Ahí lo tenéis; miradlo con fe viva: ese es Jesús… En esa Hostia Divina lo vio Su Sierva Margarita María; desde Ella oyó Su voz arrobadora, Sus lamentos, los sollozos de Su Corazón, despedazado por los tormentos del amor y de la ingratitud humana… Ahí le tenéis; miradle: ese es Jesús, el Dios tierno, dulce y misericordioso de Paray-le-Monial.
Transportémonos en espíritu a esa capillita humilde y misteriosa, y, en compañía de la predestinada Margarita María, con la frente en el polvo y con el alma henchida en fervores de Cielo, adoremos a Jesucristo, que nos quiere hablar, en esta Hora Santa, de los anhelos, de las tristezas, de las victorias y de las Divinas promesas de Su Sagrado Corazón… ¡Ahí lo tenéis, miradlo con fe viva: ese es Jesús!
(Pausa)
(En este último día del año, pedidle que perdone muchas faltas, muchas infidelidades, mucha tibieza; pero agradecedle, al mismo tiempo, en unión con María, el sinnúmero de gracias y mercedes con que os ha colmado Su amable Corazón).
la Comunión Reparadora
Levantad los ojos, hijitos Míos, y aunque confundidos porque sois culpables, miradme sin recelo; no temáis, pues soy Jesús, que os ama perdonando…
(Pausa)
(Un Dios está pendiente de nuestros labios; respondámosle con pasión del alma).
Las almas. Como el ciervo sediento busca la fuente de las aguas, así, apasionados de Tu Corazón, nos abalanzamos a Ti, ¡oh, Fuente!, ¡oh, Vida!, ¡oh, Paraíso, Jesús-Eucaristía!… No es una mera palabra, Señor, no: es una solemne promesa la que hacemos en esta Hora Santa la de vivir de Eucaristía en desagravio de la ausencia dolorosa de tantos hijos Tuyos, que jamás comulgan…
(Todos, en voz alta)
(Pausa)
(No olvidéis: lo que acabamos de decirle no es una palabra que se desvanece como el entusiasmo de un momento: es una resolución, es una gran promesa de comulgar con suma frecuencia en espíritu de desagravio).
Vuestro amor ardoroso me alienta… Me siento reconfortado con vuestra promesa, y ya que ella es tan fervorosa y sincera, atended todavía, hijos de Mi Corazón, un segundo pedido de vuestro Dios y Maestro…
Quiero que me dediquéis un día de especial consuelo…; quiero sentiros en él más cerca de Mi Corazón Divino; en beneficio vuestro, quiero colmaros en ese día privilegiado de aquellas gracias que reservo a los muy fieles, a los muy míos… Que ese día de amor y de celo, de reparación y de consuelo, sea el Primer Viernes…
Dedicádmelo con especial cariño, celebradlo en alabanza mía con particular fervor… Sí, vosotros todos, que me comprendéis mejor que el mundo, venid cada Primer Viernes al comulgatorio, venid a visitarme, con el amor de los serafines, en Mi Santa Eucaristía, y tomad ahí el asiento de Juan, Mi predilecto, y habladme ahí el idioma de Margarita María, Mi venturosa Confidente…
Y luego, en silencio, recogidos ante el Altar, buscando el calor de Mi Pecho, puestos el alma y los labios en la herida de Mi Costado, habladme de todo lo que os aflige e interesa, nombradme a los que amáis y que no me aman, contadme vuestras ambiciones de santidad y vuestras miserias, confiadme vuestras amarguras, decídmelo todo, todo… El Primer Viernes será día de gracia hasta la consumación de los tiempos; día de gran misericordia…
Recogedla superabundante para el hogar querido, para los pecadores; ¡ah!, y en este día pedidme especialmente por Mis Sacerdotes y Apóstoles, rogad por ellos, que sean santos y que santifiquen las almas que les he confiado… Y ahora, escuchad: voy a daros mi palabra en garantía de una infinita recompensa: “En el exceso de Mi Misericordia, os prometo, a todos los que comulguéis nueve Primeros Viernes consecutivos, la gracia de la penitencia final; si esto hacéis, no moriréis en Mi desgracia, ni sin recibir los Sacramentos, y, en vuestra última hora, encontraréis asilo seguro en Mi Divino Corazón”. ¿Qué respondéis amados Míos a esta palabra que agota Mi Omnipotencia, entregándoos, para el tiempo y la eternidad, mi Corazón?…
(Pausa)
(Aunque ni en el Cielo podremos pagar tantas larguezas, comencemos desde aquí ante el Altar, nuestra eterna acción de gracias… Hablemos a Jesús con palabras de fuego).
