san Marcos 8, 1-10
Jesús tiene lástima porque aquella gente no tiene que comer … Nos imaginamos la multitud de peregrinos, mendigos o forasteros que algún día llamaron a aquella casa de Nazaret. Pensamos en la mirada de la Virgen y en la compasión que sentiría por aquellas personas y en cómo resonarían en su interior las palabras que Jesús dice en voz alta.
Jesús mandó que se sentaran en el suelo. La Virgen buscaría un lugar donde colocar al indigente que le pedía alimento: quizás en un petrel a la puerta de la casa, o en el interior. Y María, como Jesús, preguntaría qué hay en la alacena, lo que fuera, y daría gracias a Dios por aquellos alimentos y también por aquel pobre que había llamado a su puerta, y saciaría su hambre. Y después recogería bien las cosas, para que no se perdiera nada, porque habían de llegar otros, y la comida no se tira.
No sabemos si la Virgen estuvo aquel día de la multiplicación de los panes y los peces,, aunque es muy probable que sí. Estaría contenta porque en aquel milagro las cosas no debían ser muy diferentes de lo que sucedía cada día en el comedor de Nazaret. El mismo amor, la misma mirada al cielo, idéntica preocupación por los hombres. Aquello no fue un aspecto aislado en la vida de Jesucristo. En ese gesto se nos revelaba todo el misterio de su vida.
La Virgen María prepara cada día la mesa, para que podamos recibir a su Hijo y alimentarnos con el pan que da la vida eterna. Un día Jesús sació el hambre del cuerpo para que supiéramos donde está el verdadero alimento del alma.
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