María del Camino Viana es historiadora del arte, museóloga y pedagoga. Es autora de María, una obra maestra, en Nueva Eva Editorial (puedes leer aquí la reseña que hizo ReL).
En un nuevo capítulo de ‘El Efecto Avestruz’ –una serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP)– responde de forma interesante a cuestiones como qué es la belleza, cómo hemos plasmado lo sagrado en el arte, qué papel juega la Virgen María, y por qué le parece que el arte oriental tiene mucho que enseñar para alcanzar la contemplación.
Asomarse a la fuente de la belleza
«El arte tiene un poder impresionante, que es el poder de la belleza, que está en su plenitud en Dios. Él es la verdad, la bondad y la belleza juntas, y, como esto intimida un poco, para entrar en este misterio, la Virgen nos ayuda un poco. Es como un puente para conocer al Señor«, comienza diciendo María.
Para la experta, el arte o la búsqueda de la belleza es una vía muy válida para llegar a la fe. «Descubrí que existía tanta verdad en muchos pintores, músicos, artistas… que, en los diferentes lenguajes, han representado a la Virgen María. Porque, al final, se han fijado en una mujer, con una existencia real, documentada históricamente, y han sabido ver más allá, han tenido esta misma experiencia que he tenido yo, de asomarse a esta fuente de la belleza que es Dios», afirma.
«¿Quién es esta mujer para mí? ¿puedo tener una relación personal con Ella? ¿podemos ir directamente al Señor? Claro que sí, pero, ¿cómo no hacerlo a través de María? A través de las herramientas que ha puesto el Señor, a través de esa belleza que ha puesto en tantísimas cosas«, comenta la historiadora.
A la hora de analizar las distintas representaciones históricas de la Virgen, María da ejemplos de épocas que pueden resultar muy interesantes. «Desde el Renacimiento se nos ha presentado una Virgen que nos ayuda en la parte más devocional, porque apela a nuestros sentimientos. Es tras la Edad Media cuando encontramos vírgenes de facciones muy dulces, muy idealizadas, con su ceja perfectamente hecha, sus labios rojos, carnosos, unas telas maravillosas… esto le ayuda a mucha gente, porque entra por los ojos», explica.
«Pero, quien quiera ir un poco más allá… a mí me encanta recomendar el arte bizantino, que, es cierto, es muy duro a nuestros ojos, porque no tiene nada que ver ni con nuestra perspectiva ni con nuestro código de color. Pero, es un arte teológico, catequético, que está pensado para una sociedad en la que ya no vivimos, porque ahora necesitamos que nos entre todo por los ojos, y estamos poco acostumbrados a ejercitar la sensibilidad a la vez que la inteligencia», recuerda María.
Sin embargo, asegura la experta, «la contemplación de la belleza viene a través de los sentidos, pero, también, de la inteligencia». «¿Qué presenta el icono? Una Virgen María, la Theotokos, la Eleúsa, la Virgen de la ternura, por ejemplo. Nosotros entendemos la ternura como una cosa ñoña, de hacer carantoñas, pero la ternura de Dios es otra cosa. La ternura de Dios, que Él manifiesta a través de la Virgen, es un amor encarnado, y, donde está el niño Jesús, estamos cada uno de nosotros. Está la Virgen que conoce tus problemas, que te toma en brazos y te acaricia. En la figura de ese niño estamos todos», explica.
«O, por ejemplo, otra iconografía muy rara… la Virgen de la Leche, la Galactotrofusa, que es una Virgen que está amamantando y que tiene un significado sacramental profundísimo. A los primeros cristianos, cuando llegaban al final del catecumenado, se les daba de beber leche y miel, como recuerdo de la tierra prometida. Toda esta idea de alimentar, de donarse, de darse del propio cuerpo… es lo que hace Jesucristo en la Eucaristía«, expresa.
Icono bizantino de la Virgen de la Leche, la Galactotrofusa.
Para María, uno de los principales males de nuestro tiempo es la pérdida de la contemplación. «Estamos muy mal acostumbrados, por las pantallas o por el arte consumista. Vamos de una imagen a otra, pero contemplamos muy poco. Es importante entender que el Señor nos pone un lenguaje para cada momento, cada época histórica tiene su lenguaje, su sensibilidad y su espiritualidad, tenemos que entender qué sucede hoy, qué necesita el hombre de hoy», recuerda.
«Más allá de las corrientes artísticas, hoy, lo que hay más que nunca es una enorme sed de belleza. Estamos en una coyuntura histórica en la que hemos vivido mucho el siglo anterior y el hombre ha quedado herido. A finales del XIX, tenemos a Nietzsche diciendo que ‘Dios ha muerto’. Y, la consecuencia cultural de esta afirmación es lo que, décadas después, fue ‘la belleza ha muerto’. ‘La belleza no es necesaria en el arte’, se considera un lujo… o, también, ‘todo es arte’. Pero, claro, si no definimos lo que es arte, nada es arte«, comenta.
Tiene su finalidad en Dios
Aunque, para María, todo esto tiene remedio. «Partiendo de esa sed de belleza y de que tal y como se nos presenta el arte contemporáneo no nos dice nada, partiendo de eso, cualquier lenguaje que nos ayude, yo lo considero lícito. La talla de la Virgen de mi pueblo puede llegar a ser lo que a mí me ayude. Y, esto, no es relativismo, porque no creo que exista una subjetividad en la belleza sino solo en el gusto personal», dice.
«Todo lo que te ayude a tener este encuentro con la belleza va a ser de Dios, porque la belleza tiene su fuente y su finalidad en Dios. Si a ti una acuarela de las monjas de Iesu Communio te ayuda, pues no me extraña, o una escultura de Javier Viver. Ahora bien, ¿qué tienen en común estas manifestaciones, que no tengan otras que no nos ayudan?», pregunta.
Puedes ver aquí el vídeo completo.
«Que siguen lo que Santo Tomás de Aquino decía que eran las propiedades de la belleza: la primera es la armonía o la proporción; después, la integridad, es decir, que no existe una parte separada de la otra, algo que no podamos entender, la belleza te tiene que producir un placer sensorial; y, la tercera, la claridad. Cuando habla de claridad es un brillo, un resplandor en el arte, en la naturaleza o en las relaciones humanas que tienen belleza. Todo aquello que tiene belleza tiene un eco a de Dios, tiene algo que nos atrae, y la persona creyente puede acercarse sabiendo de lo que estamos hablando. Tenemos ejemplos, como Paul Claudel o San Agustín, que se acercaron a Dios a través de la belleza», concluye María.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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