El evangelio de hoy, con la genealogía de Jesús, puede parecernos, a primera vista, una simple lista de nombres, algo monótona. Sin embargo, si miramos más de cerca, descubrimos que es una historia profundamente humana, llena de luces y sombras. Es la historia de personas reales, con virtudes y fragilidades, pero que fueron instrumentos en las manos de Dios para dar continuidad a su promesa de salvación.
Aquí hay mujeres mencionadas, como Tamar, Rajab y Rut, cuyos caminos no fueron lineales ni perfectos, pero que se convirtieron en eslabones de la historia de la salvación. También hay figuras como David, quien, a pesar de sus pecados, fue elegido por Dios. Esta lista no oculta los fracasos ni las imperfecciones de las generaciones, sino que muestra cómo Dios trabaja en lo pequeño, lo imperfecto, lo roto, para traer algo nuevo, algo grande: Jesucristo, la Sabiduría hecha carne.
Hoy, en el inicio de las antífonas de la O, clamamos: “Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación”. Este clamor nos invita a descubrir cómo Dios obra con su sabiduría en nuestro día a día, incluso en medio de las dificultades y del aparente caos.
La genealogía de Jesús nos recuerda que Dios entra en la historia concreta, en nuestras familias, en nuestros días agitados, con todo lo bueno y lo complicado que somos. Quizás hoy te sientas parte de una historia sin brillo, con errores, con relaciones rotas, con fracasos. Pero este evangelio nos asegura que Dios no se cansa de entrar en tu vida, de recomponerla y de usarla para algo más grande.
La Sabiduría de Dios no siempre se manifiesta en grandes gestas, sino en los detalles cotidianos: en esa llamada que posponemos y finalmente hacemos, en la paciencia con un hijo rebelde, en reconciliarnos con alguien con quien estamos distanciados. Es ahí donde Dios actúa y nos va insertando, sin que nos demos cuenta, en su gran proyecto de amor.
¿Soy capaz de dejar que Dios escriba la historia de mi vida, a pesar de mis imperfecciones? ¿Le permito, con humildad, ser la Sabiduría que guía mis decisiones y mis relaciones? Al mirar nuestra vida con los ojos de la fe, descubrimos que Dios sigue escribiendo, en cada generación, su promesa de salvación. Y en esa historia, tú y yo siempre tendremos un lugar.
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