19/11/2024

Ni inmigración ni ayudas: los datos muestran que la batalla de la natalidad es de valores

Es evidente con los datos en la mano: por muchos esfuerzos que pueda hacer la política, no serán las ayudas ni las fronteras abiertas las que llenarán las cunas. Urge volver a descubrir el papel del matrimonio y de los valores.

Giuliano Guzzo da los datos y explica por qué en Il Timone:

Vencer la falta de natalidad

¿Cómo se vive el invierno demográfico? Bonita pregunta, tan bonita que nadie parece tener la respuesta. Ciertamente no la tiene el Viejo Continente, en el que, según Eurostat, los 4,68 millones de niños nacidos en 2008 se han reducido progresivamente -a pesar de las ayudas, los ingentes flujos migratorios y el aumento de la ocupación femenina- hasta detenerse en los 3,88 millones en 2022. Incluso Francia , durante mucho tiempo nación de natalidad envidiable, ha caído a 1,60 hijos por mujer, hundiéndose bajo el decisivo índice de reemplazo (2,1 hijos por mujer) desde hace quince años.

[Lee en ReL los datos más recientes sobre España: España registra la tasa de nacimientos más baja desde que hay registros: ya solo nos supera Malta]

Las cunas vacías también empiezan a ser un problema en Estados Unidos donde, según el Center for Disease Control and Prevention, el organismo federal que se ocupa del control y de la prevención de enfermedades, en 2023 nacieron poco menos de 3,6 millones de niños, casi 76.000 menos que el año anterior, marcando el dato más bajo desde 1979. La situación no es mucho mejor en Rusia, donde en 2023 el índice de natalidad fue de 1,5 hijos por mujer, similar al mínimo histórico de los años 90. Ni en China, donde el año pasado la población disminuyó en más de dos millones de personas.

Allí donde se mire, el invierno demográfico representa un problema real, incluso dramático. Hasta el punto de que lo que se ve por doquier es resignación.

«Los incentivos no bastan»

A este respecto es muy elocuente la portada del número de mayo de The Economist, titulada Dinero a cambio de hijos. Por qué las políticas para incrementar los índices de natalidad no funcionan. El semanario inglés sostiene que «la preocupación de los gobiernos es comprensible… Las sociedades que envejecen y se reducen probablemente perderán dinamismo y potencia militar. Tendrán que enfrentarse a problemas presupuestarios, ya que los contribuyentes tienen que financiar las pensiones y la asistencia sanitaria de innumerables ancianos».

Sin embargo, sigue The Economist, «los gobiernos se equivocan cuando consideran que tienen capacidad para aumentar los índices de natalidad». En realidad, hace tiempo que los expertos hablan de la ineficacia de las políticas de apoyo a la natalidad. «No se ha demostrado que las políticas en favor de la natalidad modifiquen los niveles de fertilidad», declaraba en abril de 2022 Bernice Kuang, demógrafa de la Universidad de Southampton, al Financial Times.

Evolución de la fertilidad (hijos por mujer, en rojo) y del gasto en subvenciones familiares (en porcentaje sobre el PIB, en azul) de los países de la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico] entre 1980 y 2020. El impacto es casi irrelevante, apenas paliativo.

Antes, en 2020, fue el Australian Financial Times el que tituló: «Por qué las políticas en favor de la fertilidad no funcionan». Es significativo, entre todos, el caso de Canadá, país que tiene unas políticas familiares más fuertes y generosas que las estadounidenses, pero que desde hace decenios tiene un índice de natalidad mucho más bajo.

En resumen, que la política tenga armas limitadas contra el invierno demográfico es difícil de negar. Aunque no admiten su desconcierto, los políticos occidentales, además de prometer reforzar las ayudas y las desgravaciones fiscales, desde hace años apuntan a otra carta: la inmigración.

La inmigración, una falsa solución

Lástima que también el «nos salvarán los emigrantes» sea una estrategia a corto plazo. No lo dice Il Timone, sino la experiencia, y lo ha admitido el Istat [Instituto Nacional de Estadística de Italia] en una nota fechada el 19 de diciembre de 2022, en la que se lee que «a partir de los años dos mil la contribución de la inmigración, con el ingreso de población joven, a menudo causada por las reunificaciones familiares favorecidas por las regularizaciones masivas, ha contenido parcialmente los efectos de la caída de la natalidad». 

«Pero la contribución positiva de la inmigración», refiere asimismo el Istat, «está perdiendo lentamente eficacia a medida que envejece también el perfil por edad de la población extranjera residente».

