Léon Bloy (1846-1917) fue uno de los más polifacéticos, controvertidos e influyentes escritores católicos de su tiempo.
Uno de los grandes conocedores de su vida y obra es Pierre Glaudes, catedrático en la Sorbona-París IV y experto en literatura francesa del siglo XIX, en particular en autores como Joseph de Maistre (1753-1821), René de Chateaubriand (1768-1848), Honoré de Balzac (1799-1850) y Jules Barbey d’Aurevilly (1808-1889). Es el autor de Léon Bloy, la literatura y la Biblia.
Pierre Glaudes es director de la unidad de formación e investigación en literatura comparada en La Sorbona de París.
Sobre el papel y alcance que corresponde a Bloy en el pensamiento católico contemporáneo le entrevistó Le Figaro:
-El 3 de noviembre de 2017 se cumplió el centenario de la muerte de Léon Bloy. Para muchos sigue siendo un autor difícil, reservado sólo a especialistas. ¿Cómo lo explica?
-Léon Bloy es un autor complejo, pero parece que está teniendo una nueva popularidad. Sus libros más conocidos, El desesperado y La mujer pobre, se venden bastante bien. A pesar de todo, sigue siendo un autor especial y, en cierta medida, difícil de abordar, sobre todo por tres razones principales.
Arriba, El desesperado en una edición argentina de 1952. Abajo, edición moderna de La mujer pobre.
»La primera es que en muchos aspectos es un autor inoportuno. No esconde que es ultra-católico en una época que se está descristianizando. Su manera de existir en literatura es exagerar su catolicismo militante, ir hasta el fondo del lugar donde fue relegado en su época para hacerlo callar: la marginación, el aislamiento, la singularidad exagerada. Su genio está en hacer de este destierro original el lugar mismo en el que conquista su legitimidad, desde el que puede vociferar a placer contra su siglo y su época. Es un panfletista terrible y un «loco en Cristo», lo que hace que sea doblemente singular.
Léon Bloy en 1906.
»La segunda razón de su complejidad es su lenguaje, su vocabulario. Cuando era joven, en Périgueux, fue expulsado del colegio por un pelea con otros alumnos y se convirtió en autodidacta. Una de sus pasiones era leer el diccionario de la A a la Z y aprender palabras muy eruditas, lo que hace que tenga un vocabulario muy particular y, a veces, hermético.
-Este gusto por un vocabulario estético es muy de la época…
-Sí, se nota la influencia de Jules Barbey d’Aurevilly, su verdadero padre literario; compartía este gusto con Joris-Karl Huysmans (1848-1907). No debemos olvidar que es una época en la que la prensa ya tenía un gran poder, por lo que la literatura tenía que encontrar su singularidad respecto al lenguaje periodístico que era, según la fórmula de Stéphane Mallarmé, el del «reportaje universal». Algunos autores de esta época encuentran esta especificidad en un vocabulario complejo y erudito. Desde este punto de vista Bloy, que no es ni un decadente ni un simbolista, retoma por cuenta propia el lenguaje de los decadentes y los simbolistas. Es la segunda razón de su complejidad.
Jules Barbey d’Aurevilly, autor de ‘Las diabólicas’, fue uno de los autores que más influyeron sobre Bloy.
-¿Cuál es la tercera?
-Léon Bloy era un fanático de la Biblia. Aprendió latín de manera autodidacta y se sabía al dedillo la Vulgata de San Jerónimo. De este conocimiento del latín saca su gran facultad de convertir arcaísmos latinos en neologismos franceses. Utiliza palabras eruditas como térébrante, nitide, immarcescible, dilection o subsannation, que designa en el Apocalipsis la risa sarcástica final de la justicia victoriosa al final de los tiempos.
