29/06/2024

JUEVES DE LA XII SEMANA DEL T. ORDINARIO

El evangelio de hoy me recuerda otro refrán lleno de sabiduría: «El hábito no hace al monje». El sustantivo  «hábito» se refiere en este caso al «traje de un religioso». El hábito exterior, el vestido, son los aspectos visibles, tangibles. Pero no siempre es oro todo lo que reluce. Aunque sea tirar piedras contra el propio tejado, a veces llevar la vestimenta que la Iglesia nos pide a los sacerdote (no es «optativo», sino una obligación), conlleva el riesgo de no dar un testimonio acorde a lo que representas. Ser santo cuesta un montón… y meter la pata, poco. En fin, ¡cuánta misericordia hace falta…!

Con las prácticas de piedad pasa lo mismo: ir a Misa, rezar el rosario, subir de rodillas la Scala Santa… y otras mil cosas que podamos hacer, no necesariamente indican que esa persona esté en caminos de santidad (de buen corazón y de fidelidad a Cristo). Jesús lo explica a su modo: «no todo el que me dice «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos.

Pero también el «hábito»  es una cualidad moral que se refiere a quien adquiere una virtud y la mantiene en el tiempo: por ejemplo, el hábito de la paciencia con la impresora, que falla cuando más la necesitas (¡eso sí que es una gran virtud!). Abundando en el comentario al evangelio, diríamos que hay que pasar del «hábito» de lo exterior al «hábito interior», es decir, a las cualidades internas de amor que nos unen a Jesús.

«El hábito sí hace al monje»: su fidelidad a la relación personal que Cristo desea tener con él. Ese tú a tú con Jesús, esa íntima amistad de trato diario, configura mi inteligencia, mi voluntad, mis deseos y todo lo que soy para corresponder a todo aquello que recibo. Es decir, «el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos».