Los saduceos no luchan contra Pedro y el resto de apóstoles: luchan contra Dios, pero no lo saben. La ceguera les impide contemplar lo inútil de sus esfuerzos, que se ven desbordados por una realidad invisible pero inevitable que se abre paso a sus ojos sin que ningún poder humano pueda con ella. El Señor vence siempre, aunque esa victoria acontezca según su peculiar modo de vencer, incomprensible para los cálculos humanos.
El poder entendido como una fuerza capaz de controlarlo todo es vencido por la belleza de la verdad que hace hombres libres. Al final, la rabia de no poder controlar a los apóstoles, igual que la rabia de no poder controlar a Jesús en su día, acaba por desquiciar a quien detenta el poder. Y siguen sin saber por qué no lo controlan. Quizá esto último es lo que mayor desesperación y frustración causa en fariseos y saduceos.
Estos días se hacen quinielas de quién será el próximo papa: uno conservador, o uno progresista, o uno conciliador, o continuador, o de transición… Reconozco que estas categorías me recuerdan mucho a los cálculos de fariseos y saduceos: son perspectivas comprensibles, pero muy humanas, quizá justificadas, incluso argumentadas de modo sólido y convincente por vaticanistas, politólogos, sociólogos, periodistas, etc. No es una queja: es una descripción. El mundo está muy pendiente estos días del Vaticano por motivos justificados, y hay que llenar muchas horas de retransmisión y muchos digitales. En la era de la comunicación no hay lugar para el silencio. Con esto, queda de manifiesto que la figura del papa se ha convertido en el referente moral de la humanidad, en un padre de familia del que todos están atentos.
Pero para quienes somos hijos de la Iglesia, debe haber más lugar para la fe. He tenido la suerte de que en mi vida me han explicado muy bien quién es el papa: el Vicario de Cristo en la tierra, una figura paradójica porque detenta un poder humano visible —no olvidemos que la labor diplomática de la Santa Sede es la más antigua del mundo y la más valorada moralmente— pero que esconde algo mucho más importante: la permanencia de Cristo mismo en este mundo representado por un hombre. Esta creo que es la gran paradoja del papa: es un hombre mortal, una institución humana, pero que hace presente a alguien inmortal y eterno.
Siempre habrá papa porque siembre habrá Cristo. Primero es Cristo y luego el papa. Las contingencias humanas de personalidad, color de piel, acento, formación teológica, afinidades, etc. a lo largo de los siglos ha sido increíblemente diversa. Con el papa Francisco, llevamos 266 ejemplos de ello. Conocer la historia de la Iglesia te enseña que estas contingencias están siempre muy presentes, incluso en algún momento de la historia poco santas (hay muchos papas santos, y otros muchos que no lo son). Pero a pesar de ellas, hay algo que permanece ininterrumpidamente de modo misterioso, intangible: Cristo mismo. Creo que esta es la perspectiva adecuada para mirar las actuales circunstancias y vivir de una grandísima esperanza: aunque hable chino, en el papa ¡habla Cristo! Y Él permanece siempre.
Es la tercera fumata blanca que voy a vivir. ¡¡Estoy emocionadísimo!! La verdad es que me da igual quién esté debajo: lo que me emociona es que saldrá de blanco al balcón de Pedro. ¡Y en Pedro habla Cristo!
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