solo una vez, a saber, en su encíclica de 1995 Evangelium Vitae, en la que hizo un llamado a desarrollar un «nuevo feminismo». En un breve párrafo, el documento nos dice: “En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un «nuevo feminismo» que, sin caer en la tentación de seguir modelos «machistas», sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación” (n. 99).
A pesar de esta única mención, la idea de un “nuevo” feminismo ha sido claramente sobrevendida a los fieles católicos como la ruta ideal para entender la feminidad. Incluso el término se ha utilizado para afirmar que aquellos que no estén a favor del nuevo “feminismo católico”, estarían rechazando la visión católica global y abarcadora del Papa polaco.
Es innegable, según ya se ha dicho, que Juan Pablo II estaba profundamente interesado en restaurar y exaltar la dignidad de las mujeres, siempre y cuando se hiciese de un modo coherente con la fe católica. Lo que a menudo suele pasar con aquellos que se ciñen a la visión del Pontífice es que se centran en el adjetivo «nuevo» feminismo, sin tener claridad lo inadecuado que era el «viejo» feminismo.
A través de mi propia investigación relativa al “viejo” feminismo –sobre todo en mis dos libros Anti-María al descubierto y The End of Woman–, misma que no estaba disponible durante el pontificado de Juan Pablo II, he descubierto que el feminismo como movimiento ideológico tiene problemas significativos que no se puede pasar por alto. Desde el principio, el feminismo ha tenido conexiones profundas con el ocultismo, con el igualitarismo (de influencia socialista/marxista) y con la erradicación de la monogamia como condición necesaria para lograr la liberación de las mujeres.
Estos esfuerzos, por demás desacertados, han provocado de modo progresivo la infelicidad crónica de más mujeres, la disminución de matrimonios y un daño severo a la familia nuclear. En cuanto ideología, el feminismo ha perpetuado la creencia de que el aborto es el medio por el cual las mujeres alcanzarán la igualdad con los hombres, generando al menos 44 millones de abortos en todo el mundo tan solo en el año 2023, cifra que supera todas las demás causas de muerte en suma.
Más importante que hablar de los problemas del feminismo, quizás sea más relevante identificar la “pregunta” que ha impulsado la mayoría de diversas formas, a saber, ¿qué hacer para que las mujeres se parezcan más a los hombres? El mismo Papa Juan Pablo II reconoció esta tendencia en su breve párrafo alusivo al feminismo, afirmando que es necesario rechazar “la tentación de seguir modelos «machistas»”, en los que las mujeres han de adoptar vicios masculinos. Lamentablemente esta idea ha derivado en la creencia de que los hijos son un obstáculo para la felicidad de las mujeres, derivando en la ya conocida “cultura anticonceptiva” que pretende socavar la maternidad de las mujeres, como si ésta fuera una maldición en lugar de la bendición por excelencia que las enseñanzas de la Iglesia católica siempre han promovido.
Contrastantemente, el feminismo ha sido tradicionalmente considerado como un medio para facilitar la integración de personas ajenas al movimiento a través de la promoción de “escenarios” cuasi-familiares. El resultado que han obtenido se traduce en que un mayor número de mujeres católicas se identifican más con el feminismo que con las enseñanzas de la Iglesia.
Actualmente, las mujeres católicas usan anticonceptivos, abortan y se divorcian aproximadamente a la misma tasa que las mujeres no-católicas. Al mismo tiempo, las enseñanzas de la Iglesia en relación a la dignidad de la mujer, misma que se ha desarrollado de modo progresivo a lo largo de la historia, han sido opacadas por el lenguaje feminista contemporáneo, el cual presenta una comprensión superficial de la feminidad.
Aunque ciertamente hay casos individuales que contradicen la idea anterior, actualmente las mujeres católicas se parecen más a las feministas seculares que las feministas seculares se parecen a las mujeres católicas. Mientras tanto, la feminidad, y particularmente la maternidad, que desde siempre ha sido un icono de la Iglesia misma, ha sido despojada de su belleza, significado, fecundidad y misterio. En lugar de que el feminismo se convierta en un “puente”, se ha convertido en el “destino”, en un fin en sí mismo.
El feminismo es la ideología que está impulsando el declive de nuestra civilización. Sin embargo, ha logrado hacer creer a las mujeres católicas que es la única manera de restaurar o defender la dignidad de la mujer. En su esfuerzo por parecer relevante y atractivo, el “feminismo católico” se ha convertido en una especie de “agua estancada”, tratando de mantener principios católicos sin rechazar los dogmas problemáticos del viejo feminismo.
Toda esta parafernalia podría resultar comprensible si la Iglesia católica no ofreciese algo mejor. O si realmente el feminismo fuera el medio mediante el cual las mujeres obtuvieran verdadera dignidad e igualdad con respecto a los hombres, y no la Iglesia. En este respecto, el catolicismo sufre de lo que podemos llamar una “abundancia de riquezas”.
El apoyo de la Iglesia a las mujeres comenzó cuando Jesucristo habitó entre nosotros, mismo que se pronunció e intensificó en la medida que creció la devoción a Nuestra Señora y cuando se extendió el testimonio de los santos. La Iglesia, no el feminismo, declaró contundentemente la dignidad y la igualdad de la mujer, realidad bellamente expuesta por el Papa Juan Pablo II en la ya mencionada encíclica Mulieris Dignitatem. Pensadoras como Edith Stein (La mujer), Ida Görres (The Hidden Face), Gertrud von Le Fort (La mujer eterna) y Alice von Hildebrand (El privilegio de ser mujer) se sumaron con sabiduría a esta causa. Las mujeres, y no solo las mujeres católicas, están ávidas de hacerse de esta rica sabiduría, hermosa y convincente. Y aunque pocos lo ven, la tenemos en nuestras manos.
En efecto, podría haber un “nuevo feminismo”, pero éste tendría que distanciarse completamente del “viejo”. Lograr esta encomienda, dada la profunda integración que el viejo feminismo ha tenido con la cultura contemporánea, se antoja muy improbable, no sin una verdadera desintoxicación intelectual y una formación más profunda. Este es un proyecto que se ha intentado desde hace más de treinta años, pero el gran peso que tiene la ideología feminista parece sofocar los esfuerzos católicos, incluso el deseo, de desarrollar algo discerniblemente «nuevo».
En esencia, el catolicismo no necesita del feminismo. Un simple regreso a lo que la Iglesia católica puede ofrecer en esta materia no solo suplantaría lo que el feminismo imperante podría ofrecer, sino que lo superaría significativamente. Si realmente estamos comprometidos con atraer a las mujeres a la Iglesia mientras fortalecemos a las que ya están en ella, es hora de que comencemos a promover nuestra abundante sabiduría en lugar de continuar promoviendo lo que en realidad nos está destruyendo.
Publicado en The Catholic Thing.
Carrie Gress es profesora investigadora en el Ethics and Public Policy Center y en el Institute for Human Ecology en la Catholic University of America.
Traducción del doctor Rafael Hurtado, profesor Investigador Titular en el Instituto de Humanidades, Universidad Panamericana, Campus Guadalajara, México.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
More Stories
La interpretación que hace un padre de familia numerosa cuando le recriminan que tenga tantos hijos
YouTube prepara nueva política para censurar contenido contrario al aborto
Vándalos rompen vidrios de iglesia recién inaugurada en Potosí