14/01/2025

Joven pianista china, llegó a la fe preguntándose por ese «Dios que muere» en una obra de Vivaldi

«¿Cómo puede Dios morir?». Ésta es la historia de una pianista atea que empezó a hacerse preguntas por el Gloria de Vivaldi. Y de cómo, gracias a su amistad con un sacerdote, se convirtió y aprendió a perdonar. «Rezo para que los jóvenes de China puedan ver y seguir la verdad, y no a la sociedad», dice.

Leone Grotti ha hablado con Weng Yirui en el número de enero de 2025 de Tempi:

La partitura y la cruz

«¿Qué historia es ésta?». La pregunta que Weng Yirui hizo a su profesor de música sacra en 2018, interrumpiendo de repente la interpretación al piano del Gloria de Antonio Vivaldi, no es exactamente el tipo de pregunta que se suele escuchar en el Conservatorio de Milán. Los alumnos suelen omitir el texto y centrarse en la partitura o en la técnica. Pero Yirui no sabía lo que era una misa y mucho menos un «cordero de Dios» y, cuanto más intentaba el profesor, asombrado, resumir con pocas palabras la historia de Jesús, la más conocida del mundo, que hoy en Occidente casi damos por sentada, más insistía la joven china con sus preguntas.

El ‘Gloria’ de Vivaldi, con su mención al ‘Agnus Dei, Filius Patri [Cordero de Dios, Hijo del Padre]’, despertó la inquietud de Yirui.

«¿Cómo puede Dios morir?«, preguntaba sorprendida sin prestar atención a la incredulidad de su interlocutor. «¿Y por qué deberíamos celebrar su muerte?«. Yirui se había trasladado a Italia, patria de la ópera, desde la lejana Hangzhou, a más de 9.000 kilómetros hacia el este, en China, por amor a la música. Y no podía imaginar que el origen de aquellas melodías que tanto la habían fascinado era mucho más profundo que la mera creatividad del artista.

«Antes de llegar a Italia en 2016, con 22 años, nunca había visto una iglesia«, cuenta Yirui a Tempi, recibiéndonos en el estudio de su casa de Milán, mientras desde la habitación contigua un majestuoso gato de suave pelaje gris produce una sinfonía de fondo paseando perezosamente sobre el teclado del piano.

Bautizarse en Milán

Todo en casa de Yirui habla de música: los libros de texto del Conservatorio ordenados en las estanterías de la librería, las partituras sobre las mesas y las sillas, los carteles de La Traviata de Giuseppe VerdiLas bodas de Fígaro de Wolfgang Amadeus Mozart colgados de las paredes.

Y entre ellos, destacan una copia del icono ortodoxo más famoso del mundo, la Theotokos de Vladimir, una de la Virgen de Sheshan, la más conocida de toda China y una del Crucifijo de San Damián, el que según la tradición, en 1205 habló así al poverello de Asís: «Francisco, ve y repara mi casa, que, como ves, está toda en ruinas».

La Virgen de Vladimir, la Virgen de Sheshan y el Crucifijo de San Damiano.

Hay una iglesia en su ciudad natal, pero Yirui, nacida el 8 de agosto de 1994 en Hangzhou y «renacida» con el nombre de Eleonora el día de su bautismo en Milán, el 8 de abril de 2023, nunca había reparado en ella. Sus padres, ateos, siempre le habían enseñado a creer sólo en sí misma y en el trabajo duro. La madre es profesora de Física en un instituto, su padre de Psicología; la única filosofía permitida en casa siempre ha sido la utilitarista. «Ellos nunca han creído en nada. Mi padre, además, es miembro del Partido Comunista chino«: por tanto, seguía el ateísmo también por contrato. Sólo en Nochevieja la familia Weng iba al templo budista a «quemar unas velas de incienso», más por tradición que por otra cosa.

«No hagas preguntas inútiles»

En realidad, Yirui tenía muchas preguntas, pero su madre siempre las cortaba de raíz. «Un día llegué de la escuela y le pregunté de dónde venimos y adónde vamos después de la muerte», cuenta la pianista. «Mi madre se sentó a la mesa, abrió su libro de física y me explicó el origen científico-material del mundo. Luego lo cerró y me dijo: ‘No hagas más preguntas inútiles’«.

No pudiendo expresarse con palabras («en China no hay mucha libertad entre padres e hijos»), Yirui aprendió a hablar a través de la música. La chispa de la pasión prendió en ella a una edad muy temprana. «En Hangzhou, vivíamos en el campus de la escuela donde mis padres enseñaban. Después de las clases, a menudo me dejaban tocar en las aulas. Un día vi un piano y empecé a tocar las teclas por diversión. Me gustaba el sonido. Mi padre me vio y me preguntó si quería aprender. Le dije que sí y desde entonces no he parado».

