La muerte, esa frontera que tanto temen los hombres, es, en realidad, el portal a la vida eterna. Para el justo, no es un final sombrío, sino el comienzo de la plenitud. Es el instante donde el alma, después de un largo peregrinar, descansa en los brazos del Padre. ¿Cómo puede ser que aquello que parece una derrota sea, en realidad, la victoria más grande? Esto es lo que los grandes santos, místicos y doctores de la Iglesia nos han enseñado: la muerte del justo es el cumplimiento del despojo, el paso a la gloria, el abrazo definitivo con el Amor eterno.
LA MUERTE DEL JUSTO: NO TEMOR, SINO ESPERANZA
Desde los primeros siglos, los cristianos han entendido que la muerte no es más que una transición. Los Padres de la Iglesia, como San Agustín, proclamaron que el justo no muere, sino que nace a la verdadera vida:
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.”
El justo no teme la muerte porque sabe que, al cruzar este umbral, encontrará el hogar para el cual fue creado. San Ambrosio la describía como una liberación:
“La muerte no es un final, sino un paso. Dejamos atrás las cadenas de esta vida para volar hacia la libertad de la eternidad.”
¿Es esto una evasión, un consuelo para los débiles? No, es la más profunda verdad, porque, como decía San Pablo:
“Para mí la vida es Cristo y la muerte, una ganancia” (Filipenses 1:21, Straubinger).
La muerte, para el justo, es ganancia porque todo lo que parecía pérdida se transforma en plenitud. El Salmo lo proclama con sublime esperanza:
“Preciosa es a los ojos de Yahvéh la muerte de sus santos” (Salmos 115:15, Straubinger).
El justo no teme, porque sabe que su muerte será el momento en que su alma descansará en el abrazo de Dios.
LA FILOSOFÍA DEL DESPOJO: EL CAMINO HACIA LA VIDA ETERNA
El justo no enfrenta la muerte con temor porque ha aprendido a morir antes de morir. Esta es la gran enseñanza de los místicos de la Iglesia: el despojo. San Juan de la Cruz proclama:
“Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.”
Este despojo no es un simple desapego material, sino un abandono total en Dios. Es renunciar a los apegos, al orgullo, al miedo, para que el corazón quede libre y Dios sea su único dueño. Morir a sí mismo, como decía Jesús, es el camino a la vida:
“El que perdiere su vida por mí, la hallará” (Mateo 16:25, Straubinger).
El justo que vive el despojo interior no ve la muerte como una pérdida, sino como el cumplimiento de su esperanza. San Francisco de Asís, en su Cántico de las Criaturas, llamó a la muerte “hermana”:
“Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar.”
Francisco la abrazó no como un enemigo, sino como una aliada que lo llevaba al encuentro definitivo con su Creador.
LA MUERTE: UNIÓN CON EL AMADO
Santa Teresa de Jesús, quien vivió con el anhelo constante de la unión con Dios, veía la muerte como el momento más glorioso de la existencia. En su poema Vivo sin vivir en mí, escribe:
“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.”
Para Teresa, la muerte no es más que el encuentro esperado entre el alma y su Esposo. Es la consumación del amor, el instante en que el alma, purificada por el despojo, se funde en el abrazo eterno de Dios.
“La muerte no me espanta, porque es la entrada a la vida.”
El justo, que ha vivido en comunión con Dios, anhela este momento como el final de un largo destierro. La muerte no es una tragedia; es un triunfo.
LA PURIFICACIÓN: EL SUFRIMIENTO REDENTOR
El Padre Pío, santo de nuestros tiempos, comprendió que la muerte del justo está precedida por un proceso de purificación. Enseñaba que el sufrimiento y las pruebas de esta vida no son castigos, sino herramientas que Dios usa para preparar el alma:
“El dolor es el cincel con el que Dios talla nuestras almas para que sean dignas de Él.”
El justo no teme el sufrimiento porque sabe que, en él, está la redención. Como decía San Juan de la Cruz:
“El alma que quiere llegar a la unión con Dios ha de pasar primero por la oscura noche de la renuncia.”
La muerte del justo es el paso final de esta purificación, el momento en que el alma deja atrás toda carga y se eleva hacia la gloria.
LA MUERTE DEL JUSTO: RAZÓN DE ESPERANZA
En un mundo obsesionado con evitar la muerte, la enseñanza cristiana sobre el justo parece contracultural. La respuesta está en la esperanza de la resurrección. Como proclamaba San Pablo:
“Pues si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Romanos 6:8, Straubinger).
Esta verdad no es un consuelo vacío, sino una certeza que transforma la vida. Como dice el Apocalipsis:
“Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, dice el Espíritu, descansan de sus trabajos porque sus obras los siguen” (Apocalipsis 14:13, Straubinger).
CONCLUSIÓN: UNA ESPERANZA GLORIOSA
La muerte del justo no es una pérdida, sino un triunfo; no es un final, sino un principio. Es el momento en que el alma, purificada y libre, vuela hacia Dios como una llama que asciende al cielo.
“Al final, la muerte del justo es un canto de victoria. No es el último suspiro, sino el primer aliento de eternidad. Hoy se nos invita a vivir con esta certeza: si vivimos en Cristo, nuestra muerte será nuestro último acto de fe, esperanza y amor, el paso glorioso al abrazo eterno del Padre.”
Y cuando llegue la hora, el coro de ángeles nos recibirá con estas palabras:
En latín:
In paradisum deducant te angeli;
in tuo adventu suscipiant te martyres,
et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem.
Chorus angelorum te suscipiat,
et cum Lazaro quondam paupere
aeternam habeas requiem.
En español:
Que los ángeles te conduzcan al paraíso;
que al llegar te reciban los mártires
y te lleven a la ciudad santa de Jerusalén.
Que el coro de los ángeles te reciba
y, con Lázaro, el pobre de antaño,
tengas el descanso eterno.
OMO
BIBLIOGRAFÍA
• Agustín de Hipona, Confesiones.
• San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas.
• Santa Teresa de Jesús, Poesías.
• San Juan de la Cruz, Noche Oscura del Alma.
• Biblia de Mons. Straubinger, Ediciones Guadalupe, Buenos Aires.
• Escritos y cartas de San Ambrosio y el Padre Pío.
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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