Mission Ismérie [Misión Ismeria] es una asociación de laicos fundada hace tres años. Con unos cincuenta voluntarios, algunos ex musulmanes, se introducen en las periferias francesas para salir al encuentro de la verdadera necesidad, la espiritual, y lanzar, como hacen muy pocos, la misión.
Lo cuenta Marco Respinti en Il Timone:
Anunciar a Cristo a los musulmanes
En 1110, entre la primera y segunda cruzadas, tres nobles franceses de los señores de Eppes, un minúsculo burgo cerca de Laon, en el norte de Francia, partieron hacia Tierra Santa.
Eran caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, la orden monástico-caballeresco conocida más tarde con el nombre de Hospitalarios que, como otros similares, protegían a los peregrinos cristianos en viaje hacia la Ciudad Santa. En 1134 aproximadamente, caen en una emboscada de los sarracenos en Ascalón, en el Negev occidental, actual Israel, donde en agosto de 1099 la victoria de los cristianos había puesto fin a la primera cruzada.
Conversión milagrosa
En El Cairo, el califa fatimita Al-Afdhal intenta convertir al islam a los tres caballeros prisioneros para reclutar su valor militar. Sin embargo, en su celda, los tres cruzados resisten a las fuertes presiones de los doctos musulmanes y a las vejaciones de los carceleros.
Entonces el visir decide utilizar a su hija Ismeria. La devota princesa apela a los cruzados, a los que avisa de la amenaza de muerte que se cierne sobre ellos si no se convierten. Pero los caballeros empiezan a hablar del Dios cristiano a la joven musulmana. Día tras día, la curiosidad de Ismeria aumenta, va a verlos, habla con ellos, se interesa, pregunta, pregunta de nuevo, aprende.
La figura de la Virgen María la conquista, sobre todo a través de las palabras extasiadas de los tres franceses, que la describen como una suma belleza capaz de dar la verdadera alegría. Ismeria les pide una imagen. Los caballeros se la prometen. La oración y la noche le regalan, por la mañana, una estatua de la Virgen aparecida por milagro. Los cruzados, atónitos, la llaman «Notre-Dame de Liesse», «Nuestra Señora de la Alegría«.
Fresco del milagro, en la iglesia de Notre Dame de Liesse, en Francia.
La noche siguiente la Virgen se aparece a Ismeria, exhortándola a la fuga. Pero el camino es arduo. Agotada, la comitiva se duerme tras cruzar el Nilo. Cuando se despiertan, los cuatro descubren que ya no están en Egipto, sino cerca de una fuente en Lience, en Picardía. Hay más prodigios. Los caballeros deciden erigir en ese lugar una pequeña iglesia, Nuestra Señora de la Alegría, en la que se sigue venerando: el milagro, la conversión de la princesa, su bautizo, oficiado por el obispo de Laon, Bartolomé de Jur (1080-1158), y la escultura que la representa, en ébano negro.
Imagen de Notre Dame de Liesse, Nuestra Señora de la Alegría.
La Iglesia católica honra a Ismeria el 15 de agosto, en la fiesta de la Asunción de María, y unos días después, el 18 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de la Alegría.
En los límites humanos y urbanos
Desde junio de 2020 existe en París Mission Ismérie [Misión Ismeria], una asociación instituida en nombre de la santa princesa fatimita. Promovida por la asociación católica misionera Réseau Ángelus, existe para un único fin: anunciar a todos, pero sobre todo a los musulmanes, el Evangelio según el lema «Cristo es mi liberador«. Porque efectivamente, hay una gran necesidad de la misión en el islam.
Ahora bien, Misión Ismeria no solo busca recorrer la maravillosa historia de la joven hija del califa, sino que también privilegia el mismo modo de anuncio de los tres caballeros. Es decir, el relato de la belleza sin igual y la demostración de la potencia sublime de la Buena Nueva, mostrando a todos la fuerza y la fascinación de la vida de Jesús, de la predicación de los Apóstoles y de la historia de la Iglesia.
Misión Ismeria tiene como propósito salir al encuentro de los musulmanes franceses a lo largo del camino de sus existencias, a menudo desheredadas. Los busca y hace que les busquen donde ellos se encuentran. En Francia esto quiere decir, sobre todo, en los límites urbanos y humanos de las ciudades, en especial de las grandes, donde la enajenación aumenta claramente; pero también en las ciudades más modestas.
Son las famosas banlieu [periferias], los suburbios que cercan y aprietan los aglomerados más neurálgicos, actualmente terreno difícil, a menudo peligroso y con frecuencia explosivo. Son los lugares donde inmigrantes de segunda y tercera generación, en gran parte norteafricanos y de religión, o de tradición, islámica, pasan el día sin una ocupación o, lo que es más grave, con poco futuro. Son los lugares donde la pobreza crece convirtiéndose en resentimiento y los jóvenes, entre aburrimiento, martilleo rap y expedientes, tal vez acaban radicalizándose, redescubriendo el islam en una versión agresiva. Sucede cuando alguien les da la perspectiva de un mañana distinto, verdadero o supuesto, tal vez incluso de sacrificio y dotado de algún sentido, fuerte también cuando es aberrante, apasionado también cuando es perverso. Es aquí -y la crónica lo recuerda todos los días- donde se alimenta la violencia y madura el terrorismo.
Humanidad que hay que redimir
No es un secreto para nadie que las banlieue son el claro y clamoroso fracaso de la política francesa hacia los inmigrantes. Desde hace tiempo Francia es una mezcla de laicismo llevado al extremo, igualitarismo utópico y nacionalismo de izquierdas también cuando gobierna la derecha, es decir, de un revanchismo ilustrado engreído y miope, muy jacobino, que, más allá de los buenismos de fachada, se deleita en relegar a los inmigrantes en cinturones suburbanos que parecen salidos de películas distópicas. Esta misma humanidad de serie B añade lo suyo cuando tira al bebé con el agua de la bañera y con la guetización reprobada pero, al mismo tiempo, instrumentalizada, rechaza la civilización occidental en su totalidad, encendiendo así la mecha de un polvorín enorme.
Pues bien, es precisamente en este pantano de la conciencia hipócrita y complicada de un Occidente que fue cristiano donde Misión Ismeria se sumerge hasta el fondo del estiércol para buscar, bajo la superficie, las perlas de una humanidad que hay que redimir. O por lo menos lo intenta proponiendo la solución más radical, cautivadora y apasionante de todas, Jesucristo.
Un breve vídeo informativo sobre Misión Ismeria, con el testimonio de varios ex musulmanes, algunos protegidos por el anonimato.
En los límites de las periferias degradadas o en cualquier otro lugar donde se deje conocer, Misión Ismeria habla a los musulmanes, verdaderos, supuestos o despistados, como tal vez nadie más hace, mirando su rostro ante todo como seres humanos y criaturas de Dios.
Nada de ecumenismo negligente
Misión Ismeria está guiada por Vincent Naymon y actúa en las parroquias, comunidades y diócesis. Su vocación es totalmente espiritual. No tiene ningún vínculo con otras realidades, por ejemplo, políticas o partidistas. No práctica un buenismo estéril y no se columpia en irenismos estúpidos. Anuncia todo el Evangelio y lo hace siempre con caridad, estrategia y sentido de la oportunidad. No practica un ecumenismo vulgar y no se llena la boca con la palabra «diálogo». Forma parte de ese gran frente, ignorado por los grandes medios de comunicación, donde asociaciones y personas a nivel individual dotadas de medios materiales actúan con convencimiento en aras de la nueva evangelización.
[Lee en ReL: Muchos musulmanes se convierten a Cristo, pero hace falta «una verdadera voluntad de evangelización»
«Para evangelizar musulmanes, lo primero es amarlos»: la red de Mission Ismérie en Francia]
Il Timone ha podido hablar con sus dirigentes y con algunos de sus operativos, que prefieren mantener, como los cartujos, ocultos sus nombres. Algunos de ellos son ex musulmanes y en varios casos tienen familias que siguen perteneciendo al islam, por lo que la inteligencia práctica les aconseja no exagerar nunca. Misión Ismeria cuenta actualmente con unos cincuenta misioneros laicos, de los cuales casi un quinto está formado por ex musulmanes. Lleva a cabo su misión en París, Lille, Lyon, Toulouse, Nantes, Rouen, Besançon y Tours. Su bandera es una palabra fuerte, aunque abusada: reconciliación. Reconciliar a los hombres con toda la verdad de Cristo.
Traducción de Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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