Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris1
El polvo quita la vista y el polvo devuelve la vista. En las comarcas de Tierra Santa, la tierra salitrosa y arenosa levanta un polvo finísimo y blanco, que por una parte reflejando vivamente la luz ardiente del sol oriental y por otra parte alzándose con el viento en nubes enceguecedoras, produce numerosas oftalmías y en muchísimos casos la ceguera. Cuando leéis los Evangelios, reparáis cuántas veces se nombra en ellos esta temible desgracia; cuántos ciegos no curó el Señor; la señal que dio a San Juan Bautista para indicarle que el Mesías llegó: Los ciegos ven; la comparación que usó en la parábola: Si un ciego guía a otro ciego, los dos se van al hoyo.
A uno de estos pobres desdichados curó el Señor en las puertas del Templo, según nos cuenta San Juan en el capítulo IX, poniéndole en los ojos un poco de barro; escupió en el polvo, hizo un poco de lodo, se lo echó en los ojos y le dijo: Anda a lavarte en la piscina de Siloé.
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