Hay que mortificar los sentidos del cuerpo y las potencias del alma.
a) Mortifica tus ojos. “Los demás sentidos son las ventanas del alma –dice San Agustín– , pero los ojos son sus puertas.” No te esta vedado el ver, pero si el mirar, el fijarse en objetos peligrosos. Jóvenes, mirad a todas las doncellas como miráis a vuestra hermana, y a todas las mujeres como a vuestra madre.
b) Mortificar el gusto, procurando no comer ni beber en exceso. Declara San Jerónimo: “Nunca creeré que algún borracho sea hombre casto.”
c) Mortifica el tacto, porque tu cuerpo es un vaso sagrado que sólo se puede tocar o dejar tocar con respeto.
d) Mortifica tu mente, cuidando de cuantos pensamientos, imaginaciones y recuerdos puedan abrir la puerta al enemigo, rechazándolos en el acto.
e) Mortifica tu corazón, en sus afecciones demasiado sensible, aunque sean sobrenaturales, pues empiezan por el espíritu y vienen a parar en la carne (Gal 3,3)
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