«… A medida que se aproximaba, íbamos divisando sus facciones: un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza.
Al llegar junto a nosotros, dijo:
– ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo.
Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos hizo repetir por tres veces estas palabras:
– ¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Después, levantándose, dijo:
– Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.
Sus palabras se grabaron de tal forma en nuestras mentes, que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos largos ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados».
HERMANA LUCÍA, Memorias. Segunda memoria.
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