Con ocasión de la Conferencia Internacional para la Abolición Universal de la Gestación Subrogada, celebrada los días 5 y 6 de abril en Roma, en la Universidad Lumsa, la figura de Katy Faust mereció la atención del público italiano.
Nacida en Portland (Oregón), es licenciada en Ciencias Políticas y Estudios Asiáticos. Vive en Seattle con su marido, pastor baptista, y tienen cuatro hijos, uno de ellos adoptado. En 2018, Faust fundó una organización en Estados Unidos llamada Them Before Us [Ellos antes que nosotros]. El «ellos» se refiere a los niños, cuya voz en la esfera social y cultural es la más ignorada o cancelada en los debates sobre la familia y los derechos reproductivos y civiles.
Hoy en día, el aborto, la maternidad subrogada, la procreación asistida, el divorcio, los matrimonios entre personas del mismo sexo se debaten como discusiones separadas, pero solo son piezas aparentemente inconexas de un rompecabezas cuyo diseño global se revela al operar una especie de revolución copernicana. Situar los derechos naturales de los niños en el centro de atención permite una perspectiva de la realidad que, con un razonamiento autorizado, mantiene unidos los fragmentos enloquecidos de las relaciones humanas con una propuesta desafiante pero positiva.
Annalista Teggi habló con Katy Faust para conocer mejor su experiencia al respecto en esta entrevista de Tempi:
-¿Puede contarnos cómo su historia personal le llevó a interesarse por los derechos de la infancia, hasta el punto de crear una organización basada en el mensaje «ellos antes que nosotros»?
-De niña viví el divorcio de mis padres. Mi padre encontró otra pareja y se volvió a casar, mientras que mi madre inició una relación con una mujer. Pasé mi tiempo dividiéndome entre la casa de mi padre y la de mi madre, y los quiero mucho. Sigo muy unido a mi madre y a su pareja, así que Them Before Us no nació de sentimientos de ira o animadversión. Mi educación me enseñó a querer y respetar a todo el mundo, y esa es una parte importante de nuestro mensaje.
»Más tarde, trabajé en una agencia de adopción y comprendí plenamente el carácter fundamental de esta institución para ayudar a los niños. También me convertí en madre adoptiva y me di cuenta de lo importante que es la adopción para reparar historias heridas, pero también me di cuenta de que no lo arregla todo. Hay cosas que mi hijo adoptivo ha perdido y yo no puedo darle.
»Todo esto forma parte de mi historia, pero ninguno de estos elementos me empujó a hacer lo que hago hoy. La verdadera razón es que cuando Estados Unidos empezó a debatir sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, me di cuenta de que había un enfoque obsesivo en el punto de vista de los adultos: sus «quiero», sus deseos, su identidad, sus expectativas, sus dolores, sus batallas. No hay rastro de los niños en estos debates. ¿Quiénes son? ¿En qué se convertirán? ¿Qué necesitan? ¿Qué quieren? ¿Cuáles son sus derechos naturales?
»Se descuida su presencia, salvo para validar lo que quieren los adultos. Junto con mi marido, formé parte de una pastoral juvenil, nos ocupábamos de niños y jóvenes de secundaria y bachillerato. Desde que mi marido es pastor en la comunidad Grace Church Seattle, también seguimos a los chicos que van a la universidad. Conocemos bien el mundo de la infancia y la juventud, y puedo decir con razón que los niños sufren cuando las familias se desintegran. Madre y padre no son términos intercambiables, un niño necesita específicamente el amor de una madre y un padre y que el marido y la mujer se amen.
Katy Faust, en 2021, durante el IV Encuentro Anual de Supervivientes de la Revolución Sexual que celebra el Instituto Ruth, congreso que premió ‘Them before us’ como Libro del Año.
»Lo que señalé al principio sobre el debate del matrimonio entre personas del mismo sexo está ahora omnipresente en todas las demás discusiones sobre la familia, las tecnologías reproductivas, la maternidad subrogada, quién tiene derecho a la adopción. Son debates que siempre exaltan a los adultos e ignoran a los niños.
