20/11/2024

Loreto, joven madre del Camino Neocatecumenal: «Estuve muerta y sentí una felicidad indescriptible»

Los testimonios relacionados con las ECM o Experiencias Cercanas a la Muerte son, a veces, tratados como meras alucinaciones, trastornos esquizoides…. o con un simple desdén por los más escépticos. Sin embargo, son numerosos los estudios científicos que prueban que lo que ocurre en el lapso que hay entre que una persona está muerta clínicamente y su «vuelta» a la vida es algo distinto a sufrir una patología mental

Precisamente, este martes, el popular youtuber Álex Fidalgo entrevistaba en su podcast al cirujano Manuel Sans Segarra, que acaba de publicar el libro La Supraconciencia existe: Vida después de la vida. Durante la charla, el médico aportaba una serie de datos muy reveladores sobre qué es lo que puede ocurrir en una «experiencia cercana a la muerte».

Segarra llega a contar cómo una paciente suya, en muerte clínica, le relató posteriormente con todo lujo de detalles qué personas concretas se encontraban en los diferentes quirófanos del hospital, a decenas de metros de ella, en el mismo momento en el que estaba muerta sobre la camilla. Información que luego él mismo pudo contrastar con ordenadores, cámaras, horarios de personal, etc.

Un fenómeno, el de las experiencias cercanas a la muerte, que él atribuye a «una conciencia no local» que «sale del cuerpo» durante la muerte clínica –es decir, en los primerísimos minutos de una persona con encefalograma plano– y que puede viajar hasta Australia, si fuera preciso, «atravesar» cuerpos, paredes, reencontrarse con familiares… o, incluso, mascotas ya fallecidas. Relatos que, a diferencia de las alucinaciones, tienen un orden lógico.

Entre los elementos más interesantes que aporta Segarra está, también, el experimento que se le hace a las personas que han vivido una ECM, donde se les pone un objeto, que solo han visto durante su muerte clínica, y, al hablar de él, se les activa el lóbulo occipital, es decir, el centro de procesamiento de nuestro sistema visual. Cuando, en realidad, estas personas nunca habían visto estos objetos más allá de esa experiencia cercana a la muerte. 

Y, más sorprendente aún. Sobre cómo se ven a sí mismas las personas con malformaciones físicas en una una experiencia cercana a la muerte, el médico asegura que se autoperciben –»autoscopia», verse a uno mismo desde fuera– con todos sus miembros completos. Los ciegos ven, los mancos tienen manos y los cojos podrían caminar perfectamente. Algo que confirmaría lo que siempre ha defendido la Iglesia sobre cómo serán nuestros cuerpos ya resucitados.

El cielo de Loreto

Un ejemplo reciente de estas experiencias cercanas a la muerte es el de Loreto Segoviano, criada en una familia católica –del Camino Neocatecumenal–, tiene 34 años, está casada, tiene un hijo, trabaja en la Universidad Francisco de Madrid y hace dos años y medio vivió una de las situaciones más fuertes de su vida. La joven madre acaba de dar su interesante testimonio en el canal de YouTube Gospa Arts.

«A mí la muerte me daba miedo, me daba miedo el sufrimiento, el que el cuerpo sufriera, el qué habrá después, la incertidumbre…. lo veía como algo muy dramático, no quería pensarlo, no me gustaba. Sobre todo pensar que otra persona se muera, la separación física, y el hecho de morirme, me asustaba».

«Me acuerdo mucho de una película que vi con mi padre, Gran Torino, que empezaba diciendo algo así como ‘la muerte es agri-dulce, agrio para los que se quedan pero dulce para los que se van’. Eso me ha hecho reflexionar durante mucho tiempo, y, pensaba, realmente será así o no, hasta que ha pasado lo que ha pasado. Cuando tienes una experiencia cercana a la muerte puedes comprobar si es dulce o no lo es«. 

«Tuve a mi hijo en octubre y, en febrero, le estaba dando el pecho, le dejé en la cuna y me eché en la cama. El niño lloraba y la chica de la limpieza empezó a llamarme, yo ya estaba inconsciente, no respondía. Me vio que estaba convulsionando, llamó a mi marido y pidieron una ambulancia. Me ingresaron en la UCI y ahí vieron que tenía epilepsia, estaba muy mal, estuve 15 días con el cerebro bajo mínimos, y en coma unos 45 días o 48 días».

En una ECM, la conciencia podría ‘viajar’ hasta Australia, si fuera preciso, atravesar cuerpos, paredes, reencontrarse con familiares… o con mascotas ya fallecidas.

«Cada vez que me intentaban despertar volvía a convulsionar. Allí descubrieron que tenía un edema cerebral y me tuvieron que hacer un ‘agujerito’ en el cerebro para desinflamar, para quitar la presión craneal. Era una incertidumbre, porque mi tipo de epilepsia no es una epilepsia común, mi epilepsia no tiene ningún síntoma de nada, a mí me da y me da. Yo no sabía que tenía epilepsia».

«Entonces, los médicos fueron probando y se arriesgaron mucho, porque me daban medicación muy al límite, y, en una de esas, fue cuando tuve un paro cardíaco, fueron tres minutos, el corazón plano, estuve muerta tres minutos. Yo sabía que me había ido. Me reanimaron y me empezaron a reducir la medicación, muy poco a poco, para intentar ir despertándome, no sé si fueron 20 días así».