A través de la música, Yirui pudo expresar esas emociones que siempre había tenido que reprimir en casa. Sentada frente al piano, le resultaba fácil hacer lo que parecía imposible en su escritorio: concentrarse. «Cuando toco, el tiempo parece detenerse y es cuando me siento realmente cómoda. Para mí la música es muy importante, es el instrumento para hablar de mí misma. Por eso también me he acostumbrado a captar todos sus matices».

Como la belleza de la armonía en Johann Sebastian Bach, algo «increíble que nunca había percibido en otras composiciones». Su profesor en China «se centraba sólo en la técnica, para él era suficiente que yo supiera interpretarlo perfectamente de principio a fin. Pero parecía haber algo más en aquella música, aunque yo no entendiera el qué. Hoy sé que sin Dios esos motivos nunca habrían existido, pero en China ni siquiera se mencionaba el tema».

El ‘Gloria’ de la ‘Misa en Si menor’ de Juan Sebastián Bach.

A veces alegre, a veces triste

Yirui conoció el cristianismo en 2016, cuando decidió trasladarse a Italia. Graduada por la Universidad Normal de Hangzhou, se especializó en didáctica, piano y canto. «No me gusta ser solista, me gusta colaborar con los demás», continúa, ajustándose un mechón de su larga melena castaña. «Por eso decidí ejercer de acompañante de coro, para ayudar a los cantantes». La patria de Giuseppe Verdi era el lugar ideal para cultivar su pasión y convertirla en profesión y justo buscando información en internet sobre el Belpaese, Yirou se topó por primera vez con un término desconocido: «Italia es un país ‘católico’«.

Tras trasladarse a Milán para estudiar el idioma, pronto se dio cuenta de lo que significaba el término. «Uno de los primeros lugares que nuestro profesor de italiano nos llevó a visitar fue el Duomo y me quedé boquiabierta: nunca había visto nada tan bonito e inmediatamente me pregunté por qué se había construido un edificio tan magnífico». Luego, paseando por el centro, se dio cuenta de que «había una iglesia casi en cada esquina» y una vez entró en una: «Me sorprendió el silencio. Vi a esa gente, sentada en los bancos, o de pie, sin hablar. Me pregunté qué estarían haciendo. Luego me di cuenta de que todos miraban el crucifijo y no comprendía por qué».

Esas preguntas latían en su interior como brasas humeantes bajo las cenizas y se despertaron en 2018, en su segundo año en el Conservatorio de Música de Milán, cuando empezó un curso de música sacra. El profesor, ateo, no podía responder a sus preguntas y ella se dio cuenta de que si quería entender esa música «espléndida, a veces alegre y a veces triste», tenía que comprender la cultura italiana y «profundizar en la religión católica». La oportunidad llegó en 2020. «Después de graduarme, empecé a trabajar en el Conservatorio de Novara. Un compañero me llevaba a la ciudad piamontesa. Era católico e iba a misa todas las mañanas. Yo le esperaba en la puerta de la iglesia y después me subía al coche con él».

La desventaja de ser bueno

Durante el trayecto, Yirui encontró respuestas a muchas de las preguntas que se planteaba, pero no a todas, principalmente por la barrera del idioma. Así que su compañero buscó un sacerdote chino que pudiera ayudarla a entender y la confió al padre Francesco Zhao, responsable de la comunidad católica china de Milán. «Me preguntó si creía en algo y le dije que sí, aunque no sabía en qué. Don Francesco nunca intentó convertirme y al principio no tenía intención de hacerlo. Sin embargo, empecé a ir a verle una vez a la semana: el primer año estudié con él el Antiguo Testamento y el segundo, el Evangelio«.

Yendo a ver al padre Francesco, Yirui también conoció a la comunidad católica china de Milán y quedó profundamente impresionada. «Aquellas personas ni siquiera me conocían, y sin embargo me querían como si fueran mi familia. Les miraba y no dejaba de preguntarme por qué». Durante un viaje a Asís en 2021 con el padre Francesco, intrigada, pidió al sacerdote por primera vez que le enseñara a rezar. «Quería comprender lo que la gente hacía en la iglesia. Me habían dicho que se podía hablar con Dios y tenía muchas preguntas que hacerle. La oración cambió literalmente mi vida«.

Empezando por el trabajo. «Empecé a trabajar muy pronto como profesora de canto y acompañante de piano«, explica Yirui. «Me encontré con muchas dificultades y sufría mucho estrés antes de los conciertos. Me aterrorizaba la idea de cometer errores y llegó un momento en que no pude soportarlo más. Un día, antes de un concierto, probé a rezar, recité un Ave María y dije: ‘Tocaré este concierto por ti, protégeme’. Para mi asombro, toqué mejor y no me equivoqué en nada. A partir de ese día, empecé a rezar más a menudo».