»Esto me decidió a empezar a escribir sobre el matrimonio, y entonces me di cuenta de que, a la luz de los derechos naturales de los niños, todos los demás temas que he mencionado anteriormente también deben mantenerse unidos. El deber de los adultos es asumir la parte difícil de las situaciones, para que estas no se carguen sobre las espaldas de los niños.
-El público no se da cuenta de que falta la voz del niño en las discusiones sobre el matrimonio, la fertilidad, el vientre de alquiler. Y es como pasar por alto la ausencia del protagonista. ¿Cómo es posible?
-Porque los niños no se defienden por sí solos. No tienen un blog, no escriben al gobierno, no pueden proteger sus derechos, no pueden pagar abogados, no pueden crear un lobby. Y, por encima de todo, la cuestión es que los derechos de los niños chocan con lo que quieren los adultos, todos los adultos. Es evidente que los adultos tienden a ignorar la presencia de los niños en los debates, porque consideran que va en contra de sus intereses.
»En mi trabajo suelo decir a la gente: «Dame un poco de tiempo y verás que conseguiré ofenderte». Llega un momento en que el interlocutor pregunta: «¿Estás diciendo que soy yo quien tiene que hacer sacrificios?». Y lo que quiere decir es: ¿voy a ver roto el sueño de tener lo que quiero?
»La voz de los niños es una reivindicación, exige un compromiso por parte de los adultos.
»Es a los adultos a quienes les sucede un embarazo no planificado, y esto exige el compromiso de reconsiderar toda tu vida.
»Para quienes son infértiles, el compromiso consiste en asumir su infertilidad de un modo que no prive al niño de la vida, ni de una madre ni un padre.
»Para los que tienen matrimonios difíciles, el reto es no saltarse la parte en la que se pide ayuda y se intentan superar los conflictos, porque es injusto que los niños sean zarandeados de un hogar a otro.
»Para quienes experimentan atracción por personas de su mismo sexo, el mensaje es que hay una familia donde el niño está con un padre y una madre que se quieren cada día: no es la coronación del sueño de las atracciones románticas de cada cual.
»No es fácil para nadie, pero es bueno y justo. La única alternativa a los sacrificios de los adultos es que los hagan los niños.
-Hay un aspecto que merece una aclaración: prestar atención al niño en un mundo centrado en los adultos no consiste en idolatrar la infancia. Mientras el «conjunto de células» está en el seno materno, se le mantiene fuera del discurso o se le cancela fácilmente. Pero, al mismo tiempo, existe un escenario opuesto: a partir del nacimiento, asistimos a tendencias absurdas de adoración a los niños. ¿Cuál es la diferencia entre centralidad e idolatría?
-Lo que hacemos es defender los derechos naturales de los niños: el derecho a nacer y a tener una madre y un padre. No tienen derecho a tener todo lo que quieran, cuando lo quieran. Uno de los deberes de los padres es poner límites a sus hijos. No es el ‘mejor interés’ del niño ser tratado como un pequeño emperador. Tampoco es nuestro mensaje pretender que los hijos sean el centro del mundo de los padres, el centro de sus vidas. No son ídolos ante los que todo se inclina.
»El punto fundamental es recordar a los adultos que son los únicos que pueden proteger los derechos naturales de los niños, que deben hacerse cargo porque los pequeños no pueden. Protegerlos no es venerarlos.
Katy Faust y Stacy Manning recogen en el libro ‘Them before us‘ los objetivos y métodos de esta organización por los derechos de los niños.
-El tema de la protección trae a colación otro, el del padre. «Padres peligrosos» es el título de uno de los capítulos del libro que usted ha escrito junto a Stacy Manning. En la opinión pública actual prevalece una narrativa muy desequilibrada sobre la vulnerabilidad femenina. Se insiste en el término «feminicidio» con el sobreentendido de que el varón (el padre) es el villano, el enemigo. ¿Tiene usted también la impresión de que existe este veneno extendido que separa y erosiona la confianza en el compromiso que es la relación entre padre y madre? ¿Por qué necesitamos a los padres más que nunca?
