Corría el año 2016 en Río de Janeiro. Eran los Juegos Olímpicos. En las clasificatorias para la final de 5000 metros femenino, la atleta neozelandesa Hamblin se tropieza y cae al suelo, arrastrando a la estadounidense D’Agostino. La final se esfumó en ese instante para las dos. Tanto trabajado para nada. La atleta neozelandesa se quedó triste en el suelo, incapaz de levantarse, pero D’Agostino, en vez de intentar recuperarse de la caída, decide quedarse con ella para animarla a levantarse. Las dos, abrazadas continuaron la carrera. ¡El estadio enloqueció! Pero a los pocos metros, D’ Agostino, la estadounidense, se da cuenta de que el golpe le ha causado una lesión con la que no puede seguir. Derrotada, cae al suelo. Esta vez es Hamblin, la corredora neozelandesa, la que se detiene y ayuda a levantarse a su compañera. Ayudándose entre las dos, llegaron a la meta final. ¡Ahora sí que el estadio se vino abajo frente a la gesta de las dos! Los jueces, viendo el caso, decidieron clasificarlas a las dos, por encarnar perfectamente el espíritu de los juegos. Y es que en esta vida lo importante no es ganar, sino ayudar a los que nos rodean a vencer. Ganar juntos o si no, no es ganar.
«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» nos dice Jesús en el evangelio de hoy. Amar como Él nos ha amado es dejar de mirarse al ombligo y apostar por la persona que vemos que se ha caído a nuestro lado. Amar como Él nos ha amado es renunciar a mi beneficio para que los que yo más quiero tengan vida. Amar como Él nos ha amado es darse sin mirar cuanto. Simplemente darse.
Porque, ¿de qué le sirve a uno ganar el cielo si llega solo? Los cristianos nos salvamos en racimo, en familia. Nuestro objetivo es el cielo…pero el cielo no puede ser considerado así si nos faltan las personas que más queremos. Por eso merece la pena darse, entregarse una y otra vez, amar sin medida. Eso implica perder muchas veces, o no siempre salirme con la mía, incluso sufrir…pero por amor. Porque es precisamente amando cuando realmente disfrutamos de la vida con todas sus letras. Y al igual que Hamblin y D’ Agostino, descubrimos que lo mejor en esta vida no es llegar primeros, sino llegar juntos. ¡Ganar juntos!
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