17/11/2024

¡No somos hijos de prostitución! ¿O sí?

Para las clases que doy busco imágenes sencillas que permitan a los alumnos recordar fácilmente verdades complejas. Muchas de esas imágenes las recibí yo de otros, y tal y como las aprendí, así las enseño. Dibujo, por ejemplo, en la pizarra un girasol que hunde sus raíces en la tierra y, como su propio nombre indica, está orientado mirando directamente al sol; y les digo: «el girasol es es la libertad que hunde sus raíces en la verdad; el sol es el amor  que es hacia lo que se orienta la libertad». De modo que en esta imagen sintetizamos dos frases bíblicas. La primera la escuchamos hoy en los labios de Jesús: «permanecéis en mi palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Es decir, la libertad no existe sino hunde sus raíces en la verdad. Y  la segunda es una cita de San Pablo en la carta a los Gálatas: «para ser libres Cristo os ha liberado, pero no toméis la libertad como pretexto para el libertinaje, sino más bien haceos esclavos unos de otros por amor». Es decir, la libertad humana es más alta y digna que el simple «libre albedrío» que es su «uso básico e instrumental», su capacidad de «hacer una cosa u otra, o ninguna de las dos». La libertad adquiere su sentido pleno si está orientada hacia el amor. Somos libres precisamente para entregarnos.

En el evangelio que escuchamos hoy en la misa, se nos habla de esta libertad, la propia del que es hijo de Dios. Jesús, utilizando la imagen de los dos hijos de Abraham, contrapone al libre con el esclavo. Compara al que Dios le dio en atención a su fe, nacido de su legítima esposa, y al bastardo que nació de la esclava que tuvo que marcharse de la casa. Les dice a los judíos que polemizan contra él que el que peca se hace esclavo y por tanto no es hijo legítimo y no puede quedarse en la casa, mientras que el libre, el que puede permanecer en la casa, ese es el hijo legítimo.

Los judíos ofendidos dicen que ellos son libres porque son linaje de Abraham. A lo cual Jesus responde que uno puede ser linaje de Abraham para terminar haciéndose hijo de Dios o de Satanás, según elija obrar libremente cada cual. En concreto, en este contexto, la cuestión se dirime según la reacción de acogida o de rechazo de su palabra de enviado. Cada uno debe elegir acoger o rechazar la verdad que Jesus, el Hijo De Dios ha venido a revelar.

Una vez más, los judíos ofendidos dicen que ellos no son hijos de prostitución porque son hijos de Abraham. Y Jesus les responde que si fueran hijos de Abraham harían lo que Abraham hizo pero en cambio ellos querían matarlo. A él, que viene a dar testimonio de la verdad que el Padre le ha revelado. Haciendo eso, el que peca se hace hijo de Satanás. Y más que una amenaza, esta enseñanza de Jesús se convierte en una descripción fiel y ajustada a la realidad que va a suceder. Cuando uno contempla la pasión y muerte de Jesús solo cabe explicarse tanta barbarie e injusticia acusando a su verdadero autor: es la obra de Satanás. Ciertamente, todos los actores de este drama actúan como arrastrados por su poder, aunque ellos no lo puedan reconocer y comprender. Por ejemplo cuando Jesús anuncia que ha llegado su hora, dice: «Ya está aquí el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera». y cuando fueron a arrestarle al huerto de los olivos, el Maestro les acusa diciendo: «cuando estaba con vosotros cada día en el templo, no me echasteis mano; pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».

Y después, en cada paso de la pasión, la crueldad y la locura se van apoderando de la situación hasta extremos insospechados e inadmisibles. Esta es la obra de Satanás en el hombre particular y en la sociedad como conjunto. Así se explica la saña y el odio desatado en los conflictos familiares o en las guerras entre etnias o pueblos diferentes.

Jesús, pues, en estos días previos al desenlace final de su drama personal, nos advierte y nos invita a tomar parte; o con él o contra él. O nos hacemos hijos de Dios, obrando según Dios, acogiendo su palabra y amando a su Hijo, el Enviado; o nos hacemos hijos de Satanás, obrando según el príncipe de este mundo, rechazando la voluntad de Dios y revelándonos contra su Hijo, el Enviado.

A nosotros nos corresponde elegir quién dirige nuestra vida. Dice san Pablo: «los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios». y nosotros podemos completar: «los que se dejan llevar por el mal espíritu, esos se hacen hijos de Satanás». La pregunta pertinente entonces es: «¿y yo… de quién soy hijo?