-Hay un asalto contra el marido y el padre que yo describiría como cultural, legal y tecnológico. Culturalmente, hemos pasado por la revolución sexual. El feminismo nos ha enseñado que el matrimonio es un instrumento en manos del patriarcado. Mientras estés casada dependes de un hombre, es decir, no eres libre ni estás al mismo nivel que él. Este tipo de mensaje se filtra por todas partes. Incluso en las series de televisión de los años 80 y 90, la madre era siempre la lista, la responsable. El padre era el estúpido, necesitaba a la madre para enderezarlo. A veces el padre era adorable y se ocupaba de los niños, pero siempre se le presentaba como el peso muerto.
»Legalmente, hemos conseguido reducir al padre a algo opcional. Yo diría que en Estados Unidos empezó cuando, a partir de 1969, se reconoció el divorcio sin culpa. Esto significó literalmente decir a los padres que no tenían por qué estar presentes en la vida diaria de sus hijos y la aguja se desplazó desproporcionadamente hacia la custodia materna.
»Los niños pierden el contacto con el progenitor que no tiene la custodia principal, es decir, principalmente el padre. En el 40% de los casos, dos años después del divorcio los niños dejan de ver a su padre por completo.
»Luego llegamos a la época de los matrimonios homosexuales y el siguiente paso fue decir: ya ni siquiera hace falta un padre para formar una familia. Por supuesto, también cabe la otra opción, es decir, que también se puede empezar sin una madre, pero desde el punto de vista tecnológico es más difícil formar una familia sin una madre que sin un padre. También estamos acelerando hacia la idea de que no hay que esperar tener dos padres, también pueden ser tres o cuatro, pueden ser grupos en los que el sexo de los que participan es irrelevante. Solo se necesita mucho, mucho amor y no importa si un adulto permanece en la vida del niño una noche, un año o diez años.
»Hay muy pocos lugares en los Estados Unidos donde se oiga que el padre importa. En los años 60 había un 5% de familias con padres ausentes o madres solteras, hoy estamos cerca del 40% de madres solteras. Esta cultura es insostenible. No se puede construir un mundo sano sin padres.
»Parece que hoy en día la tasa de divorcios está disminuyendo, pero quién puede decir lo que ocurrirá. Lo importante es señalar que hoy en día los padres que siguen vinculados a sus hijos son los que permanecen junto a su madre. Los datos nos dicen que para que el padre sea una presencia implicada en la familia, debe estar casado con la madre de los niños. Tiene que verlos todos los días y esto ocurre cuando está casado con la madre. El padre es crucial, si falta no hay sustituto.
»El padre es la roca de la confianza, da a los hijos algo que las madres no pueden dar. Es la pura realidad.
-Existe el estereotipo aceptado de que quienes hablan de la familia natural, del derecho a la natalidad, de la diversidad de lo masculino y lo femenino, lo hacen desde un impulso religioso. Damos por sentado que son los cristianos quienes sacan a relucir ciertos sermones para defender una determinada moral. En cambio, usted todavía no ha mencionado a Dios, habla en términos políticos, entendiendo la política en un sentido no de partidos sino de «la cosa humana pública».
-A menudo, cuando hablo en público, propongo esta reflexión: si se piensa en las principales religiones del mundo (hinduismo, budismo, judaísmo, islamismo, cristianismo), ¿qué tienen todas ellas en común? ¿Están de acuerdo sobre la naturaleza de Dios, el más allá, los problemas del mundo y sus posibles soluciones? No están de acuerdo en muchas cosas, pero sí en que un hombre debe unirse a una mujer antes de tener hijos con ella y estar con ella toda la vida. ¿Por qué están de acuerdo en esto? Porque observan la realidad de lo humano.
