No es solo la biología la que dice que también necesitamos comer carne. Es el propio crudo recuento de víctimas el que lo confirma: si la humanidad se alimentara exclusivamente de productos de la tierra, a nuestros amigos los animales les iría peor que nunca.
Lo explica Rodolfo Casadei en el número de septiembre de Tempi:
Para suscitar en un vegano alguna duda sobre lo acertado del estilo de vida que ha elegido, no tiene más que ponerse delante de un espejo, abrir con los dedos sus labios y mirarse los dientes caninos: ni demasiado desarrollados, como en el caso de los carnívoros, ni poco desarrollados o ausentes, como en el caso de los herbívoros. Son la prueba biológica de que el homo sapiens es un animal omnívoro, que come tanto vegetales como carne, como casi todos los primates, el orden zoológico al que está adscrito.
Porque los monos no solo comen plátanos, como algunos imaginan. Los chimpancés, los simios más parecidos a los humanos, son los primates que más placer encuentran en comer carne: depredan 45 especies diferentes de animales. Los babuinos y los monos capuchinos se alimentan de una gran variedad de carnes. Los babuinos son omnívoros y se alimentan de más de 21 especies de mamíferos. Suelen comer pescado, huevos, serpientes, liebres, antílopes, ovejas y cabras.
Los hábitos carnívoros de chimpancés y babuinos, que incluyen devorar crías de antílope o de gacela vivas (minuto 3:07).
Los veganos creen responder evocando la figura del gorila, el más robusto de los primates con sus 200 kilos de peso en la edad adulta, resultado de una dieta que presentan como estrictamente vegetariana. Pero aparte de que para imitar al gorila un ser humano tendría que ingerir al menos 14 kilos de fruta y verdura al día (los gorilas consumen entre 18 y 30 kilos según su sexo y tamaño), no es cierto que el gorila no sea omnívoro: le vuelven loco las hormigas y las termitas, derriba las agujas de los termiteros africanos para saciarse de las larvas, que le encantan.
Para refutar el argumento antivegano basado en la función de los dientes caninos humanos, los veganos afirman que los caninos más grandes entre los animales terrestres son los de un herbívoro: el hipopótamo. Pero esto tampoco es cierto: en 2015, un equipo internacional de investigadores acabó con la creencia de que los hipopótamos son vegetarianos.
En el estudio publicado en Mammal Review se puede leer: «Estudios de campo han demostrado que los hipopótamos son carnívoros que ocasionalmente consumen carne y tejido intestinal de los cadáveres de otros animales. Que los hipopótamos sean carnívoros no es un comportamiento aberrante restringido a individuos concretos en lugares determinados, sino un patrón de comportamiento que se da en poblaciones distribuidas por gran parte del área de distribución actual del hipopótamo en África oriental y meridional».
Enzimas, intestinos y vitaminas
Otro argumento pseudocientífico de los veganos para apoyar la idea de que la alimentación humana debe excluir la carne es el relativo a la longitud del intestino humano: los 8-9 metros del intestino delgado serían demasiado largos para alojar la carne, y el riesgo de putrefacción y de daños para la salud debidos a una estancia demasiado larga sería elevado; si estuviera estructurado para consumir carne, dicen los veganos, el intestino delgado humano no debería medir más de 6 metros.
Sin embargo, el león marino, un pinnípedo carnívoro, tiene un intestino delgado de 18 metros de largo; y el del elefante marino del sur, el Maciste de los pinnípedos con sus 2.200-4.000 kilos (los machos adultos), mide 202 metros.
Pero la cuestión es otra: al apelar a la estructura del sistema digestivo humano, los veganos se meten un flagrante gol en propia puerta. Como explica Carni Sostenibili, «incluso las enzimas que intervienen en el proceso digestivo son una clara prueba de que somos omnívoros. De hecho, estamos dotados de lipasas, es decir, enzimas que descomponen las grasas, como los triglicéridos, que solo son de origen animal y no vegetal. Y de pepsina, una enzima que ataca las proteínas animales descomponiéndolas en aminoácidos. Por consiguiente, la naturaleza nos ha programado genéticamente para digerir perfectamente la carne, presente en nuestra dieta desde hace cientos de miles de años, como demuestran las pinturas rupestres que representan escenas de caza de grandes animales salvajes de la época, o los restos encontrados en los dientes fósiles de nuestros antepasados».
