Con diligencia y una pluma ágil, Sor María Victoria Triviño, clarisa del Monasterio de Santa Clara de Balaguer (Lérida), brinda un valioso regalo al traer a la luz a un místico y poeta franciscano de nuestro tiempo: «Fraididío», Fray Victorino Terradillos Ortega (1942-2023).
«Fraididío» se asemeja a Francisco de Asís, adopta a Clara como guardiana, se identifica con Juan de la Cruz y, como Pedro de Alcántara, escribe cartas a merced de Jesús como un poeta inspirado. Como místico, enciende la llama de la espiritualidad.
Con delicadeza, la autora traza la semblanza y descifra la mística de Fray Victorino a partir de sus propias escrituras, cartas y notas íntimas. Triviño atiende a ReligiónEnLibertad para hablar de la figura de este interesante fraile contemporáneo.
-¿Quién era Victorino Terradillos Ortega?
-Un franciscano castellano que supo unir, apasionadamente, la mística y la sencillez, la sabiduría y la promoción de la belleza. Si se me permite esta comparación, era como un motor siempre en actividad generando espiritualidad y cultura. Abierto como un lince para percibir las nuevas corrientes de pensamiento, se renovaba continuamente.
»Dejó su huella en sus numerosas poesías y escritos; en diversos museos de arte sacro que montó con gusto; en la revista Santuario de San Pedro de Alcántara, que dirigió con exquisito tacto y varios libros publicados; en los alumnos de los colegios de Pastrana, La Puebla de Montalbán; en su actividad pastoral; en los monasterios de contemplativas, que fuimos la porción predilecta donde expansionaba lo mejor de su mística.
»Fue persuasivo para promover los talentos que descubría al paso, tanto en la espiritualidad como en las diversas formas del arte: música, literatura, escultura, pintura, poesía, etc. Desde que le conocí fue mi asesor literario. Sin su impulso, yo no habría publicado más de 40 libros. Pero era irresistible. Apenas dejaba un manuscrito en la editorial, ya me sugería nuevos títulos y: «Escribe, escribe, escribe…». No me dejaba parar: Le fascinaba el valor, la fuerza, la inmortalidad de la palabra.
»»Soltar la palabra como un ramo de olivo». La palabra cortante como «flecha que lanza la honda hasta la otra orilla», «Las palabras redondas como las piedras, hirientes como los sílex«. Siempre había que seguir investigando, avanzando. Compartimos fraternalmente nuestra espiritualidad franciscana.
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-¿Sigue siendo una figura actual? ¿qué aporta a nuestro tiempo?
-Su recuerdo sigue vivo. Si vale como prueba. Su muerte fue seguida de varios actos de homenaje en el Ayuntamiento de Arenas y asociaciones culturales. Al celebrar el primer aniversario de su muerte, el 17 de enero, en un acto multitudinario, ya se había publicado la semblanza de su vida, y se presentó su obra póstuma Otra vez la Palabra. El día de la Poesía, yo misma recité una de sus poesías en la Asociación Cultural Tertulia en Barbecho, donde él participaba y era muy apreciado como «poeta místico». También en Ávila. Licenciado en Filosofía y Letras en la Pontificia de Salamanca, aporta profundidad y sorpresa, por la sabiduría, originalidad y belleza, de su brillante decir.
-Él cultivaba la mística… ¿cree que sigue interesando esta disciplina?
-Hay grupos donde todavía interesa. En todo caso, pienso que debemos procurar que interese, es de primera necesidad. Hay mucha ignorancia religiosa en el cristianismo. A la catequesis, si es que llega, no sigue la mistagogía. Es decir, falta el discipulado con el mistagogo, con el místico que sabe transmitir la experiencia de Dios. Por eso se busca la mística fuera.
»Ya anunció Karl Rahner, que el cristiano del siglo XXI será místico o no significará nada. Y, ya hace tiempo que lo constatamos. Tal vez recojan el testigo estos grupos evangelizadores que surgen o resurgen («Emaús», RC, etc.), partiendo de una experiencia afectiva de encuentro con el Señor. Observo que el fervor les hace buscadores y están preparados para tender hacia la experiencia de Dios. Ese deseo lleva a interesarse por el crecimiento espiritual, los caminos de oración, la profundización en el conocimiento de la liturgia. Son los buscadores a los que vale la pena guiar hacia una experiencia de Dios vibrante, hacia esa vivencia inefable que colma de gozo. Tal vez son esas pequeñas comunidades la «semilla de futuro», que anunciaba Benedicto XVI.
