Julie Grand oculta su rostro y su apellido (el verdadero nombre es Julie V.) pero, a partir de ahora, ya no oculta su historia.
El 23 de marzo de 2018 trabajaba como encargada en un supermercado de Trèbes, cerca de Carcasona (Francia), cuando un marroquí de Estado Islámico con nacionalidad francesa, Radouane Lakdim, que venía de cometer minutos antes varios atentados con un muerto y diversos heridos, entró, asesinó a dos personas más e hirió a otras. Luego se atrincheró en el lugar y tomó como rehén a Julie, una ingeniera de 40 años, casada y madre de una hija, que al perder su empleo había empezado a trabajar en la tienda. El islamista anunció que exigía la liberación de uno de los terroristas implicados en los atentados de noviembre de 2015 en París.
Al cabo de unos minutos llegaron varios miembros de la Gendarmería al mando del teniente coronel Arnaud Beltrame, de 44 años. Éste, viendo el peligro que corría Julie ante la vesania homicida del yihadista, le convenció de intercambiarse por ella. A las pocas horas, viendo que no conseguía nada, el asesino degolló a Arnaud y le disparó varias veces en el cuerpo, antes de ser abatido por la policía.
El vínculo con la abadía de Lagrasse
Arnaud murió al día siguiente y enseguida fue reconocido como un héroe nacional. Se fueron sabiendo cosas de él, y en particular sobre su vida de fe.
Nacido en un hogar poco practicante, revivió su fe en 2008, a los 35 años, y recibió la Primera Comunión y la Confirmación en 2010, tras dos años de preparación. En una peregrinación a Sainte-Anne-d’Auray en 2015 pidió a la Virgen María encontrar a la mujer de su vida, y al poco empezó a salir con Marielle.
Arnaud y Marielle, ante la abadía de Sainte-Foy de Conques.
En 2016 se casó por lo civil con ella, y ese mismo año, visitando juntos la abadía de Lagrasse (donde los Canónigos Regulares de la Madre de Dios celebran tanto la misa tradicional como la misa postconciliar), conoció al padre Jean-Baptiste Golfier, con el que hicieron amistad.
Él les iba a casar por la Iglesia en el mes de junio, y llegó a tiempo de administrarle la extremaunción antes de morir en el hospital. «Acababa de bendecir su hogar el 16 de diciembre y habíamos concluido su expediente canónico para el matrimonio. La hermosísima declaración de intenciones de Arnaud me llegó cuatro horas antes de su muerte heroica», contó el religioso.
El padre Jean-Baptiste Golfier es un apóstol incansable de las virtudes cristianas y patrióticas de Arnaud Beltrame. En la imagen, durante una conferencia sobre él en la basílica de San Buenaventura de Lyon, el 17 de noviembre de 2022, ante trescientas personas.
Un libro de agradecimiento y homenaje
Julie supo todo esto algún tiempo después. Durante cuatro años no habló públicamente de lo sucedido. Recientemente, sin embargo, a pocos días del juicio sobre los crímenes, que comenzará el 22 de enero, publicó un libro sobre lo que pasó aquel día y su transformación posterior. Se titula Su vida por la mía (Artège), y aunque oculta su apellido bajo el pseudónimo y su rostro cuando la entrevistan, no quiere dejar de rendir homenaje al hombre que murió para que ella viviera: «Era un hombre excepcional. No es justo perder a alguien así», declaró a TF1.
‘Su vida por la mía‘ de Julie Grand: el testimonio de la rehén salvada por Arnaud Beltrame.
Durante el secuestro, notó el cañón tembloroso de la pistola del terrorista en la sien y el cuchillo en la garganta: «Sentí que yo para el terrorista no era nada, solo una especie de marioneta«. Pensó que iba a empezar a disparar y moriría.
De forma imprevista, vio cómo llegaba el primer grupo de intervención, y escuchó a Arnauld decirle a sus compañeros: «¡Silencio! ¡Atrás! Yo me encargo«.