»La complejidad de su lenguaje hace que Bloy sea algo más que un polemista insultante: sus insultos están conceptualizados. Cuando dice que Émile Zola (1840-1902) es un «acéfalo» y que Paul Bourget (1852-1935) es un «eunuco», no puede decir lo contrario: Bourget es un eunuco, es decir, un incapaz, porque es un autor oportunista que ha renunciado a toda exigencia literaria; Zola es «acéfalo», sin cerebro, lo que remite a su filosofía materialista, que rechaza toda idea de vida espiritual.
-¿Cuáles son las causas principales del odio de Bloy hacia Zola?
-Esta divergencia está relacionada, en parte, con el éxito de Zola. En 1877 tiene lugar la famosa cena Trapp, durante la cual un cierto número de escritores rinden homenaje a Goncourt, Flaubert y Zola. Fue en ese momento cuando éste último se convierte en un escritor de éxito y en un maestro admirado, rico y muy influyente. Para los autores como Bloy, vinculados a pequeñas publicaciones, a la bohemia literaria y a una idea muy elevada de la literatura que les separa del público burgués, al que consideran indigno de ellos, el resentimiento respecto a autores como Zola es grande.
»Es evidente que todo esto se basa en conflictos ideológicos: Zola es un moderno, cientificista y materialista, heredero del positivismo y anticlerical. ¡Demasiado para Bloy! Pero este aborrecimiento es herencia también de Barbey d’Aurevilly.
-¿Cuál fue su papel en la vida de Bloy?
-Se conocieron cuando Bloy, procedente de Périgueux, acababa de llegar a Paris. Por aquel entonces Bloy era un hombre de extrema izquierda. Recién llegado a la capital, sin dinero, intenta acercarse a Jules Vallès (1832-1885) y al ambiente blanquista [del socialista Auguste Blanqui (1805-1881)]. En ese momento aún no es católico. Ambos, Bloy y Barbey, vivían en la rue Rousselet, en el distrito VII. Una tarde, mientras Bloy llenaba una carreta con las obras completas de Voltaire, de su padre masón, que quería vender porque no tenía un céntimo, vio llegar al dandy Barbey con su traje tornasolado, magnífico y elegante. Se quedó maravillado. Se presentaron el uno al otro y Barbey, halagado por su interés, acabó contratándolo como secretario. Como contrapartida, lo instruyó y le hizo leer «buenos libros», es decir, a los antirrevolucionarios, con Joseph de Maistre a la cabeza.
Joseph de Maistre es el más característico pensador contrarrevolucionario francés, y sus ‘Consideraciones sobre Francia’, editadas en la Biblioteca del Pensamiento Actual de Rialp precedidas por un estudio del filósofo tradicionalista Rafael Gambra, una obra imprescindible para comprender la Revolución Francesa.
»Poco a poco Bloy se convirtió en el católico intransigente que conocemos hoy, hasta el punto que acabará irritando y estorbando a su maestro. Barbey era un aristócrata que veía en la literatura una diversión y que conservaba, a pesar de sus ambiciones místicas e intelectuales, una superficialidad heredera de la mundanidad del siglo XVIII, a la que Bloy era totalmente ajeno.
»Barbey le echó una mano escribiendo el prólogo a su primer libro, que fue un fracaso, pero acabó alejándose de él cuando, convertido en un panfletista, Bloy insultaba a todo el mundo y, en especial, al médico de Barbey, el Dr. Robin, y a la baronesa de Poilly, cercana a éste. Es en este momento cuando Bloy decidió instalarse en los márgenes y quedarse en ellos, tras haber pasado por periódicos como L’Univers, en el que no se entendía con su director, o Le Chat Noir, una revista fantasiosa, típica de «fin de siglo», que se mofaba de todo.
-¿Bloy no formó nunca parte de un grupo literario?
-Durante un periodo muy corto, a partir de 1884, formó un trio con Huysmans y Auguste de Villiers de L’Isle-Adam (1838-1889). Los tres tenían una visión antimoderna del mundo y una escritura estética. Se autodenominaban en broma el «Concilio de los pordioseros», pero no duró: Villiers murió en 1889 y la ruptura entre Bloy y Huysmans fue definitiva a partir de 1891, cuando Huysmans se negó a asistir al matrimonio de Bloy. Éste no se lo perdonó nunca y le hizo, a partir de entonces, una guerra sin cuartel.
