La vida de Stid Jampier muestra hasta qué punto la ausencia de una familia unida y entregada puede influir en los hijos. Criado en Ecuador junto a sus abuelos, sin ver a sus padres, separados y cada uno en una ciudad de España, asumió la convicción de que involucrarse o entregarse no podía ser algo real ni aportar nada bueno. Él solo quería a su familia, y por mucho que rezaba, pensaba que ni si quiera Dios escuchaba sus oraciones.
Al no tener «esa guía» familiar, recuerda que ya desde los cinco años le acompañó una continua rebeldía. «Al principio fue bien. El problema es que quería estar con ellos», lamenta en Cambio de Agujas a sus 23 años.
Con 9 tuvo un atisbo de esperanza cuando le dieron la posibilidad de ir a España junto a su madre.
«Pensaba que vendría, pasaría tiempo con ella… pero no fue así. Ella trabajaba y estaba solo todo el día. Echaba de menos a la familia de Ecuador», admite.
Stid, bautizado y habiendo recibido la primera comunión, recuerda rezar cada noche el padrenuestro en su cama, de rodillas, pidiendo por que se acercase su familia, por pasar más tiempo junto a su madre… pero «no encontraba nada».
«Si Dios no escuchaba, no me importaba»
«Creía en Dios, pero si no escuchaba… entonces no me importaba. Y me alejé», recuerda.
Stid dio rienda suelta a su comportamiento rebelde y antisocial.
Primero empezó robando y escapándose de casa siendo solo un niño. Algo más tarde decidió comenzar a entrenar boxeo, movido por su deseo de defenderse ante los continuos golpes vitales, pero también por su gusto por la calle, las bandas y las peleas.
En el momento preciso en que parecía que iba a echar a perder su vida, apareció un cristiano evangélico y antiguo miembro de las bandas con quien trabó una buena amistad. Sus consejos no solo evitaron que se adentrase definitivamente en las bandas callejeras, sino que comenzó a hablarle de Dios, aunque Stid ya había renunciado a la fe.
Hasta el punto, dice, «que empecé a pedirle cosas al demonio. Y él me las daba».
Stid, antes de su conversión, dedicó su juventud a la calle, la adicción y la violencia. Solo ‘gracias a Dios’ no tocó fondo en el oscuro mundo de las bandas.
Calle, peleas y drogas: «Podría estar en lo peor»
A los 15 años, la vida de Stid era la de un rebelde sin causa. Peleas callejeras, enganchado a las drogas y sin referencias de vida que le llevasen por el camino que debía tomar. Su amigo era el único que le hablaba de Dios, lo que recuerda hoy como «una alegría».
«Si no hubiese sido por él, estaría en lo peor. Me ayudó a tener en cuenta a Dios», admite.
Llegado un momento, su familia le dio dos opciones: o se iba a vivir a la calle o ingresaba en el centro de desintoxicación y rehabilitación evangélico Reto a la esperanza.
Pensaba que iba a ser solo un mes y él no quería cambiar. «Para qué, si pensaba que iba a morir y tenía que aprovechar». Recuerda que ese planteamiento le llevó al mal, porque dejó de importarle todo.
Stid no quería ni tener amigos, desconfiaba de todo el mundo y no esperaba que ellos le quisieran tanto como para preocuparse así por él.
Llamó a Dios en desintoxicación… y escuchó la respuesta
Pensando que sería solo un mes, estuvo a punto de venirse abajo cuando empezó a «quitarse las drogas» del cuerpo y supo que debía estar al menos un año para completar la desintoxicación.
«Eso me destrozó. Era como si estuviese detenido, lo primero que pensé fue robar, tenía que consumir porque si no lo hacía, me dolía la cabeza», recuerda. Recuerda pedirle a Dios que le encerrase y que le ayudase cuando estaba mal, y comenzó a ver que sí respondía.
Cuando comenzó a rehabilitarse, sus metas vitales pasaron a ser buscar una buena iglesia, trabajar y ayudar a su familia. Y tras seis meses de internamiento, pudo salir por buena conducta. Hoy, él dice que fue solo «gracias a Dios«.
Nada más salir comenzó de nuevo en un centro evangélico, donde encontró la cercanía y el cariño de la gente, pero acabó dejando de acudir por el «diezmo» de cien euros mensuales y en alguna ocasión hasta mil: «Me hablaban de Dios y todavía les quiero, pero me fui».
«Cada vez necesito más a Dios»
Con todo, tras la rehabilitación empezó a percibir un «cambio impresionante» en sí mismo. «Tenía unos 20 años. Ahora todo el mundo confiaba en mi. Trabajaba dando clases de boxeo y una vez sentí el amor [de la gente] ya estaba todo. Solo necesitaba eso: poder experimentar el amor», relata.
Entre otros aspectos de su cambio vital, recuerda que podía salir de fiesta y no beber. Había cambiado su forma de relacionarse con las chicas y se impresionaba cada vez más de esa «trasformación» que Dios «estaba haciendo» en él. «Yo estaba con Él, Jesús me ayudaba, así que me acerqué a Él».
Y lo hizo a través de los carismáticos. Con ellos conoció a una Iglesia desinteresada, por la que renunció a su pasión, el entrenamiento y el boxeo para fortalecerse, y lo cambió por el estudio, la formación e ir a misa.
«Necesitaba adorar a Dios y cada vez lo necesito más. La convicción de Dios está ahora presente. Antes lo hacía todo por mí, pero ahora sé que Dios está ahí», subraya.
Hace solo unos meses que llegó a la Iglesia, pero gracias a ella sabe a ciencia cierta que «el único que llena el vacío de amor es Dios, no una persona o las cosas materiales. Todo va y viene, pero Él es el único que puede ayudarte. No hay que ver lo material, por lo que siempre estarás agobiado. Dios te quita ese agobio y pone esperanza. No es importante tener cosas, sino saber que arriba esta Dios y que lo que promete es verdad», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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