Encuentro con Juan Mari

«Cuando me despertaron, me acuerdo perfectamente de estar en la cama y tener en el lado derecho una voz masculina, no sé si era un médico o un enfermero, que me decía ‘Loreto, Loreto, estás en el hospital, tranquila, que está todo bien’. Lo estaba escuchando, pero no me podía expresar, porque además tenía la traqueotomía. No podía hablar pero me estaba enterando».

«Ya cuando me desperté del todo le dije a mi marido ‘yo sé que me he ido y que he vuelto’, y mi marido se callaba. ‘Yo sé que me he ido y que he estado con una persona, que es el padre de un amigo mío, con Juan Mari y le he visto bien, sano, porque él estaba enfermo, y hemos hablado cara a cara, o sea, no necesitando gesticular, no de escucharnos nuestra voz, sino de alma a alma, de mirada a mirada, y él estaba perfecto, que sepas que está estupendo, que está bien, no os preocupéis, que él está perfecto'».

«Estuve muerta tres minutos. Yo sabía que me había ido», comenta Loreto.

«Yo sabía que me había muerto y que estaba en plenitud. Que estaba en el cielo, en un sitio brutal, donde hay una paz que no te puedo explicar, no hay un concepto, no hay una palabra que lo defina. Era felicidad en estado puro, pero no la felicidad que nosotros conocemos, de risas, sino un estado muchísimo más allá que alcanza absolutamente todo, que nada importa, que el tiempo no te importa, no sabes si pasan cinco minutos o pasan veinte, es una experiencia brutal, sobre todo de plenitud, de paz».

«Mira que a mi hijo lo quiero con locura, pero, incluso, en algún momento, sí que deseé quedarme allí, aunque suene muy duro y políticamente incorrecto decirlo. He estado tan bien, y no como un concepto egoísta, sino que he experimentado esa felicidad, esa plenitud tan grande, que todo lo demás me sobra. Es muy complicado explicarlo, si no lo vives no puedes saber esa sensación. Es otro nivel».

«Los miedos que yo tenía de la muerte se han disipado. No me gusta la muerte, en tanto en cuanto es la separación física, porque tengo cosas que me atan, mi hijo, mi marido, mi familia. Lo terrenal me tira, pero, como sé que luego hay algo más, tengo una tranquilidad en ese aspecto. La muerte es un paso, no es ‘me muero y todo se acaba’. Es un paso a algo que he podido ver, no sé si es la plenitud, no sé si he visto el todo o si hay incluso más allá, es solo el principio del caramelito».

Capaz de volverlo a sentir

«Mi familia pensaba contarme mi paso por el hospital a su debido tiempo y cuando lo hicieron era como confirmar que realmente lo que había vivido no era ni un sueño ni un producto de la medicación. Era la manera de confirmar en mi interior que realmente eso era real (…). No me he preocupado por saber si me cree la gente. Yo, en realidad, he tenido esa experiencia y ya está, quien me ha preguntado se lo he contado. Pero, al final, es algo mío, por mucho que me intenten creer o no, no intento convencer a nadie, sé lo que he vivido y ya está».

«Han pasado dos años y medio, y la sensación que tengo es que, si cierro los ojos, soy capaz de volver a sentir lo que sentí. Mientras que un sueño, por muy realista que sea, se va disipando con el tiempo».

«Por mi forma de ser, soy muy nerviosa y me gusta controlar las cosas, y me he sentido en una paz absoluta, que sé que no viene de mis propias fuerzas, eso tiene que venir de Dios. Sigo en esa paz de decir ‘en mis fuerzas yo no lo puedo llevar’, cuanto más me he proyectado, peor me han salido las cosas en la vida. Yo sé que eso no viene de mí y no me viene una energía extraña ni nada de eso, porque la energía puede estar un ratito, pero la presencia de Dios no se va, está siempre, aunque haya momentos de sufrimiento».

«Tengo el sosiego del tema de la muerte, de ver que realmente tú vives y que, cuando mueres, lo llamamos ‘muerte’, pero es seguir viviendo de otra manera. Esa tranquilidad sí que me la ha dado, y también el darme cuenta de que hay cosas que son banales, que no van a ningún lado, darme cuenta de que quiero exprimir el tiempo con la gente a la que quiero y pensar en el hoy, no pensar en el mañana, yo no sé si mañana voy a estar, intentar disfrutar lo que tengo en cada momento sin proyectarme, vivir al día».

Puedes ver íntegra la charla con Loreto en este enlace.

«Les diría que estén tranquilos, que la incertidumbre preocupa pero que luego hay plenitud. Cuando vives este tipo de experiencias dices ‘mira qué tonta he sido, estaba preocupada por algo que era bueno’. Tranquilo que no mueres, tu esencia sigue, muere lo que es el cuerpo, la carne, pero tú sigues, tú eres mucho más que un simple cuerpo y esa esencia es lo que perdura (…). La vida no termina. La vida en la tierra acaba pero es vida después de la vida. Después de la experiencia que he tenido lo veo así. Antes veía que mi vida acaba y, ahora, lo veo como que es un proceso que continúa«. 

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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»