A finales de 2022, Yirui se dio cuenta de que quería ser parte de la Iglesia católica y empezó el catecismo con el padre Francesco. Fue un viaje apasionante y a la vez agotador: «No fue fácil entender por qué Jesús enseña a perdonar, no es lo que aprendí en China. Si alguien me hace daño, pensaba, ¿por qué debería perdonarle? Si hago el mal, ¿cómo puedo perdonarme a mí mismo? Mis padres me educaron a protegerme, defenderme y a no ser demasiado buena porque la gente se aprovecha de los buenos. En cambio, la Iglesia considera que el que perdona es fuerte y valiente. Mi madre siempre me decía que no podía permitirme cometer errores, que tenía que ser perfecta y siempre tenía miedo a fracasar. El encuentro con Dios cambió realmente mi vida, porque ahora ya no tengo miedo».

La misa en Hangzhou

Es como si Yirui hubiese tenido que empezar de cero: «En China, a los niños se les enseña a tomar las riendas de sus propias vidas y a controlar su propio futuro. El padre Francesco, en cambio, me empujó a dejarme guiar por Dios y a seguir el camino trazado para mí. También me explicó que no todo es sencillo y que cada uno debe llevar su propia cruz a cuestas y seguir a Jesús«.

Yirui pensó que era una metáfora, que el bautismo borraría el mal de su vida, que Dios la protegería y que todo sería de color de rosa a partir de entonces. Evidentemente, no fue así. De hecho, después del bautismo, el compañero que había desempeñado un papel tan importante en su descubrimiento de la fe y que se había convertido en su jefe «empezó a comportarse de forma extraña, utilizaba su influencia sobre mí de forma equivocada, me controlaba». Yirui, para quien en aquel momento el trabajo lo representaba «todo», se vio obligada a renunciar a su empleo para escapar de su influencia, a pesar de que acababa de obtener un contrato indefinido.

A partir de febrero, durante tres meses, estuvo en casa sin trabajo, y atravesó una época de crisis, «no quería ver a nadie». No entendía cómo el hombre que le había ayudado a descubrir a Dios podía comportarse así. Entonces un periodista del Opus Dei le pidió una entrevista para contar su historia «y me vi obligada a mirar atrás y reconsiderar todo lo que me había pasado desde el principio. Me sentí conmovida por todo el bien que había recibido y fui capaz de perdonar«. «Me di cuenta», continúa la pianista, «de que Dios no borra el mal, sino que te da la fuerza para afrontarlo«.

La catedral de la Inmaculada Concepción de Hangzhou, la única iglesia católica abierta en una ciudad de once millones de habitantes situada al suroeste de Shanghai, donde el número de católicos puede estar en torno a 65.000. Foto: Wikipedia.

Ahora, cuando vuelve a casa, Yirui visita la iglesia de Hangzhou, que, sin embargo, «siempre está cerrada, excepto para la misa de las 6 de la mañana entre semana y algunos servicios los domingos«. También habla con los jóvenes que acuden a la parroquia. El edificio está bien conservado, pero la frase pronunciada por el Crucifijo de San Damián a San Francisco bien podría referirse a la Iglesia de China. «Los chicos me preguntaron qué hacen los católicos en Italia, se ve que les gustaría tener una relación, pero no es posible», reflexiona la pianista. También necesitarían un padre Francesco Zhao, pero no lo tienen, están solos. Cambiar las cosas sin un guía es difícil: «En China impera el materialismo, pero hay un gran deseo espiritual. Los jóvenes se dan cuenta de que los valores que propone la sociedad no son los reales, pero no saben dónde encontrar el coraje para cambiar las cosas. Realmente rezo para que puedan ver y seguir la verdad, no a la sociedad. Pero para transmitir algo a los demás, primero hay que vivirlo«.

Hablar de religión en China

Se aplica en China, como en Italia. «Hablé de la fe a mis padres y ellos, al verme feliz, me apoyaron, como hicieron con la música», concluye Yirui, reclamada ahora por los alumnos chinos a los que enseña canto y que la esperan a la puerta del estudio. «Después de mi bautismo, vinieron a visitarme a Italia y quedaron muy impresionados por la comunidad católica. Mi padre incluso empezó a santiguarse«. Cada cosa, sin embargo, a su tiempo. «Mis padres aún trabajan en la escuela pública, en China, así que no es prudente hablar demasiado de religión en WeChat, los teléfonos podrían estar pinchados», reconoce. «El año que viene, sin embargo, se jubilarán y les invitaré a volver a Italia».

Quién sabe, quizá también surja una pregunta en sus corazones, como una melodía irresistible.

Traducido por Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»