Las almas. ¡Oh, Jesús, por cumplir con el deber de amarte, Tú nos puedes ofrecer un Cielo, porque eres Dios… Pero nosotros, pobrecitos, ¿qué podremos darte en pago de habernos amado gratuitamente…, y hasta el exceso de la Cruz y de la Eucaristía?…. ¿Qué diéramos, Jesús, por tener en este instante los incendios de San Juan, de Magdalena y de San Pedro; los heroísmos de holocausto de Margarita María, y la caridad incomparable de Tu Madre, para saciarnos de amor, para enloquecer de amor, para morir de amor entre las llamas de Tu dulce y adorable Corazón?…
Nos pides, Señor, la celebración de un día… Quieres que te consagremos en especial los Primeros Viernes… Sí, Jesús, ¡oh, sí!, todo él será Tuyo: de la alborada hasta el anochecer, en cada latido de nuestros corazones habrá para Ti una palabra, un afecto, un suspiro de gratitud y de consuelo… En cambio, no te pedimos, Maestro muy amado, sino una gracia, y es que sigas siendo benigno y paciente en soportarnos, no obstante las muchas y constantes miserias de nuestra voluntad, tan tornadiza y frágil… ¡Tennos piedad, Señor!… No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
(Todos, en voz alta)
(Breve pausa)
Y como nos lo has pedido, Señor, queremos rogar por Tus Sacerdotes, por los Ministros de Tu Altar y Tus Apóstoles… Dales, amado Salvador, la luz de una Fe muy viva… Dales el don de una Caridad sin límites… Dales el tesoro de una Humildad a toda prueba… ¡oh!, dales, Jesús, resolución de Santidad y Pasión, celo ardiente por Tu Gloria… Y puesto que la mies es mucha, aumenta, Jesús, los segadores realmente santos del campo de Tu Iglesia, y envía a Tu viña obreros según Tu Corazón…
(Pausa)
Todos los que estáis aquí, todos me sois particularmente queridos… Vuestras almas enamoradas y compasivas me supieron a miel y néctar en la hora más horrenda y angustiosa de Mi Pasión: ¡en Mi agonía de Getsemaní! Yo os vi entonces, entre las sombras del Huerto… Vosotros me amáis, ¡oh, sí!, me amáis, ciertamente, mucho más que tantos otros hermanos vuestros…
Mi Corazón herido, Mi Corazón que llora, el Corazón agonizante de vuestro Hermano Primogénito, es herencia vuestra, que no os será jamás arrebatada, ¡jamás!… Hacedme, pues, Cautivo vuestro en la Hora Santa; encadenadme a vuestras almas, y llevadme prisionero a vuestras casas…
Para eso os he llamado, amados Míos; con ese objeto habéis llegado ante este Altar… ¡avanzad! Yo Soy Jesús de Nazaret…; aquí tenéis Mis manos…, Mis pies…: encadenadme con cadenas de amor…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. ¿Olvidáis entonces vuestros intereses terrenales?… ¿Qué queréis que os dé, como suprema recompensa?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. Pero, ¡qué!, ¿no quisierais bienes temporales de fortuna o de salud? Habladme, ¿qué pedís en pago de esta Hora Santa?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. Hijitos Míos tan amados, vuestra generosidad me conmueve hondamente… No temáis; decid, ¿qué puedo daros, qué tesoro pedís en galardón por vuestro generoso olvido?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Ese es, almas queridas, el lenguaje de los Santos… Con él me habéis vencido… Hablad, pues; decid lo que solicitáis sin más demora…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Al contestarme así os abandonáis sin reserva en Mis brazos… Aquí tenéis Mi Corazón; disponed de Él… Expresadle cuál es vuestro íntimo deseo…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Pero en tantas penas y sinsabores de la tierra…, en el desengaño del amor de las creaturas, ¿no tenéis alivio y consuelo qué pedirme?… ¿Qué lenitivo, qué bálsamo queréis que os dé?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Y por ese gran deseo de amarme, por ese afán de darme inmensa gloria, ¿qué pago anticipado de justicia me reclamáis aquí en la tierra?…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Consoladores busqué y los he encontrado en espíritu y en verdad… Pero en la hora de vuestra agonía, cuando estéis ya por despediros de la tierra, ¿qué me pedís por haber consolado en la Hora Santa a vuestro Dios en Su agonía?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
(Ofreced al Sagrado Corazón hacer durante toda vuestra vida el bellísimo ejercicio de la Hora Santa, y prometedle propagar esta práctica salvadora).
