Nos acercamos hoy a una de las figuras que fueron referencia absoluta para Jesús. Su primo Juan el Bautista que marcó absolutamente la identidad y la comprensión que Jesús tuvo de su propia misión. Fue para Él el que le preparó el camino al Señor. Era el precursor, el primo de Jesús con el que compartió su infancia, su ambiente celebrativo y festivo familiar. Compartieron las inquietudes de adolescentes, hasta los plazos de su misión pública. Jesús admira a Juan, le reconoce en su grandeza, en su obediencia a Dios, en su tomarse en serio la fe y las consecuencias de acogerla en su propia vida. Sufrió su encarcelamiento, su persecución, su martirió.
Aprendió de Juan la fuerza y el poder de su predicación. Descubrió una forma renovada de discipulado, que nace del carisma, de la acción del Espíritu y no de la tradición. Jesús reconoce en Juan la tradición profética que también inspiró al propio Jesús. Pero tras la admiración evidente, le reconoce su límite, “es el más pequeño en el Reino de Dios”. ¿Por qué? Juan motivaba la conversión desde el deseo de que todos viviésemos según la voluntad de Dios, pero su mirada sobre la cultura y la sociedad de su tiempo es negativa y llena de juicios. El motor de su propuesta de conversión es el temor, no el amor. Era librarnos de la ira y del castigo de Dios lo que impulsaba al cambio de vida en el discurso de Juan. Jesús cambia radicalmente el temor por el amor. Y ofrece la cercanía del Reino de Dios por atracción, por seducción, por enamoramiento, no por miedo o librarnos del castigo divino.
Nosotros tenemos también que pasar del miedo al castigo, a la cercanía consciente de entregarnos en los brazos de Dios. Dios provoca temor sino lo conocemos. Dios provoca temor si es desconocido. Cuando Dios se acerca, nos llama por nuestro nombre, nos confía su misión, reconocemos sus pasos compañeros, nos llama amigos, nos da a conocer todos los misterios del Reino de Dios. Juan denunciaba a un mundo alejado de Dios. Pero la denuncia sin misericordia no salva. Jesús se acerca a lo que está mal o roto, o enfermo, o pecador, porque solo el amor sana y restaura. Si huimos de lo pecador nos convertimos en una élite alejada de lo real. Jesús agradece todo lo recibido de Juan, pero lo lleva a la plenitud.
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