24/12/2024

Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria

Martes 24-12-2024, feria mayor (Lc 1,67-79)

«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo». Tras el nacimiento de Juan el Bautista, a Zacarías se le soltó la lengua y, movido por el Espíritu, se puso a alabar bendiciendo a Dios. Su cántico –conocido como el Benedictus– lo repite desde tiempo inmemorial la Iglesia entera cada mañana a la salida del sol, en el rezo de Laudes. Es además, el cántico evangélico que nos prepara ya de forma inminente para la venida del Señor en la Navidad. «El Señor ha visitado y redimido a su pueblo»: así se resume en una frase el impresionante Misterio que mañana vamos a celebrar. Nuestro Dios ya no es un Dios lejano, perdido en la inmensidad de su trascendencia infinita. Todo lo contrario. Él se ha hecho cercano, uno de nosotros, y se ha aproximado a nuestra humilde condición. Él nos ha visitado a nosotros, que tanta necesidad teníamos de su redención. Esa visita del Señor es descrita por Zacarías como «una fuerza de salvación» suscitada en medio de su pueblo. A partir de ahora, la salvación de Dios tiene un nombre y un rostro concretos: Jesucristo.

«Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia». Si echamos un vistazo a nuestro mundo de hoy, vemos como tantas y tantas personas viven atenazadas por el miedo, esclavizadas por tantos enemigos de su felicidad. No pocas veces podemos tener la impresión de que la tierra yace en las tinieblas de la ignorancia, el error o el pecado. El sufrimiento, el dolor y la muerte ejercen su dominio sobre una humanidad que no puede salvarse con sus propias fuerzas. ¿Qué nos queda, entonces? ¿Qué podemos esperar? La venida del Señor supone –tal y como lo canta Zacarías– la liberación de todos nuestros temores y la victoria sobre todos nuestros enemigos. Nosotros no podemos solos, pero Jesucristo sí. Él nos ha rescatado y liberado. Él, haciéndose esclavo por todos nosotros, nos ha hecho libres. En ese niño que va a nacer la humanidad entera recobra la santidad y justicia que perdió en el Paraíso por culpa de Adán y Eva. En Jesús el hombre recobra su hermosura primera, recupera la imagen divina empañada por el pecado y renace como hijo de Dios. ¡Todo un Dios en un niño pequeño!

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto». Los evangelios no especifican en qué época concreta del año nació Cristo en Belén. Sin embargo, desde muy antiguo la Iglesia ha celebrado la solemnidad del nacimiento del Salvador en los días del solsticio de invierno. Estamos ahora en los días del año con menos horas de luz y más horas de oscuridad. Parece que los días se abrevian y las noches se alargan sin fin. Pero a partir de estos días amanece una nueva esperanza, porque lo que parecía un triunfo irremediable de la oscuridad se detiene. La noche empieza de nuevo a retroceder. Esta fiesta anual de la victoria del sol sobre la noche es un símbolo de la vitoria definitiva de Cristo sobre el mal. Sólo Cristo es capaz de detener el triunfo del pecado y de la muerte. Sólo Él nos trae la verdadera luz, que ninguna tiniebla puede apagar: “Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.”