-¿Cómo explica la aparición de esta generación de escritores anti-modernos a finales del siglo XIX?
-Se ha hablado mucho de «crisis de final de siglo»: una cierta desmoralización y un sentimiento de decadencia surgen tras la derrota de 1870 [en la guerra franco-prusiana]. Estos autores nutrían una gran desconfianza hacia la ideología del progreso, los cambios tecnológicos e industriales extremadamente rápidos que eran vistos, en cambio, por la mayoría como algo positivo. Ellos los veían como una carrera imparable hacia el abismo.
»Podemos hablar también de los principios de la Tercera República, denominada la «República oportunista», plagada de escándalos y que creó un ambiente deletéreo. Mientras los poderosos atesoraban y manipulaban el dinero, los artistas eran cada vez más pobres, obligados a estar bajo el yugo de la prensa para poder vivir de su pluma, por lo que se sentían oprimidos. Este malestar general, este rechazo de la época es, bajo un cierto punto de vista, una forma tardía de romanticismo.
-Pero esta vez se trata de una «renovación católica»…
-Ciertamente; pero esto se explica también porque en esa época el catolicismo era un medio para que el escritor (siempre inquieto por distinguirse, por despegarse, por ser marginal) no se pareciese a nadie y, de este modo, ser observado, lo que le permite tener una voz que se oiga.
-¿Cómo explica la atracción de Bloy por el cristianismo de la depravación, de la perversidad humana, y su odio por el puritanismo protestante? ¿Cuál es su espiritualidad?
-Su aversión por el protestantismo le viene de Maistre, que dice que el protestantismo es un «rienisme» (un «nadismo», de «rien«, «nada»). Según Bloy: «Decir ‘yo soy protestante’, es como decir ‘yo no existo'». Desde este punto de vista, Bloy es fiel a una escuela de pensamiento, que es también la de Barbey. En cuestión de religión, está muy cercano a quienes desean vivir de manera íntegra y a diario su fe.
»Quiere vivir de los sacramentos y la oración y, en conformidad con Cristo, pobre y desprovisto de todo. Pero este ideal es también el del escándalo: en un mundo que ya no le escucha, Dios es escandaloso, incluso a los ojos de los católicos tibios y rutinarios, insidiosamente vencidos por las ideas modernas. Bloy es también un cristiano anticlerical. Uno de sus últimos escritos se titula Pilato XV, una perorata contra Benedicto XV a causa de su posición timorata durante la guerra. En su periódico, tampoco los obispos son tratados con indulgencia.
»Tras su muerte, será objeto de una demanda para censurarle, como a un cierto número de escritores (Barbey d’Aurevilly, entre ellos), todos clasificados bajo la denominación de «místico-sensuales». Esta demanda surge, en parte, en el seno de la Iglesia, movida por adversarios de su ahijado Jacques Maritain, al que convirtió, y uno de los grandes renovadores del tomismo de principios del siglo.
Léon Bloy tuvo un papel decisivo en la conversión de Jacques Maritain (1882-1973) y Pieter Van der Meer (1880-1970), como refleja el epistolario a ambos, ‘sus ahijados’.
-¿Cuál es la relación de Léon Bloy con la historia?
-Para comprender cuál es, podemos leer el hermoso libro de François Hartog titulado Regímenes de historicidad. El régimen de historicidad del cristianismo es paradójico: para el cristiano que es Bloy, todo está en juego. Somos redimidos por Cristo y se nos ha prometido la vida eterna. Pero si la lógica redentora está en su sitio, la realización del ideal de la Iglesia en la tierra, en cambio, no deja de retroceder. El cristiano, por definición, se debate entre un pasado que da una lógica imparable a la historia y un futuro que aún no se ha jugado y que sigue en estado de promesa.
