El título de esta conmemoración, proviene del verbo latino invenio, que se traduce como hallaro encontrar.
En el sexto año de su reinado, el Emperador Constantino se enfrenta contra los bárbaros a orillas del Danubio. Se considera imposible la victoria a causa de la magnitud del ejército enemigo.
Una noche Constantino tiene una visión: en el cielo se apareció brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas palabras, In hoc signo vinces («Con esta señal vencerás»). El emperador hizo construir una Cruz y la puso al frente de su ejército, que entonces venció sin dificultad a la multitud enemiga. De vuelta a la ciudad, averiguado el significado de la Cruz, Constantino se hizo bautizar en la religión cristiana y mandó edificar iglesias en Roma y Trier.
No tardó en enviar a su piadosa madre, Santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo; esto acaeció alrededor del año 320. Una vez en la Ciudad Santa, la Santa Emperatriz Elena, mandó llamar a los más sabios y hasta se valió de torturas para conseguir la confesión del lugar donde se encontraba la Cruz.
En el monte donde la tradición situaba el Calvario, encontraron tres cruces ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera, y siguiendo el consejo del Obispo de Jerusalén, San Macario, las colocaron una a una sobre un joven muerto (otras versiones especulan que fuese una mujer gravemente enferma) el cual resucitó al serle impuesta la tercera, por lo que enseguida todos entendieron que se trataba de la de Nuestro Señor Jesucristo.
Allí mismo mandaría edificar Santa Elena la Basílica del Santo Sepulcro, como desagravio por el templo que habían dedicado a Venus anteriormente y que fue demolido en pro del cristianismo. A esta ejemplar monarca, debemos también la recuperación del Huerto de Getsemaní, la construcción de una iglesia cerca de la actual Basílica de la Natividad, otra sobre el Monte de la Ascensión, así como otros templos en la región de Palestina.
More Stories
La Escuela Católica: Educar para la Salvación de las Almas
EL CALVARIO Y LA MISA, por MONSEÑOR FULTON SHEEN
3 rasgos de San José que los sacerdotes y seminaristas necesitan imitar para ser fieles a su llamada