-A este respecto, es decir, en relación con la observación y la realidad, está la cuestión del relato. Asistimos cada vez más al intento de que las palabras creen realidades que no existen, en lugar de ser un espejo de lo que hay. Como segundo paso, las palabras se convierten en un instrumento de conflicto en lugar de debate. ¿Cómo mantener las riendas de un discurso claro pero no agresivo, que sea justo con la realidad sin miedo a ser señalado como violento?
-La claridad básica, en nuestro caso, es que defendemos a los niños. Las palabras son siempre en su defensa, no contra otra persona. Contamos historias reales, llamamos la atención sobre los derechos naturales, alineamos los datos existentes sobre los niños. Es más necesario que nunca ser voces que defienden algo, que desplazan el discurso hacia un punto que sostiene algo inamovible. Supone una gran diferencia posicionarse no «en contra» de la gestación subrogada, sino como interlocutores que llaman la atención sobre el bien incuestionable que supone para el niño tener un padre y una madre, porque de ellos depende su identidad biológica. Y la verdad, entonces, es que la gestación subrogada es una limitación terrible para todos los adultos. Es injusto para todos los adultos infligir un daño a los niños separándolos de su madre.
»O, si alguien acude a mí y me pregunta: «¿Por qué no puedo divorciarme?», le respondo que puede hacerlo, pero debe ser consciente de que se quita un peso de encima y lo carga sobre sus hijos. No estoy impidiendo hacer nada, pero invito a ser realmente sinceros con lo que se está haciendo.
»Cualquier cuestión, desde lo que es el matrimonio o el divorcio, hasta el uso de las tecnologías reproductivas, pasando por la legitimación de la poligamia o el derecho de las parejas homosexuales a adoptar, queda muy clara cuando te pones al servicio de algo, que en nuestro caso son los niños. Me doy cuenta de que tengo una postura desafiante hacia los adultos, pero no de una forma que acabe en el sentido unilateral de «estoy en contra». Porque estar en contra acaba percibiéndose como «te odio».
-Es un énfasis sustancial, que Chesterton resumió diciendo: «El verdadero soldado no lucha porque odie a los que tiene delante, sino porque ama a los que tiene detrás». El tema del amor es abordado con gran énfasis por el mundo LGBT, con el que el enfrentamiento, sin embargo, suele acabar siendo una guerra. Hablar solo parece posible si se aceptan las etiquetas impuestas. En sus escritos y discursos se vislumbra un esfuerzo constante por salir de la jaula de las almas enardecidas: ¿cómo rompe usted el cortocircuito del «nosotros contra ellos»?
-¿Hay alguien a quien no le guste Chesterton? La cuestión es exactamente la de la cita. A veces uno consigue no acabar en las barricadas, pero no siempre. Hay muchos miembros del mundo LGBT que odian el mensaje que propongo y no me aceptan. De acuerdo, no tengo que estar en paz con todo el mundo. Lo que tengo que hacer es defender a los niños. Saquemos del contexto religioso una instrucción que también se aplica fuera de él; San Pablo escribe en la Epístola a los Romanos (12, 18): «Si depende de vosotros, vivid en paz con todos los hombres». Tenemos esta responsabilidad, pues todo depende de nosotros. Pero la paz no solo está en nuestras manos, también depende de ellos.
»Lutero, que sé que está lejos de vuestra sensibilidad, dijo: «La unidad cuando sea posible, pero la verdad a toda costa». Es bueno luchar por la unidad siempre que podamos tender un puente con nuestros hermanos del mundo LGBT, pero no a costa de negociar con la verdad. Por desgracia, muchos en el mundo del arco iris solo tienden la mano a la unidad si sacrificamos la verdad. Solo detienen los ataques si rechazamos la verdad por completo. Y esa no es una opción. Hay verdades que debemos defender, independientemente del odio que podamos recibir.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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