»Bloy, en su providencialismo, endurece al máximo esta posición paradójica. Su idea es que Dios sabe lo que hace, que todo está ordenado, tiene sentido y participa misteriosamente a la promesa que el Redentor ha hecho al género humano, pero es impaciente y desearía verlo realizado enseguida.
»Por esto teme que esta realización no se lleve a cabo nunca. En su idea el tiempo está abierto y piensa, no sin temor ante esta hipótesis, que puede haber una quiebra temporal de la redención y que ésta deba ser confirmada, realizada de nuevo por la Tercera Persona de la Trinidad, que aún no ha entrado en escena, a saber: el Espíritu Santo. «Espero a los cosacos y al Espíritu Santo«, escribe en su periódico durante la Gran Guerra.
»Bloy vive su cristianismo de una manera paradójica, que es tal vez la más auténtica, en una fe impaciente, una sed mística febril y angustiada.
-¿Cómo explica la atracción de algunos autores de esta época por la Edad Media?
-La Edad Media, y los siglos XII y XIII en particular, son considerados el gran periodo de la historia: el apogeo de la cristiandad, los tiempos de las catedrales, de los caballeros y de los reyes santos. Es lo contrario de la modernidad, el tiempo de un heroísmo revolucionado.
»La época moderna es, en cambio, la caída. Deberíamos progresar hacia la redención, pero en cambio el mal aumenta. Se cree que el mal desapareció durante una parte del siglo XIX: para Victor Hugo disminuimos el mal tratando los problemas sociales y psicológicos a través de la educación y la reducción de la pobreza, de los progresos del alienismo.
»Pero los anti-modernos, y Bloy en especial, viendo que el mal no disminuye, más bien lo contrario, y que este ideal kantiano no se lleva a cabo, consideran que la modernidad es un desgarro en la historia, un momento de vacilación que reaviva un profundo malestar espiritual. Es este malestar el que hace que a menudo Bloy sea tan perspicaz cuando se trata de percibir lo negativo de la modernidad.
-¿Cómo se pueden explicar la diversidad de los personajes que admira: Juana de Arco, pero también Napoleón o Cristóbal Colón, que no son en absoluto figuras sencillas?
-También en este caso es heredero de Barbey: todos estos personajes fueron derrotados, llevaron hasta el final un ideal. Cristobal Colón es sobrepasado por el desencadenamiento de los intereses materiales vinculados a su descubrimiento, para después ser apartado sin beneficiarse del reconocimiento que esperaba. Juana de Arco acaba en la hoguera y Napoleón es un conquistador que muere derrotado y solo. Bloy siente una fascinación por los derrotados que han ido más allá de su lógica, arrastrados por una gran idea.
‘Juana de Arco y Alemania‘, de Léon Bloy.
-Bloy demuestra un odio sin límite a la burguesía. ¿Cuál es su definición de burgués?
-Según sus palabras, el burgués es «un cerdo que desearía morir de vejez». Tiene una teoría del dinero que está vinculada a la teoría del burgués: el burgués es el hombre del dinero, que no hace «ningún uso de la facultad de pensar». Es, como pasa en Flaubert, el hombre de los tópicos.
»Pero hay una sutileza en Bloy que no hay en Flaubert: a través de sus tópicos, el burgués dice algunas verdades de orden teológico que le sobrepasan y cuyo alcance no mide. Todo lo que hace, que es grotesco, lleva el germen de algo sublime que ignora. Esta ambivalencia, en Bloy, atañe también al dinero. El dinero es Dios. Es la figura del Ser y del Amor, es lo que da la vida y la plenitud cuando está bien repartido y circula, como la sangre, en el cuerpo social.
»Ahora bien, el burgués es precisamente la persona que quiere interrumpir esta circulación, atesorar el dinero, controlarlo y dominarlo, sin retener su dimensión espiritual, su capacidad de dar el amor y el ser. El burgués quiere reducirlo a un ídolo y conservarlo para él en detrimento de los otros. Su pulsión fundamental, como dice Bloy, es la del tendero que «no ha vendido nunca nada que no sea mierda y siempre falseando el peso, sobre todo a los pobres que no tienen posibilidades».
