El deporte era el pan de cada día de Jessica Langrell, a la que además se le daba cada vez mejor en su Australia natal, hasta que un día Dios tocó corazón a algo mucho más grande. Hoy su nombre es el de hermana Mary Grace, pertenece a las Sisters of Lige, vive en el Bronx de Nueva York y el pasado mes de agosto profesó sus votos perpetuos.
En una entrevista con Catholic Weekly, sor Mary Grace afirma que sólo Dios podría haberla llevado a un convento a 16.000 kilómetros de distancia de su querida familia, amigos y de las playas de Sydney e incluso de la posibilidad de representar a Australia en los Juegos Olímpicos en la modalidad de rugby.
“Cuando era niña nunca vi a una monja. Ni siquiera estaba en mi radar. En todo caso, me aterrorizó algo que estaba tan distante. Honestamente, ni siquiera pensé que la gente estuviera haciendo esto ya, al menos no de buena gana o felizmente”, confiesa.
Sin embargo, esta religiosa asegura que «Dios quiere nuestra felicidad, quiere nuestra alegría y nos ha llamado a amar de maneras particulares y únicas, y creo que todos estamos esperando que nuestros corazones cobren vida en el amor».
Cuando la Jornada Mundial de la Juventud llegó a Sydney en 2008, conoció a miembros de una nueva congregación, las Sisters of Life (Hermanas de la Vida), del distrito del Bronx de Nueva York, y nunca imaginó que las seguiría hasta el final, cinco años después. Esta entonces adolescente apasionada por el deporte, recién saliao de la escuela, esperaba hacer carrera como deportista profesional.
Pero sus conversaciones con estas monjas, cuya congregación tiene una edad promedio de alrededor de 30 años, la impactaron poderosamente. “No era su vocación, era que eran mujeres realmente vivas y enamoradas de Dios”, explica.
De este modo, señala que “Dios era real para ellas, estaba vivo, estaba marcando una diferencia en sus vidas y no se trataba sólo de ser un buen católico. Para mí fue algo tan hermoso de presenciar y cuando lo vi por primera vez me di cuenta de que me faltaba eso en mi propio corazón”.
Aunque “no fue golpeada por un rayo vocacional instantáneo”, comenzó a orar de manera diferente desde ese momento, y mientras estudiaba, trabajaba y socializaba, dice que también encontró al Señor en su corazón. “Comencé a hablar realmente con Dios sobre lo que estaba pasando dentro de mí. Y yo pensé: ‘¿Qué acaba de pasar allí? ¿Quién eres? ¿Eres real? ¿Puedes hacer esa diferencia en mi vida?
Sor Mary Grace, con una joven en una misión universitaria.
Cuando tenía poco más de 20 años, se le presentaron dos oportunidades. Hizo arreglos para pasar un mes con las Sisters of Life (Hermanas de la Vida) para discernir si tenía una vocación religiosa, pero también hizo una prueba para el primer equipo olímpico femenino de rugby a siete de Australia.
Recibió la llamada para informarle que había formado parte del equipo de entrenamiento olímpico mientras esperaba para montarse en el avión que la llevaría a Nueva York a esta experiencia vocacional. “Dijeron: ‘Nos gusta lo que tienes y ¿podrías reservar los próximos dos años para esto?’”.
“No podía creer el momento. Honestamente, era difícil no pensar que Dios se estaba burlando de mí. Yo estaba como, ‘¡Tienes que estar bromeando!’. Pero Dios sabía que era exactamente lo que necesitaba. Quería mostrarme: ‘Este es tu mayor deseo en la vida, lo que crees que te dará más significado, ahora déjame contarte sobre tu corazón y mostrarte quién eres realmente’”, relata sor Mary Grace
Ese mes luchó con todas sus esperanzas y temores acerca de la vida religiosa, escribiendo “páginas y páginas” a favor y en contra. Pero en un momento de oración comprendió que Dios sólo le pedía que descubriera sus esperanzas más profundas. “Envió este torrente de libertad a través de mí, ya que me di cuenta no de que Dios me estaba llamando a ser Hermana de la Vida como tal, sino que Dios quería escuchar de mí lo que realmente quería, que era amarlo y servirlo. Lo que vi que hicieron estas hermanas”, afirma.
Prosigue su testimonio señalando que “lo que necesitaba era un momento en mi vida para darme cuenta de que no se trataba sólo de lo que hacía como católica, sino de con quién tenía una relación y de que Dios me conocía, me amaba y se trataba de que yo viviera una vida plena y viva”.
Y finalmente se lanzó a los brazos de Jesús. Hizo sus primeros votos temporales en 2018 y pasó tres años en Canadá sirviendo a mujeres embarazadas vulnerables y a mujeres que sufren después de un aborto. Todavía ama el deporte y en su tiempo libre corre, camina con sus hermanas o juega baloncesto. “Uno de los regalos de la vocación religiosa es que, si bien digo ‘no’ a mi familia inmediata y a la posibilidad de tener mis propios hijos, renunciar siempre es por un gran ‘sí’”, explica Sor Mary Grace.
“Dios pregunta a algunas personas: ‘¿Ofrecerías el regalo de tener tus propios hijos para poder mirar a cada ser humano como si fueras la madre de esa persona, ese niño o mujer que te precedió, este anciano que estás visitando? en el hospital o la persona con la que te cruzas en la calle? Eso no es posible a nivel humano, pero Dios lo hace posible y me he asombrado de las personas que he amado como si fueran mías. Para mí ese es uno de los mayores testimonios de la gracia, el poder y el amor infinito de Dios; cuando puedo estar sentada con una mujer que comparte la profundidad de su dolor y sufrimiento al experimentar un aborto, todo lo que ha pasado y las presiones que estaba experimentando, y mientras la escucho, realmente experimento en mi propio corazón y en mi propio ser un amor tan compasivo”, añade.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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