Del mismo modo, el Center for Immigration Studies de Estados Unidos ha llevado a cabo una investigación en la que concluye que «la presencia de inmigrantes en el país ha tenido un impacto muy modesto en el conjunto de la natalidad».

Fertilidad en Estados Unidos entre 2008 y 2019: la de los estadounidenses nativos cae un 18,35% (de 2,07 a 1,69), la de los inmigrantes cae un 26,54% (de 2,75 a 2,02). Tienden a igualarse, por lo cual el aporte es solo temporal. Fuente: Center for Inmigration Studies.

En realidad, ya en 1992 el economista Carl Schmeetmann subrayaba en Demography, revista de referencia sobre temas demográficos, que «los flujos constantes de inmigrantes, incluso de una edad relativamente joven, no rejuvenecen las poblaciones con una natalidad baja«.

Si a todo esto añadimos el descenso global de la natalidad -según una investigación publicada en marzo en The Lancet, en 2100 el 97% de los países no tendrá índices de natalidad suficientes para evitar el declive demográfico-, se comprende por qué, si bien los flujos migratorios pueden ralentizar el envejecimiento de la población, no pueden evitarlo, por lo que el problema pasará a ser mundial.

El mito del trabajo femenino

Otro ‘mantra’, tal vez mayor que la inmigración, es el trabajo femenino: demos a las mujeres la posibilidad de hacer carrera, se dice, y nacerán más niños.

La convicción nació porque, en los primeros años dos mil, algunos sociólogos habían observado que, si bien históricamente había una correlación negativa entre el índice de participación laboral femenina y la natalidad, al final de los años 90 esa relación parecía haber dado un giro. Es probable que hubiera un cambio, pero débil. Efectivamente, el Occidente en el que hoy el invierno demográfico es más perjudicial es el mismo en el que el papel de la mujer en el mercado laboral y en las instituciones ha alcanzado su máximo histórico.

Dos ejemplos para comprenderlo mejor: el primero es europeo. Considerando la ‘brecha de género‘ -el índice de igualdad basado en las oportunidades económicas, la enseñanza, la salud y la emancipación política-, los países que mejor la cerraron en 2023 fueron Islandia, Noruega y Finlandia. Y sin embargo, todos ellos, desde 2010 a 2020, vieron un descenso en la natalidad. En Islandia pasaron de 2,2 hijos a 1,72; en Noruega de 1,95 a 1,48; en Finlandia de 1,87 a, 137.

Otro continente, otro ejemplo: el muy eficiente Japón esperaba, con la llamada Abenomics [política económica impulsada por el primer ministro Shinzo Abe entre 2012 y 2020], aumentar los índices de fertilidad facilitando el equilibrio entre trabajo y vida privada de las mujeres e impulsando a las empresas a contratar trabajadoras: la cuota de japonesas en el mundo laboral realmente aumentó. Sin embargo, no sucedió lo mismo con el índice de natalidad, que entre 2013 y 2019, en plena Abenomics, pasó de 1,42 a 1,36 hijos.

El factor matrimonio

De acuerdo, pero si la política no lo consigue y la inmigración y el trabajo femenino tienen poca importancia, ¿qué se puede hacer contra el invierno demográfico? Aunque parezca extraño decirlo, el matrimonio sigue siendo un arma decisiva.

En 2021 repararon en ello Mengni Chen y Paul Yip, de la Universidad de Hong Kong, al examinar cinco contextos distintos, a saber: Hong Kong, Taiwán, Japón, Corea del Sur y Singapur cuando investigaban cuál era el grupo de mujeres con mayor influencia en la evolución del índice de fertilidad total.

Pues bien, Chen y Yip descubrieron que el grupo femenino que incide más en la natalidad son las mujeres jóvenes entre los 25 y los 29 años que se casan y, más concretamente, hallaron que, para cada crecimiento del 1% del índice de matrimonios entre estas jóvenes, aumentaba también el índice de natalidad. ¿En qué proporción? El 0,3% en Hong Kong, Japón, Taiwán y Singapur;  y de casi el 0,24% en Corea del Sur.

Sigue esta misma estela Marriage Still Matters, un informe de octubre de 2022 de Lyman Stone y Spencer James en el que, a la luz de una panorámica internacional, se afirma que los cambios, bastante profundos, que ha sufrido la sociedad a lo largo de los decenios no han alterado el vínculo «fundamental, biológica y económicamente arraigado» entre ser una pareja estable y públicamente reconocida y el ser padres.