Luego asistió a la conversación con el criminal: «Escuché cómo el gendarme escogía bien sus palabras repitiendo, de diversas maneras, ‘Déjame ocupar el lugar de la señora, que no tiene nada que ver con esto. Yo represento al Estado, vamos a hablar’. Dejó su arma en el suelo y poco a poco avanzó hacia nosotros. Hubo un lapso. Yo avancé un poco. No hubo respuesta y comprendí que era el momento [de escapar]».
La entrevista de TF1, primer canal de la televisión pública francesa, a Julie Grand, con motivo de su libro.
Cuando todo terminó, volver a la normalidad fue complicado, porque se sentía culpable. «La primera que me tendió la mano fue Marielle. Me escribió una carta muy amable y muy bonita que me ayudó a ir avanzando».
Un lento despertar a la fe
En ese proceso de sanación iba a desempeñar un papel fundamental la fe que Arnaud y Marielle compartían.
Julie era atea cuando sucedieron los hechos, como ella misma ha confesado a France Catholique. Educada en un ambiente cientificista donde Dios no tenía cabida, esas convicciones no cambiaron después de la terrible experiencia vivida: «Todavía hace dos o tres años, miraba a los creyentes con condescendencia, con un amable desprecio».
Fue la necesidad de salir del agujero en el que había caído lo que empezó a derribar las barreras de su ateísmo «puro y duro». Influyó también el choque de ver que algunos amigos de sus mismas ideas se convertían.
Todo empezó, sin embargo, con la Medalla Milagrosa. La institutriz de su hija, sabiendo que estaba pasando por un mal momento, le dio una. La guardó «sin saber muy bien qué representaba», pero empezó a apoyarse en ella. Sobre todo cuando supo que Arnaud (en cuyo lecho de muerte pusieron también la Medalla Milagrosa) había vuelto a la fe de su infancia a una edad muy tardía: «Que una personalidad inteligente y pragmática como la suya volviese a la fe me hizo reflexionar. Me dije que ahí había algo sobre lo que debía profundizar».
En junio de 2021, Julie encontró entre sus papeles una carta que le había dirigido tres años antes el padre Golfier, el amigo de Beltrame. El religioso le ofrecía su ayuda, incluso jurídica, pero ella dejó pasar la ocasión porque entonces, con su ateísmo bien asentado, no le apetecía ver a un sacerdote. Pero ahora «había empezado a caminar hacia la fe» y ya no temía ese encuentro: «Necesitaba ayuda».
Llamó a las puertas de la abadía, donde le impresionaron «la calma del lugar y la acogida de la comunidad». Cinco días después asistió allí a misa. Estuvo haciéndolo durante un año todos los domingos y algún día entre semana: «Y, si no me falla la memoria, ¡lloraba cada vez!», evoca. Encontró respuesta a sus preguntas «simples» sobre la fe, «a cuyas puertas estaba»: «Franqueé la puerta, comprendí la misa, aprendí a rezar, fui consciente del poder de la oración«.
El abandono en Dios
Con todo, seguía anímicamente mal. «Una mañana después de misa», prosigue, «recé como nunca había rezado. Pedí ayuda a Dios: ‘¡Ayúdame! ¡Guíame!’ Lo puse todo a sus pies. Acepté reconocer que yo sola no podía. No sabría decir cómo ni por qué -o, al menos, no sabría explicarlo racionalmente-, pero desde ese acto de abandono empecé a remontar la pendiente. Han pasado dos años, y debo decir que mi vida se ha transformado. Pasito a pasito, pero transformada. En un mundo en el que todo va demasiado deprisa, Dios nos pide hacer un alto y confiárselo todo a Él«.
Julie concluye su entrevista en France-Catholique formulando la «esperanza» que supone para la Iglesia francesa el creciente número de bautismos de adultos.
O retornos a la fe. Como el de Beltrame. Como el de ella. Dos destinos que coincidieron en uno de esos frecuentes renglones torcidos de Dios.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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