Sor María Victoria Triviño tenía un trato cercano con el fraile Victorino Terradillos.
-¿Cómo es la espiritualidad de Fray Victorino?
-La mistagogía de Fray Victorino es franciscana, y muy abierta a la carmelitana. Vive a Jesucristo en sus misterios de gozo, dolor y gloria. Siempre con la Santa Virgen, a la que llamaba «la Madre buena». Todo está siempre presente. Le interesa enseñar a pasar serenamente las pruebas de la vida para alcanzar el abrazo del Serafín, del Resucitado, «que transforma lo amargo en dulzura de alma y cuerpo» –en decir de San Francisco-, o bien, «que regala la dulzura escondida» – en decir de Santa Clara. Y en esa vida resucitada, por la efusión del Espíritu, Fray Victorino enseña a vivir «la comunión de fe y amor». Esto es signo de la espiritualidad del siglo XXI, cumbre y clave de su mistagogía.
-¿Qué papel tiene San Francisco en la vida de Fray Victorino?
-Como franciscano, conoció, admiró e imitó al «Poverello». Vivió la pobreza y minoridad, siempre atento a servir, a ayudar. Fue muy respetuoso procurando el protagonismo y promoción de la mujer, como San Francisco lo fue con Santa Clara y sus hermanas, «sus Damas Pobres». Sobre todo vivió su mística. Cantó en sus versos a San Francisco con ternura. Cantó con pasión a las criaturas, sentía interiormente la música de la creación, de la noche, de las aguas, del viento… sobre todo del hermano fuego que le quemaba las entrañas con el deseo de Dios.
»San Francisco ha interesado siempre. Sin embargo no es justo limitar su influjo a la ecología, cosa frecuente ahora. San Francisco fue una figura polifacética, con una fuerte personalidad, que se manifiesta en otras facetas muy importantes. Su experiencia unitiva con el Señor es ejemplar. No hay que olvidar que fue el líder de un movimiento que prendió en todos los niveles religiosos y laicales de la sociedad, y colaboró para superar la crisis de la Iglesia medieval. Es el fundador de una gran orden que, atravesando tiempos de esplendor y de crisis, lleva ocho siglos de rodaje. Una Orden a la que él dio regla; es decir, forma de vida, ejemplo y estabilidad.
-¿Por qué de este libro?
-La verdad es que nunca pensé en escribir sobre Fray Victorino. Pero, apenas corrió la noticia de su deceso, me llovieron las peticiones. Otra vez: «Escribe, escribe, escribe…». Me pilló por sorpresa y ¿cómo hacerlo? Lo puse en oración y comprendí que podía y debía presentarlo como mistagogo, el que tiene experiencia de Dios y la sabe comunicar. En ese momento, amén de los datos biográficos que me facilitaron la familia y algunos frailes, contaba con una colección de cartas, unas dirigidas a sor Pilar, otras a mí, ambas clarisas. No son cartas de dirección espiritual, son de abrir el alma en un compartir fraterno.
»Sentí no poco recato en publicar estas cosas pero, al fin me decidí. En realidad revelan su alma y su magisterio. El libro tiene dos partes. En la primera trazo la semblanza biográfica. En la segunda presento una introducción sobre la mistagogía de Fraididío, su experiencia de Dios y su forma de transmitirla. Después voy ofreciendo temas desde sus escritos, confidencias, rasgos de su alma. En cuanto a la presentación, la Editorial Fonte ha hecho una impresión muy bella.
»Y entonces…, sobre la marcha, sí que me brotó un deseo: Que así como los escritos de los místicos franciscanos del Siglo de Oro estuvieron dispersos durante siglos, hasta ser reunidos y publicados por la BAC; así los escritos de Fray Victorino llamen a otros, y un día se publiquen reunidos «los místicos franciscanos del siglo XXI».
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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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