“Os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos”. Existe, entre ambas frases de Jesús, una relación de causa a efecto. Como a Elías (es decir, a Juan el Bautista) no lo reconocieron y lo trataron a su antojo, al Hijo del Hombre lo crucificaron. Pidámosle un favor más a Aristóteles, y concluyamos: si hubieran reconocido y obedecido a Juan el Bautista, no hubieran crucificado al Hijo del Hombre.
Han pasado más de veinte siglos, y podemos asegurar que, si Jesús sigue siendo crucificado por los hombres (lo es cada vez que pecamos) es, exactamente, por la misma razón: porque seguimos sin escuchar la voz de Juan, seguimos sin convertirnos, seguimos sin hacer penitencia, seguimos sin abrazar la pobreza evangélica, seguimos sin mortificar los sentidos ni el corazón en el grado que Juan el Bautista nos pide.
El Señor está al llegar: viene a ponerse en manos de los hombres, y lo hará incondicionalmente: viene para ser amado, y también para ser crucificado, porque toda la biografía de Cristo está en nuestras manos. Si ahora no escuchas y obedeces el anuncio de Juan, no podrás mañana tratar bien a Jesús. Si, obedeciendo al Bautista, vives ahora con pobreza y austeridad, haces penitencia y mortificas el cuerpo, cuando Jesús llegue a ti estarás preparado para unirte a Él.
Muchas personas, que rezan a diario, sin embargo han olvidado la penitencia; le dan al cuerpo todo lo que el cuerpo les pide, y luego vuelven a rezar como si tal cosa. Se parecen a quienes acuden a un museo, a un concierto, o al cine. Se sitúan ante el Belén y ante el Calvario del mismo modo que se situarían ante un cuadro, una pieza musical, o una película: lo contemplan, lo admiran, se emocionan incluso, pero salen del museo, del concierto, o del cine y su vida no ha cambiado absolutamente en nada. Miran como quien mira de lejos, pero no se unen al Sacrificio que, dentro de unos días, dará comienzo en la Gruta de Belén… Bueno, bueno, sí se unen (ay!, nos unimos), pero no del lado de la Víctima, sino del de los verdugos. Porque, ante este sacrificio, nadie hay en este mundo que sea espectador pasivo: todos tenemos un bando.
Juan sigue gritando; sus palabras son “horno encendido”… ¿Querremos tú y yo quemarnos en ellas? Le pediremos a la Virgen María que al menos la acompañemos a Ella y al bendito José; que, durante estos días, en que nos bombardean al grito de “¡compre, consuma, despilfarre, coma, beba…!”, sepamos vivir con la austeridad y sencillez de esa Sagrada Familia que está a punto de recibir al “Rey de la Casa” en un humilde establo.
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