(Pausa)
Los enemigos os cercan…, la tempestad arrecia y os azota con furor, hijitos Míos, la tempestad de aquel abismo en que se me maldice a Mí y en que se condenan, con desdicha eterna, los que quisieron luchar sin los auxilios de Mi gracia… Ruge violento y crece ese huracán, hirviente en cólera satánica, que busca la muerte de las almas…
Pero no temáis, pues Yo he vencido al mundo y al infierno…; quedad en paz… He aquí que os traigo ahora un signo seguro de bonanza…, una enseña de victoria: ¡Mi Corazón Divino!… Caed de rodillas y temblando de amor inmenso, aceptadle primero…, y luego adoradle, sí, adoradle como que es el Corazón de vuestro Dios y Salvador, que os ha amado hasta la locura del Calvario y de la Hostia… Sus palpitaciones de misericordia y de perdón son las palabras…, son los gemidos con que os suplica que le améis por encima de todas las cosas del Cielo y de la Tierra…
¡Oh!… y por Sus espinas, por la Cruz que lo corona, y sobre todo, por la ancha y sangrienta herida que lo tiene lacerado, os conjura que le deis inmensa gloria…, que lo hagáis conocer y amar de tantos infortunados, que necesitan de esta Fuente milagrosa de resurrección…
(Lento y cortado)
Venid, pues, los desterrados de un paraíso terrenal…; no me temáis y entrad por Mi Costado, donde hallaréis la paz del alma que anheláis…
Venid, venid pronto los que tenéis amargada el alma en los placeres envenenados de la tierra…; no tardéis; entrad en Mi Costado en plena juventud; entrad en Él, en el atardecer de la existencia; entrad, no fuera, sino en la postrera hora de la vida… y encontraréis ahí, recobrando para siempre, un Paraíso de eterna Paz y de Amor eterno…
Venid… Longinos abrió las puertas de Mi Corazón… Yo he rasgado más aún esa Herida redentora… y llamo a los justos, a los pecadores, a los ingratos, a los afligidos y les ofrezco, en esa Llaga, a todos, una Mansión de dicha eterna… ¡Quien se consagre al Amor de Mi Corazón…, tendrá la Vida!
(Pausa)
Las almas. ¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste la victoria a las huestes que combatieran con el lábaro de Tu Sagrado Corazón…
(Todos, en voz alta)
(Si tuvierais alguna intención particular apremiante y grave, hacédsela presente).
¿Sabéis, hijos de Mi Corazón, por qué os amo tanto y por qué me inclino, con maravilloso desbordamiento de ternura hacia vosotros?… ¡Ah!, oídmelo: ¡porque a vuestra pequeñez y miseria, porque a vuestra orfandad, pobreza e infortunio debo el ser Hermano vuestro…, el ser Jesús!… El abismo de vuestra nada y de vuestra culpa atrajo el de Mi Misericordia, y para él y por él fue creado así, de carne, como el vuestro, este Corazón que es todo Ternura e infinita Piedad…
Era preciso, pues, que los niños, los pobres, los tristes, los desamparados, los desechados de la tierra y este vuestro Salvador tuviéramos un día propio, un día grande y único, un día de regocijos celestiales, en que celebraríamos nuestra eterna unión por nuestro desposorio eterno. Ese día incomparable será el Viernes siguiente a la Octava del Corpus, y será llamado el día de Mi Sagrado Corazón… Es Mi Voluntad que sea ésta la gran Fiesta de la tierra, la Fiesta genuina de los mortales, de los que sufren, de los que vivís Conmigo bajo tienda en el desierto: ¡vuestra Fiesta, hijitos Míos!…
Celebrad en ese Viernes la gran Pascua de Mis misericordias; celebrad la conquista de una tierra ingrata con las lágrimas y el perdón de vuestro Dios… Cantadme en ese día… Regocijaos con alegría no enturbiada… Cantadme Rey amable de vuestros hogares… ¡Ah, sí: cantadme triunfador de paz y de humildad por las inagotables ternuras de Mi Benigno Corazón!…
(Pausa)
(Prometedle celebrar con íntimo regocijo, ante el altar y en vuestros hogares, como fiesta de familia, la gran fiesta del Sagrado Corazón).
Las almas. ¡Oh, sí!, Jesús, queremos cantar ahora en Sión, aquí en la tierra, un himno de acción de gracias, un cantar de Eucaristía, que los Ángeles no sabrían entonarle, porque ni han pecado, ni han sufrido…, ni jamás han comulgado… Nosotros, los perdonados, anegados en llanto de amargura y de reconocimiento, queremos decirte con los discípulos de Emaús, al terminar esta Hora Santa y feliz: ¡Quédate con nosotros, Corazón de Jesús!
(Todos, en voz alta)
(Cinco veces)
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