En el intestino humano hay enzimas que se encuentran en el aparato digestivo de los animales que comen carne. Sirven para descomponer las grasas animales: si no estuviéramos predispuestos a comer también carne, no estarían ahí. Y en la carne encontramos la vitamina B12 -presente de manera insuficiente en otros alimentos-, en cantidades adecuadas para la salud humana, hasta el punto de que los veganos necesitan suplementos alimenticios para no tener deficiencia y caer enfermos.
El dilema vegetariano
No merece la pena entrar en discusiones sobre la inadecuación de la dieta vegana para quienes desean mantener una buena salud: los defensores de esta filosofía de vida tienen como objetivo no hacer sufrir ni explotar a ningún ser «sintiente» para su alimentación, por lo que están dispuestos a sacrificar su propia salud por este objetivo ideal.
La verdadera contradicción inherente a su comportamiento es otra: al consumir solo frutas y verduras, provocan la muerte de innumerables animales que seguirían vivos si adoptaran una dieta más variada; si el veganismo se convirtiera en el modo de vida de toda la humanidad, linajes enteros de animales resultarían exterminados ipso facto.
En 2011, Mike Archer, zoólogo de la Universidad de Nueva Gales del Sur, explicó a través de sus investigaciones que en Australia los veganos causan la muerte de más animales que los humanos omnívoros.
En un artículo titulado El dilema vegetariano, escribió: «En Australia, la producción de trigo y otros cereales significa que se matan al menos 25 veces más animales ‘sintientes’ por kilogramo de proteína utilizable, se causa más daño medioambiental y se ejerce mucha más crueldad animal que en la producción de carne roja mediante la ganadería. ¿Cómo es posible? La agricultura para la producción de trigo, arroz y legumbres requiere la eliminación de la vegetación autóctona. Este acto, por sí solo, provoca la muerte de miles de animales y plantas australianos por hectárea. […]
»La mayor parte de la tierra cultivable de Australia ya está en uso. Si más australianos quieren satisfacer sus necesidades nutricionales con plantas [es decir, si un mayor número de australianos se convierte en vegano], nuestra tierra cultivable tendrá que cultivarse de forma aún más intensiva. Esto exigirá un fuerte aumento del uso de fertilizantes, herbicidas, pesticidas y otras amenazas para la biodiversidad y la salud medioambiental.
»Producir proteínas a partir del trigo significa arar los pastos y sembrarlos. Cualquiera que se haya sentado alguna vez en un tractor sabe que las aves de rapiña que te siguen todo el día no están ahí porque no tengan nada mejor que hacer. El arado y la siega matan en gran número a pequeños mamíferos, serpientes, lagartos y otros animales. Además, cada año se envenena a millones de ratones en los almacenes de grano».
Comparando la pérdida de vidas de ratones y de ganado, Archer deduce su afirmación de que una dieta vegana causa 25 veces más víctimas animales que una que utilice carne procedente de la ganadería extensiva.
«Para producir proteínas a partir de ganado alimentado con pastos, hay que matar vacas. Cada una de ellas entrega una canal media de unos 288 kilogramos. De ella, la carne deshuesada representa el 68%, lo que, con un 23% de proteína, equivale a 45 kilogramos de proteína por animal sacrificado. Esto significa 2,2 animales sacrificados por cada 100 kilos de proteína animal utilizable producida. […] Cada zona de producción de trigo en Australia sufre, por término medio, una invasión de ratones cada cuatro años, con 500 a 1.000 ratones por hectárea. El envenenamiento mata al menos al 80% de ellos. Por tanto, para cultivar trigo se matan al menos 100 ratones por hectárea y año (500/4 x 0,8). El rendimiento medio es de aproximadamente de 1,4 toneladas de trigo por hectárea y la proteína utilizable representa el 13% de esta cantidad. Por lo tanto, al menos 55 animales ‘sintientes’ mueren para producir 100 kilos de proteína vegetal utilizable: 25 veces más que para la misma cantidad de carne de pasto».
