La filantropía egoísta es un espejismo de virtud. A primera vista, parece una acción generosa, pero en el fondo está guiada por el deseo de ser visto, de alimentar el ego, y no por el verdadero amor al prójimo. Es el acto que busca reconocimiento, no el bien del otro; una caridad vacía que sirve más para llenar el orgullo que para sanar necesidades.
En lugar de ofrecerse con humildad, quien practica esta falsa generosidad actúa para sentirse bien consigo mismo, como si cada buena obra fuera una moneda que se acumula en el banco del prestigio personal. Pero esta virtud aparente no puede compararse con la caridad verdadera, que nace de un corazón sincero, libre de la necesidad de recompensas.
Las consecuencias son claras: el alma que busca elogios se cierra al verdadero amor. La humildad, que es la base de toda virtud, desaparece, y en su lugar surge el orgullo. Por eso, debemos mirar nuestras acciones con honestidad, evitando que la vanidad disfrazada de bondad nos aparte del camino de la auténtica caridad, esa que se hace en silencio, solo por amor.
OMO
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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