Natalidad en Italia entre 2008 y 2021. Al tiempo que los nacidos fuera del matrimonio crecen un 103,57% (del 19,6 al 39,9), la tasa de fecundidad cae un 13,19% (del 1,44 al 1,25). Fuente: Istat.

Demostración de ello es la Hungría de Viktor Orbán, que en 2010 estaba en el 28º puesto entre los países de Europa por índice de matrimonios, mientras que hoy en día, tras un crecimiento de más del 90%, es el primero. Si bien no ha salido del invierno demográfico, Hungría ha pasado de 1,23 hijos por mujer en 2011 a casi 1,6 (1,548), todo sin grandes aperturas a la inmigración, sino más bien al contrario.

El papel de la fe

Aunque tal vez sea políticamente incorrecto decirlo, otro elemento clave en la natalidad sigue siendo la religión.

Entrevistando a 70.000 mujeres en Estados Unidos a lo largo de casi cuarenta años (de 1982 a 2019), se ha visto que la cifra de mujeres en edad reproductiva que frecuentan la iglesia semanalmente (o más) ha descendido; sin embargo, las que siguen siendo devotas siguen teniendo más hijos que sus coetáneas poco religiosas o totalmente laicas.

Y luego está el curioso caso de los amish. Los miembros de esas comunidades, presentes en Estados Unidos desde el siglo XVIII, de orígenes protestantes, siguen reglas cuando menos severas, que van desde normas de vestimenta a un firme rechazo a todo cuanto huela a progreso: nada de automóviles, teléfonos, móviles ni ordenadores. Incluso nada de electricidad ni agua corriente.

En el último siglo, los amish, gracias a sus elevados índices de natalidad, han pasado de 10.000 a 320.000 personas, un crecimiento superior al 3000% y que no se ralentiza a pesar de que algunos jóvenes abandonan sus comunidades. Hasta el punto que algunos demógrafos estadounidenses empiezan, con ironía, a preguntarse: «¿Cuánto tiempo se necesitará hasta que seamos todos amish?».

[Lee en ReL: ¿Los amish dominarán la tierra? Sus códigos comunitarios son la clave de un crecimiento asombroso]

Las cosas no van así solo en Estados Unidos. Un estudio de 2023 publicado en el European Journal of Population, que ha considerado los datos de once países europeos, he encontrado «pruebas de un efecto fuerte y positivo de la participación en los servicios religiosos sobre las intenciones de fertilidad».

Probabilidad de querer tener un segundo hijo sin creencias religiosas (azul continua), poco practicantes (menos de una vez al mes: rosa discontinua) y practicantes (al menos una vez al mes: verde discontinua). Además de las claras diferencias tanto en varones como en mujeres según religiosidad, destaca que, mientras los varones no religiosos son menos propensos que las mujeres a tener un segundo hijo, en el caso de los varones religiosos ellos son más propensos que ellas. Fuente: European Journal of Population.

Un partido que se juega en los valores

Estos resultados los refuerza el caso del único país rico y avanzado que sigue presumiendo actualmente de unos índices de fertilidad muy altos -iguales o superiores a tres hijos por mujer, como en la Italia de la posguerra-, es decir, Israel. País donde -¡qué casualidad!- también hay un componente religioso muy fuerte.

El conjunto de los datos recordados hasta aquí podría integrarse con otras investigaciones, según las cuales también contribuye a bajar la natalidad la vivienda (está claro que los pisos, cada vez más pequeños, no favorecen los nacimientos) o a elevarla el smart working (tienen más hijos las trabajadoras a quienes se les facilita).

Un dato parece claro: el partido contra la falta de natalidad se juega sobre todo en el terreno cultural; más aún, en los valores.

Las ayudas, los incentivos y todo lo demás serán inútiles -a menudo ya lo son- si no hay un nuevo planteamiento por parte de ese Occidente que, desde hace decenios, se opone a la vida y la familia salvo para darse cuenta de que, si sigue así, está cavando su propia tumba. A la sociedad laica, secularizada y cada vez más anciana no le sirven paños calientes, sino una cura de caballo.

Por lo demás, ¿por qué dos jóvenes habrían hoy de crear una familia en un contexto que, por un lado, les invita a disfrutar de los viajes y una vida «instagramable», sugiriendo como mucho que convivan, y, por otro lado no les ofrece razones de Esperanza en el futuro? Al final, ésa es la clave de todo.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»