Tim Clark es programador informático y padre de ocho hijos. En numerosas ocasiones ha tenido que escuchar muestras de incredulidad, cuando no recriminaciones abiertas, ante ese hecho, que la cultura ambiente considera -ya desde números muy inferiores- algo imposible de manejar.
A modo de respuesta a esas críticas, pero sobre todo como reflexión y ayuda para quienes, como miembros de familias numerosas, compartan esa desasosegante experiencia de críticas ajenas, Tim ha escrito una interesante entrada en su blog Between the Paws:
No es a ti a quien están juzgando
No hace mucho, conversando con la madre de varios niños pequeños, me confió que estaba dudando si visitar o no a unos familiares, a causa de las opiniones negativas que en ocasiones le manifestaban sobre su decisión de tener “tantos” niños.
“No me gusta que me juzguen”, dijo. Sé exactamente a qué se refería y quise introducirla en el secreto sobre esos juicios, que yo descubrí por mí mismo. Así que le dije: “No te juzgan a ti. Se juzgan a sí mismos”.
Tantos como Dios decida
Recuerdo muchas conversaciones con extraños o conocidos a lo largo de estos años.
“¿Ya dos niños? ¡Eres tan joven…!”
“¡Tres! ¿Tan pronto? ¿¡Será el último…!?”
“¿Cuatro? Ahora sí es el último, ¿no?”
“¡¿Cinco?! ¡¿Vas a tener más?!”
Mi respuesta era casi siempre la misma: “Ya veremos con cuántos decide Dios bendecirnos”.
Y luego sucedía algo curioso. Esa persona a quien acababa de conocer, o a quien conocía solo superficialmente por cuestiones de trabajo, inevitablemente decía algo como “Mi mujer y yo decidimos que pararíamos tras el primero” o “Me hice una vasectomía cuando tuvimos el segundo”. Es una información demasiado profundamente personal como para compartirla con alguien a quien apenas conoces.
Al principio, no podía comprender por qué esas personas me participaban sus costumbres y procedimientos de planificación familiar. La clave me la dio lo que inevitablemente me decían después: “No podíamos asumir más”.
Comprendí que la forma de decirlo era menos una afirmación que una pregunta dirigida a mí: “¿No piensas tú también que eran todos los que podíamos asumir?”
¿Hijos o productos?
Por favor, no me malinterpreten. Hay familias de todos los tipos y tamaños, y es absolutamente verdad que, para algunas familias, uno o dos niños son realmente todo lo que pueden asumir por graves razones de salud o económicas. Sin embargo, estas razones son generalmente atípicas.
La razón principal por la que la tasa de fertilidad es de 1,7 niños por mujer en Estados Unidos y 1,4 en Canadá es porque nuestra sociedad ha aceptado la mentira de que los bienes fundamentales son aquellos que se pueden comprar o vender. La carrera profesional o la capacidad para ganar dinero que uno tiene se veneran por encima de cualquier otra actividad, porque nos capacitan para comprar el último ‘producto-que-hay-que-tener’ e inmolarlo en el altar del consumismo. De la maternidad y la paternidad se habla sobre todo -si es que se habla- para recordarnos cómo evitarlas. La sociedad le dice a madres y padres: “No debéis tener más hijos, os impedirán comprar todo lo que tenemos que ofreceros. Además, no solo no debéis tener más, es que no podéis tener más. ¡No podéis manejar más de uno o dos!”
“¿No piensas tú también que eran todos los que podíamos asumir?”
Eso es lo que estaban diciendo en realidad. A veces, en su mesa de trabajo descubría una foto de sus hijos. Nunca un coche. Nunca una televisión. Nunca un nuevo iPhone. Lo que querían tener presente es aquello que les produce mayor alegría.
“¿No piensas tú también que eran todos los que podíamos asumir?”
Necesitaban que alguien les dijera que habían hecho lo correcto, porque en lo más profundo de su interior se sentían incómodos con la mentira. Recordaban la alegría de tener a un hijo en brazos y escuchar sus primeras palabras, o la alegría y el amor que sentían ahora por sus hijos. Su trabajo, su automóvil o su televisor les gustaban, pero a sus hijos los amaban.
A pesar de que sentían todo eso, lo que se les decía era: “No querrás tener eso de nuevo, ¿verdad?” Su instinto natural era decir: “¿Más alegría? ¿Más amor? ¡Por supuesto que lo quiero!”
“No puedes manejar más de uno o dos.”
Ellos no conocían a nadie más que tuviese más de uno o dos hijos. Así que sucumbieron a la mentira. Y ahora, más que nada, lo que querían es que alguien les dijese que habían tomado la decisión correcta… mientras los rostros de los niños a quienes nunca conocerían desfilaban ante sus ojos.
Pío XII y la terrible verdad
No, incluso cuando esas personas te decían cosas del tipo “Sabes lo que te va a pasar, ¿no?”, estaban emitiendo un juicio, pero no sobre ti, sino sobre ellos mismos. Y un juicio terrible. Te verán amontonándote en tu furgoneta de 12 pasajeros, imaginando la caótica escena que debe ser tu hogar, para luego volver sombríamente al suyo propio, ahora vacío, y preguntarse: «¿Y si yo hubiera…?“
Es un juicio terrible, una terrible verdad.
El Papa Pío XII escribió en una ocasión: «Donde el número de hijos no es más que uno, la intimidad serena que da valor a la vida tiene un toque de melancolía o de palidez; no dura tanto, puede ser más incierta y con frecuencia está nublada por temores secretos y remordimientos. Es muy diferente a la serenidad de espíritu hallada en padres rodeados de una rica abundancia de vidas jóvenes. El gozo que viene de las abundantes bendiciones de Dios rompe de mil maneras y no hay miedo de que termine. Las frentes de estos padres y madres pueden estar cargadas de cuidados, mas nunca hay señal de alguna sombra interior que delate ansiedad de conciencia o miedo de un irreparable regreso a la soledad. Mientras la dulce fragancia de una cuna permanezca en el hogar, mientras las paredes de la casa den eco a las voces argentinas de hijos y nietos, su juventud nunca parecerá desvanecerse.
“Temores secretos y remordimientos”. Realmente, un juicio terrible.
¿Qué hacer?
Cuando le escuchamos a otros juicios como los antedichos, mi consejo es doble.
Por un lado, compadécete de esas almas. En un sentido muy real, están de luto por sus propios hijos. No caigas en la tentación de responder de la misma forma a sus palabras. Al revés, simplemente afirma el bien de la vida y el bien de los hijos. Mi propia esposa es un gran ejemplo de este tipo de caridad. Cuando algún extraño le dice, señalando a nuestros hijos, “Debe ser una tarea muy dura”, ella simplemente sonríe y responde: “Sí, pero es muy divertido. Y a veces duro. Pero eso es lo que lo hace grande”.
En segundo lugar, en vez de entender esas palabras como un reproche, deberíamos entender que ese alguien, aunque involuntariamente, está afirmando las grandes bendiciones que Dios nos ha concedido. Da gracias a Dios por que te dio la gracia de resistir a las mentiras del mundo. Y da gracias a Dios por todas y cada una de las bendiciones que puso en tus brazos.
Porque sí que creo que ese extraño, ese compañero de trabajo y ese familiar formula un juicio. Solo que no se expresa en palabras, sino desde lo profundo de sus almas, y sentencia: “Ahí va una de las personas más felices que he conocido”.
Traducción de Carmelo López-Arias.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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