»Pero el burgués sigue siendo una figura del Ser, aunque sea pervertida o se invierta. Misteriosamente, hace ver el Rostro de Dios en las tinieblas: para Bloy todo habla de Dios, nada le es ajeno, ni siquiera quien le es hostil o contrario. De este modo, el burgués no se da cuenta que está investido de nuevo por Dios y que sus tópicos, de los que Bloy ha hecho la exégesis, son verdades que no sabe explicar. Esta concepción del burgués es una genial expresión del arte de la recuperación: es un modo de decir que el mal nunca vencerá, que todo al final debe encontrar su forma y su lugar.
-Esta relación con el dinero recuerda a Péguy. ¿Se conocieron?
-No. Curiosamente sus caminos nunca se cruzaron. Péguy debía sentir una gran desconfianza hacia Bloy. En ambos encontramos una escritura del motivo, una impresión de repetición, que a veces hace la exégesis bastante difícil. Esta forma es bastante moderna. Un excelente experto en Bloy, Joseph Royer, lo vincula a la escritura wagneriana en música.
-¿Quienes son los admiradores o herederos de Bloy?
-A principios del siglo XX eran numerosos. Citamos en principio a Georges Bernanos (1888-1948), que se identifica a la vez con Barbey y con Bloy. Se reconoce como su descendiente. De Bloy coge la idea de que se puede hablar a los no creyentes modernos, renovando una forma muy antigua que es el exemplum, relato «ejemplar» que tiene un valor alegórico y que lleva a una reflexión espiritual. Bernanos hereda esta forma; además se considera una panfletista y Bloy es uno de los maestros del panfleto.
»Alfred Jarry (1873-1907) también era un admirador de Bloy: Ubú (personaje principal de su obra teatral Ubú rey) es el personaje por excelencia de la patafísica [movimiento cultural francés de la segunda mitad del siglo XX vinculado al surrealismo], una inversión de la metafísica, una herencia del fumismo [sistema de bromas elaboradas utilizadas para desenmascarar a los hipócritas y desinflar a los pomposos]. Esto demuestra la gran diversidad de los discípulos de Bloy.
»Observamos también un vínculo entre Bloy y los seguidores de la teología negativa como Erich Klossowski (1875-1949) y Georges Bataille (1897-1962), pues en él encontramos ya algo de ese apofatismo que descubrió a través de los místicos renanos.
»Fuera de Francia, sin llegar a hablar de herederos, podemos invocar el interés -incluso la pasión- por Bloy de Nicolás Berdiaev, Franz Kafka, Ernst Jünger, Ivo Andritch, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Heinrich Böll…
»Más cerca de nosotros podemos citar, entre los escritores y críticos franceses, a Roland Barthes, figura de la modernidad literaria. Antoine Compagnon , en un corto y bello estudio, le considera el último de los anti-modernos, presenta a Bloy como un escritor pobre que se resarce de su pobreza con un vocabulario fastuoso, que utiliza con gran prodigalidad. Esta opulencia verbal es la contra-prueba de su pobreza.
‘Diarios‘ y ‘Exégesis de los lugares comunes‘: dos opciones para iniciarse en la lectura de Léon Bloy.
»Hoy en día Bloy sigue teniendo un público bastante heterogéneo. Entre los polemistas, encontramos un eco de sus invectivas en Marc-Edouard Nabe y Philippe Muray.
-¿Cuál es el papel concreto de la literatura para los anti-modernos?
-Lo real les decepciona, por lo que buscan en la literatura un espacio imaginario que ocupar soberanamente, por compensación. Estos escritores no son hombres de acción: son ineptos en política o en los negocios, porque los principios según los que podrían actuar son, por definición, inactuales. La literatura habita en ese contra-mundo en el que la excelencia y la expresión de la verdad son, según sus criterios, posibles.
