04/03/2025

La muerte súbita

Un tío mío contaba una anécdota que siempre me llamó mucho la atención. En cierta ocasión, varios compañeros de trabajo se habían puesto a hablar y la conversación, de alguna manera, recayó en cómo le gustaría a cada uno morirse. Hablaron varios, que fueron comentando lo habitual con ligeras variantes, hasta que llegó uno que se limitó a decir: “yo le he pedido a Dios una muerte lenta y dolorosa, para que me dé tiempo a arrepentirme de mis pecados”. La conversación terminó ahí, claro, y todos se quedaron en silencio y con la boca abierta. A fin de cuentas, quien más, quien menos, si los demás le habían pedido algo a Dios era no morirse nunca.

Siempre me acuerdo de esta anécdota al hablar de la muerte, porque lo cierto es que se ha producido un cambio asombroso en la forma de considerar la muerte entre los católicos. Si hiciéramos una encuesta o preguntáramos al azar a los católicos que salen de Misa de doce, la respuesta más frecuente sería el deseo de una muerte rápida, sin darse cuenta, a ser posible durante el sueño y, por supuesto, sin ningún dolor. Es algo tan asumido y generalizado que no creo que nadie se sorprenda por ello.

Digo que el cambio ha sido asombroso, sin embargo, porque esa muerte ideal de los católicos actuales fue siempre la peor pesadilla de los católicos de épocas anteriores. Basta consultar misales o devocionarios antiguos para encontrar en todos ellos la petición clásica: a morte subitanea et improvisa, liberanos Domine. De la muerte súbita e imprevista, líbranos, Señor. ¡La muerte ideal del católico medio actual era uno de los grandes males de los que se pedía a Dios que nos librara!

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