23/12/2024

Estar cansados

 “Quien anda en Amor, ni cansa, ni se cansa”. Lo decía San Juan de la Cruz. Sin embargo, estamos cansados, y (peor aún) tememos estar cansando a unos cuantos. A nuestro alrededor, la gente está cansada. El fantasma del estrés, esa terrible enfermedad de nuestros días, vaga sobre las sombras de todos los mortales; nos dicen que lo tienen hasta la gallinas (¡así salen los huevos, con tanta prisa que caducan antes de cascarlos!).

Los abuelos tienen estrés porque sus hijos trabajan y deben pasar el día pendientes de los nietos; los trabajadores tienen estrés porque la empresa los exprime; las mamás tienen estrés porque no les llega el día para atender a los hijos, al trabajo, al marido y a la casa; el perro de mi prima tiene estrés y se mea en los rincones; los sacerdotes tenemos estrés porque nos queremos entregar a todo el mundo en todas partes y hemos olvidado que fuimos ordenados para entregarnos “por” todo el mundo en un sólo lugar: el altar… Lo peor no es que estemos cansados; lo peor es que nos estamos volviendo imbéciles… ¿Qué nos pasa?

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Hemos roto con esa perniciosa costumbre de tener, cada día, 45 “cosas que hacer”. Ahora, por la mañana, cuando al grito de “¿qué hay que hacer hoy?” abrimos la agenda, descubrimos que sólo tenemos una ocupación: escuchar la Voluntad de Dios cada momento y cumplirla. ¡Nada más! Amar a Dios a cada instante … Ah, y reírnos mucho; reírnos de nosotros, reírnos de la estupidez humana que cansa y se cansa.

“Tenía miedo, Señor, de que, cuando llegases, me encontrases «demasiado ocupado». Ahora ya no tengo otra cosa que hacer sino esperarte. ¿De dónde has sacado esta agenda tan simpática? … Es la agenda de la Virgen María”.

 

 

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