«Vivimos en una situación cultural que no es sencilla, y la figura del sacerdote muchas veces está desprestigiada, señalada por la crisis de los abusos y afectada por la falta de fe y la secularización«. Así arranca el padre Patxi Bronchalo el nuevo capítulo de Red de Redes, el programa de catequesis desenfadada que publica cada semana la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
En este episodio, Bronchalo y sus compañeros, el padre Jesús Silva y el padre Antonio Maria Domenech, abordan los desafíos a los que se enfrentan en su propia vocación. Este nuevo Red de Redes, además, coincide con la nueva campaña de la ACdP, «Gracias, sacerdotes», que invita a mirar más allá del escándalo y a fijarse en el bosque que crece, y no en el árbol que cae.
¿Cómo fue su vocación?
El capítulo arranca con el testimonio de cada uno de los tres sacerdotes, relatando cómo descubrieron su vocación al sacerdocio. «Lo supe desde niño: jugaba a celebrar misa, y me daba cuenta de que eso es lo que quería hacer toda la vida«, comenta Domenech, que confiesa que la primera palabra que escribió y leyó fue «misa», y da gracias a Dios por no haber dudado nunca de su vocación.
Bronchalo, por su parte, siempre se sintió muy querido en la Iglesia. «Me ayudó mucho ver al padre Ignacio, el sacerdote de mi parroquia«, dice. En torno a los 16 años se planteó la vocación sacerdotal: “Vinieron muchos miedos, intenté taparlo… pero un sacerdote me dijo que yo sería feliz haciendo lo que Dios quisiese, y que Él me quitaría los miedos y obstáculos, y así ha sido».
Silva cuenta cómo se alejó de la fe en la adolescencia, y que redescubrió la Iglesia a partir de un campamento. Tuvo un encuentro personal con Dios —»me di cuenta de que me ama, que me ha pensado con un plan»— y sintió que Él ponía en su corazón una frase: «Yo quiero que seas sacerdote«. Tras un forcejeo inicial, acabó rindiéndose, y comprendiendo que si Dios le amaba, le querría feliz, así que no le iba a pedir algo que le hiciera infeliz. «Al final me di cuenta de que Dios quería que yo fuera sacerdote para ayudar a los jóvenes a encontrarse con Él y salvarse», relata, y dirige a quien quiera saber la historia completa a su vídeo titulado Mi historia, mi vocación, mi vida.
Frente al desprecio
«¿Qué es lo que más os duele como sacerdotes?», pregunta Bronchalo, y Domenech responde: «A mí me duelen más los desprecios al Señor que los desprecios a mí como persona o como sacerdote». A Silva, por su parte, le duele el prejuicio: «Siempre me ha dolido que por ser cura prejuzguen que lo que vas a decir no es razonable, o que no lo has pensado; me duele que no te den la oportunidad de ser quien eres siendo cura, ni de ser cura siendo quien eres».
Los casos de abusos sexuales
Los tres clérigos abren el melón de la crisis de abusos, que genera tanto ruido. Domenech critica a quienes difaman, y lamenta que cuando hay una acusación, la mayoría no respetan la presunción de inocencia y se suman al linchamiento, o callan. «Yo he tenido épocas en que cada día salían noticias contra nosotros; me sentía juzgado, como si me dijesen ‘lo que eres está mal’, ‘eres horrible'», reconoce Bronchalo, dolido.
«Es verdad que hay que reparar, y estar del lado de las víctimas, pero ¡qué duro cuando un sacerdote recibe acusaciones falsas! Yo he conocido algún caso», añade. Domenech dice que él ha conocido «varios», y apunta a «las consecuencias que tiene entrar en prisión con esa etiqueta, aunque sea mentira«. «Aunque no se pueden tapar los escándalos y los responsables han de ir a prisión si lo merecen, el inocente ha de ser respetado como tal», insiste.
«A mí me dicen: ‘Tú que estás tan expuesto en redes, ¿no tienes miedo de que busquen una falsa denuncia para hundirte?'», cuenta Silva, y advierte del «peligro» de usar las denuncias «como arma ideológica, política o eclesial». El sacerdote recuerda que el porcentaje de sacerdotes abusadores es nimio, comparado con familiares o entrenadores personales —»aunque ojalá no hubiera ninguno», dice—, y lamenta que insultar a los sacerdotes llamándoles «pederasta» o «violador» ya se haya vuelto habitual.
La atención real a las víctimas
En esta misma línea, Silva pone el foco en las víctimas reales: «Hay personas que realmente han sufrido muchísimo porque un hombre de Dios les ha arruinado la vida; han pasado un calvario, y su fe se ha ido a la porra sin culpa». El sacerdote critica que en el fuego cruzado las víctimas quedan olvidadas, y que «nadie se ha preocupado por ellas más que nosotros mismos, sean los curas que han venido después de los abusadores o iniciativas de la Iglesia como Repara, en Madrid».
¿Cómo podemos ayudar a los párrocos?
La última cuestión tratada en el capítulo es cómo pueden los laicos y las familias apoyar a sus párrocos y sacerdotes de referencia en medio de este panorama. «Sobre todo, ¡invitándoles a comer!», exclama Domenech. «No, en serio: la convivencia que se genera en un café o una salida a la montaña hace que los miembros de la familia puedan considerar al sacerdote no solo como una persona de referencia, sino como un amigo, y eso ayuda muchísimo a ambos», explica.
Silva, por su parte, apunta que «la soledad mal llevada puede ser triturador para un sacerdote», y pide a los laicos mostrarse comprensivos y cercanos, estar pendientes de ellos, tener detalles… «Especialmente si son sacerdotes más tímidos, o más fríos; si son personas más sociables, tal vez no hace falta atosigarlos», dice. También pide «no ser exigentes con los sacerdotes, porque no sabemos por lo que están pasando».
«Detrás de cada sacerdote —concluye Bronchalo— hay un chaval que se fue al seminario y que tal vez sufre, porque trabaja muchísimo en la pastoral en un sitio difícil, sin fruto, o está luchando contra la soledad, o la depresión… Debajo de lo que vemos hay una persona con un gran deseo de ser santo«. Domenech cierra: «La mejor manera de ayudar a un sacerdote es decirle ‘¿te ayudo en algo?'».
El capítulo concluye con una ronda de recomendaciones. Silva propone conocer la vida de san Pedro Poveda, mártir. «Fue desterrado a Covadonga, donde lo pasó muy mal, por calumnias y soledad, pero aquello dio un fruto de santidad muy fuerte y finalmente fue capaz de morir por Cristo«, explica. Bronchalo recomienda el libro Mi vida, de Joseph Ratzinger, y Domenech, la película Molokai, que cuenta la vida del padre Damián.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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