El Observatorio de lo Invisible (OI) se presenta como una escuela de verano para estudiantes de distintas disciplinas artísticas desarrollada mediante una experiencia inmersiva de arte y espiritualidad. Desde el pasado 22 de julio, los asistentes al emblemático Monasterio de la Santa Espina (Valladolid) donde tiene lugar, disfrutan de diez talleres prácticos impartidos por reconocidos artistas asignados a cada uno de ellos.
Los inscritos también participan de visitas de otros representantes, como sucedió en la tercera jornada, este 24 de julio, con el invitado Horacio Fernández, historiador de la fotografía, comisario de exposiciones y profesor de Historia de la Fotografía en la facultad de Bellas Artes de Cuenca.
El historiador se prestó a acompañar a los alumnos y revisar sus portfolios para aconsejarles sobre su carrera, ofreció también una conferencia titulada “Negro como la mañana luminosa”. En ella realizó un recorrido por las fotografías y las imágenes, asemejándolas a “ventanas y espejos”, de sucesos como la Segunda Guerra Mundial y el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima.
¿Se puede pintar lo invisible?
“¿Se puede pintar lo invisible? Sí. ¿Se puede fotografiar lo invisible? Sí. Desde el principio, el arte se ha encargado de lo invisible”, afirmó Fernández, que comenzó su disertación proyectando mapas de Guy Débord o Asger Jorn y revelando cómo se utilizaban para marcar el lugar de los bombardeos. Después, llegarían las pinturas John Piper o Graham Sutherland y las fotografías de las estelas de los aviones, “que se convierten en mapas del cielo y el desastre”.
La fotografía de la destrucción se transformaba en libros de arte, como Coventry bajo el fuego. Los artistas pintaban plein air las consecuencias de la guerra, y en otras ocasiones la interpretaban, como en el caso de Karl Hofer o Conrad Felixmüller, que a su vez se inspiraba en las fotografías de Hermann Claasen.
A continuación, Horacio Fernández se trasladó al Japón de la guerra y la posguerra, y desveló cómo fotógrafos y cineastas se sintieron atraídos por aquella belleza terrible.
Sin embargo, hasta 1952 no se publicaron: «El relato de lo que allí había sucedido (y seguía sucediendo) fue un misterio hasta la retirada de Estados Unidos. Fotógrafos japoneses como Ken Domon establecen una relación directa con la realidad, son ‘ventanas puras’, sin intervención, mientras que artistas como Shigejiro Sano interpretan las consecuencias de la bomba atómica años después de su lanzamiento».
Siloé: “Es un milagro que exista un lugar como este”
El vallisoletano Fito Robles, del grupo Siloé, que acaba de lanzar su cuarto álbum (Santa Trinidad), visitó también el Observatorio de lo Invisible para compartir un rato de charla (y música) con alumnos y profesores.
«Me alucina esto, me quedaría a vivir aquí. Es un milagro que exista un lugar como este», expresó Fito, que se mostró feliz de que el OI se sienta acogido por su tierra.
«El artista es de la tribu, de la sociedad: es el encargado de narrar los problemas que tenemos, lo que todos llevamos por dentro», dialogó antes de cantar uno de sus temas más conocidos, Todos los besos.
«La mayoría de las heridas proceden de no sentirnos queridos. ¿Pero qué sucede al contrario? ¿Qué pasa cuando nos sentimos inmensamente queridos y amados? Entonces tenemos capacidad de darnos, entregarnos», expresó. Después interpretó una de sus canciones favoritas, Esa estrella, y dio un último mensaje: “A veces parece que todo va a ir mal, pero no es verdad: estamos hechos de esperanza”.
La noche acogió un recital poético de Jesús Cotta, profesor del taller de poesía, y sus alumnos, con musicalización de Ignacio Yepes.
Nicolás de Maya: “El vínculo unitario es la creación artística”
El taller de escultura se ha trasladado al entorno natural que rodea el Monasterio de la Santa Espina, cerca del estanque. Allí, Nicolás de Maya, especializado en pintura y escultura, interactuó con sus alumnos, rastreando la huella del agua viva.
“En este taller, como en todo el OI, buscamos observar lo invisible, que es el estado emocional que se produce en los encuentros entre personas, y el vínculo unitario es la creación artística. En este taller intentamos entender el elemento base, que es el agua en su interacción con la tierra, con cualquier modelo de creación interdimensional”, desveló.
Los alumnos se encuentran en un medio natural y realizan un “registro interno” para saber qué quieren entender y qué supone para ellos el agua.
«Lo más importante del Observatorio es todo lo que se genera de sinergias y encuentros de personas de diferentes disciplinas. ¿Cuál es la huella que ha dejado el agua en nuestra vida? Con el registro de esa huella crearemos un camino conceptual entre todos y haremos una pieza conjunta con todas las ideas que cada uno ha aportado a ese discurso», propuso.
El Observatorio de lo Invisible continúa en Valladolid hasta el domingo 28 de julio, momento en el que se despida con una misa abierta al público.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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