El argumento de Mike Archer, sintetizado en una imagen. Desde un punto de vista vegano, ¿qué «sintientes» valen más?
La paradoja de la quinoa
Los datos y proyecciones sobre el tema varían ciertamente de una región a otra del mundo, pero el patrón de razonamiento es claro: más alimentos exclusivamente vegetales significa más agricultura intensiva y más monocultivos, más pesticidas, menos biodiversidad y más animales sacrificados.
Un ejemplo entre muchos: el de la quinoa, una planta de la misma familia que las espinacas y la remolacha que crece maravillosamente en los Andes y es una de las piedras angulares de la dieta vegana: hamburguesas, tartas, patatas fritas, albóndigas, tortitas, etc. se elaboran con ella.
Sin embargo, Maria Pia Terrosi, de Cambia la Terra, nos advierte: «Pero hay un problema. Mientras que tradicionalmente la quinoa se cultivaba en las altas mesetas de los Andes, a más de 3.000 metros de altitud, hoy en día, para hacer frente a una demanda en auge, los agricultores la cultivan también en otras zonas, convirtiéndola de hecho en un monocultivo al mismo nivel que el maíz y la soja. Y, para ganar espacio, han confinado a zonas cada vez más pequeñas los rebaños de llamas y alpacas, que son necesarios para dicho proceso porque aportan abono natural a la quinoa. Así, para empujar la producción hacia territorios menos aptos, los agricultores andinos utilizan cada vez más fertilizantes sintéticos y han abandonado la rotación de cultivos. El resultado es la pérdida de biodiversidad y empobrecimiento de los suelos, hasta el punto de que en algunas zonas el rendimiento de la quinoa ha pasado de 800 kilos por hectárea a menos de 560.
»Además, para controlar la presencia de los insectos dañinos para esta planta, más presentes a menor altitud, se utilizan grandes cantidades de pesticidas, con fuertes repercusiones en el medio ambiente.
»A los impactos medioambientales hay que añadir los sociales. La quinoa […] ha sido un alimento básico de los pueblos andinos desde hace más de cinco mil años precisamente por sus características nutricionales. Hoy, ante el auge de la demanda en los países occidentales, la quinoa ha alcanzado precios muy elevados, de hasta ocho mil euros por tonelada para las variedades más valiosas. En consecuencia, siendo preferible exportarla, ha dejado de ser consumida por los pueblos que la cultivan y su dieta se ha empobrecido«.
Los destructores de la biota
Como escribió Isabella Tree en 2018 en The Guardian en un hermoso artículo sobre las virtudes medioambientales y alimentarias de la ganadería extensiva, «en lugar de dejarnos seducir por las exhortaciones a comer más productos de soja, maíz y cereales cultivados industrialmente, deberíamos fomentar formas sostenibles de producción de carne y lácteos basadas en sistemas tradicionales de rotación, pastos permanentes y pastoreo de conservación».
»Deberíamos, como mínimo, cuestionar la ética de la creciente demanda de cultivos que requieren grandes cantidades de fertilizantes, fungicidas, pesticidas y herbicidas, mientras se demonizan las formas sostenibles de ganadería que pueden restaurar los suelos y la biodiversidad y secuestrar CO2. […] Por lo tanto, existe una gran responsabilidad: a menos que compres tus productos veganos específicamente de sistemas orgánicos y obtenidos sin arados, estás participando activamente en la destrucción de la biota del suelo, promoviendo un sistema que priva a otras especies, incluidos pequeños mamíferos, aves y reptiles, de las condiciones para la vida».
En resumen, la verdad es que la vida no es posible sin la muerte, y que no importa lo que comas, alguien tiene que morir para alimentarte.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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