En un contexto como el que vivimos en amplios sectores de España, caracterizado por el descenso de fieles católicos y por la escasez de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, la lógica indica que no podemos intentar seguir haciendo lo mismo del mismo modo. Una pastoral que, en la práctica, se siga rigiendo por la teórica ya quimérica identidad entre población sociológica y pertenencia eclesial es una pastoral mal enfocada que solo va a conducir al cansancio y al desaliento. Una perspectiva de este género tiende a sumar unidades, sin pararse a discernir qué tipo de unidades se suman: más parroquias para un mismo párroco, más celebraciones para una asistencia decreciente, más no se sabe muy bien qué ni para qué.
Los que han sido llamados a pilotar la nave de la Iglesia, y de las iglesias locales, quizá deban pararse no solo a pensar es obvio que ya lo hacen -, sino a pensar con mayor creatividad y valentía. Con mayor capacidad de innovación y de adaptación a los desafíos que la realidad presenta. En la Iglesia pesa mucho la tradición, y así debe ser, porque la Iglesia se remite no a cualquier iniciativa humana, sino al mandato de Cristo nuestro Señor a los apóstoles de predicar el Evangelio. Pero no es lo mismo la Tradición apostólica, en singular, que las tradiciones, en plural, teológicas, disciplinares, litúrgicas y devocionales nacidas en el transcurso del tiempo.
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