Una de las fotografías más célebres de Léon Bloy, rubricada por él mismo con toda una confesión: ‘No soy un contemporáneo y jamás me he sentido en casa. ¡Vaya…!’
»A propósito de los anti-modernos, recordemos que se definen a sí mismos según una relación paradójica con la modernidad. A nivel estético, son modernos, es decir, innovadores. No son ni conservadores ni reaccionarios. Bloy es fiel a esta exigencia de la modernidad que ambiciona una nueva invención en la literatura y las artes. No está muy lejano de Charles Baudelaire cuando termina Las Flores del Mal con estas palabras: «Caer al fondo del precipicio, Infierno o Cielo, ¿qué importa? ¡Al fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo!»
»De este modo, Bloy, con su vocabulario, inventó un ovni literario, algo que no había sido hecho antes de él, que le viene en parte de un hombre del que fue el descubridor y que no hay que olvidar jamás: Lautréamont.
Isidore-Lucien Ducasse (1846-1870), quien escribió bajo el pseudónimo de Conde de Lautréamont.
El Desesperado fue escrito pensando en él y «Le cabanon de Prométhée» es uno de los artículos más bonitos escritos sobre Lautréamont, que no siempre ha sido comprendido. La locura que le atribuye Bloy es simbólica y proviene de toda la desesperación que encarna Lautréamont, un nihilismo tan integral que tiene como consecuencia, según Bloy, no sólo que la vida sea insoportable, sino también hacer volar en mil pedazos todos los escenarios mentales.
»En revancha, en el plan de las ideas, en religión como en política, Bloy escupe sobre su siglo y se sitúa como adversario resuelto de los valores modernos.
-El panfleto de Bloy «La salvación por los judíos» fue condenado por un tribunal en 2013. ¿Podemos incluir a Bloy entre los antisemitas?
-El texto ha sido reeditado por Kontre Kulture y Alain Soral, con tres panfletos notoriamente antisemitas: uno de Henry Ford, el otro de Édouard Drumont y el tercero de Douglas Reed. Pero por parte de Soral es una operación de recuperación que, por desgracia, ha atraído sobre Bloy esta acción de la Licra [Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo] y la consiguiente condena.
»Recordemos que Bloy escribe este texto contra La Francia judía, de Édouard Drumont, en una perspectiva que no es ni social, ni política, ni racial. Su propósito es exclusivamente espiritual y se inscribe en una ficción teológica que le es propia. Sin duda, la idea que tiene Bloy del judaísmo puede parecer un insoportable intento de integrarlo en una perspectiva católica que niega la identidad judía. Está claro que podemos insistir sobre el hecho que Bloy sigue viendo a Israel como un pueblo deicida. No olvidemos que Bloy, que domina absolutamente la antítesis, ama sus paradójicas inversiones: cuando hace de Israel una figura de Lucifer, es claramente terrible; pero Lucifer, en Bloy, no deja de ser, en última instancia, sino una figura del Paráclito. En otras palabras, Israel representa el Amor divino mantenido misteriosamente cautivo y del que depende la salvación de la humanidad. Estas especulaciones paraclito-luciferinas están seguramente muy alejadas de los improperios anti-judíos de Drumont.
»Durante el caso Dreyfus, Bloy hizo esta famosa declaración: «No soy ni dreyfusard, ni anti-dreyfusard; yo soy anti-cerdos». ¿Es ambigua esta posición? Podemos dudarlo. Bloy no quiere estar de parte de ninguno de sus enemigos, ni con Bourget, ni con Zola, lo que no es una manera de negarse a tomar posición. Cuando en algunas de las cartas que le envían se incluyen palabras anti-semitas, él responde con firmeza: «Os equivocáis de persona, id a llamar a la puerta de Bourget o de Drumont; yo no me olvido de que María era judía, de que Cristo era judío ni de que son nuestros hermanos«.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Publicado en ReL el 12 de agosto de 2017.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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