17/11/2024

LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA, la Candelaria

Hemeroteca Laus DEo02/02/2022 @ 00:50

 

               La Fiesta del 2 de Febrero está unida al Misterio de la Navidad.  Celebra al mismo tiempo  la Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación (según la Antigua Ley) de la Santísima Virgen, cuarenta días después del Nacimiento del Salvador; los templos y capillas Católicos se llenan de luz con la Candelaria o Procesión de las Candelas, de gran simbolismo pues evoca  la manifestación de Cristo, Luz del mundo, recibido en el Templo por el anciano Simeón.

               La venida del Salvador al Templo es el tema principal de la Fiesta, de ahí que sea considerada como Fiesta del Señor y por eso conocida también como Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo. Sin embargo nosotros veremos que como en toda la Obra de la Salvación, también en toda la composición de la Misa de este día Nuestra Señora se halla presente e íntimamente en relación toda ella. Es más, históricamente sabemos que la Fiesta del 2 de Febrero es una de las más antiguas, si no la más antigua de las Fiestas Marianas de que se tiene noticias. 




              Celebrada ya en Jerusalén desde el siglo IV, la Fiesta de la Purificación pasó después a Constantinopla y luego a Roma, donde la encontramos, en el siglo VII, asociada a una procesión que parece ser anterior a la Fiesta de la Virgen.

               En la celebración Litúrgica de hoy, antes de la Santa Misa, tiene lugar la Bendición de las Velas, compuesta por cinco oraciones que dado el espacio no puedo compartir en este momento, pero que son sumamente ricas en contenido teológico, bíblico y doctrinal, sobre el sentido de las velas benditas como sacramentales,  sobre la gracia infundida en ellas por la oración de la Iglesia y la obra santificadora de Dios Trinidad. Además hacen referencia al Misterio celebrado en que Nuestra Señora porta en Sus benditas manos a Cristo el Señor, que es recibido y anunciado por el Santo Simeón como Luz de las Naciones. 

               Concluidas las oraciones y asperjadas con agua bendita, normalmente son entregadas por el Sacerdote a los ministros y a los fieles para que una vez encendidas, se de inicio a la Procesión de la Candelaria, una de las pocas Procesiones Litúrgicas en el estricto sentido de la palabra, que es acompañada con los cantos de la Iglesia, que hace suyas las palabras de gozo espiritual, confianza y gratitud de Simeón frente al Mesías Niño.

               Terminada la procesión, el sacerdote se reviste con los ornamentos para la Misa que  desde el Introito, tomado del Salmo 47, celebra la llegada del Señor a Su Templo y con Él Su Justicia, esto es, la salvación que nos trae: “Hemos recibido, ¡oh Dios! Tu Misericordia en medio de Tu Templo; como Tu Nombre, ¡oh Dios!, resuena Tu alabanza hasta los confines del mundo; llena está Tu diestra de Tu Justicia. Grande es el Señor y muy digno de alabanza, en la ciudad de nuestro Dios, en Su Monte Santo. Gloria al Padre…”

               Como de costumbre, el resumen de los sentimientos que nuestra Santa Madre la Iglesia quiere comunicarnos, para que los vivamos como fruto de nuestra Participación en el Santo Sacrificio de la Misa, se encuentra en la oración que llamamos Colecta, que para este día dice: Omnipotente y Sempiterno Dios, humildemente suplicamos a Tu Majestad que, así como Tu Unigénito Hijo fue en el día de hoy presentado en el Templo revestido de nuestra carne, así también hagas que Te seamos presentados nosotros con el alma purificada. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo…

               La epístola está tomada del Libro del Profeta Malaquías (cap. 3, vers. 1-4) y anuncia con imágenes como el fuego y la lejía, la obra de purificación que realizaría la llegada del Mesías.  Esa llegada del Mesías tan lejana para Malaquías, fue anunciada próxima a Simeón y nos es narrada en el pasaje Evangélico de este día (Evangelio de San Lucas, cap. 2, vers. 22-32). Aquel anciano santo, desborda de alegría al ver con sus ojos lo que todos los justos del Antiguo Testamento anhelaron. Y prorrumpe en uno de los cánticos más bellos, junto al de Zacarías y el Magnificat de la Santísima Virgen, y que diariamente entonamos en el Oficio de Completas: “Nunc dimitis…” «Ahora Señor, puedes ya dejar ir a Tu siervo en paz, según Tu palabra; porque han visto mis ojos Tu Salvación, que has preparado a la faz de todos los pueblos, Luz para iluminación de las naciones y para gloria de Tu pueblo Israel.»

               El verso del Aleluya es una curiosa, pero bella composición breve,  que he querido dejar para concluir, ya que encierra el ideal de la vida del buen Católico: ser seguidores e imitadores de Cristo Nuestro Señor, pero a la vez, portadores de Su Bendita Cruz; no de palabra, sino con el ejemplo de nuestra vida es como deberíamos llevar a Cristo a todos los ambientes en que nos desenvolvemos. Dice el texto sagrado: «Senex púerum portábat; puer autem senem regébat» (El anciano lleva al niño, pero el niño guía al anciano). 

               Quiera Dios darnos la gracia de dejarnos guiar, por ese Niño, Dios Encarnado; dejarnos guiar y transformar por Sus Palabras, por Su Vida, por Su Ley… de modo que siendo guiados por Él, le podamos presentar a los otros no solo de palabra, sino con nuestro ejemplo y buenas obras. 

               Que nos ayude a conseguir este fin la intercesión de Nuestra Señora, la Siempre Virgen María y San San José, a quien justo hoy también honramos con la tradicional Devoción de sus Siete Domingos.


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