18/11/2024

Ocultista, nigromante y «enemiga de Dios», fue «salvada por el León de Judá»: «Él nunca abandona»

Criada en una familia católica de Guadalajara (México), Aldonsa López dice ser el vivo ejemplo de la parábola del hijo pródigo. Educada en la fe en su familia y en su colegio, recuerda una infancia feliz dedicando sus ratos libres a reconciliar a niños enfadados entre otras obras de caridad.

Pero también hubo una cara oculta de aquella infancia, más oscura y silenciada durante años. Desde los cuatro y hasta los nueve, fue abusada sexualmente por un familiar, generando en ella un miedo, vacío e inseguridad que la acompañaría de por vida. 

«Un día, ya adolescente, me di cuenta de todo el proceso que había vivido y supe el daño que me había hecho, a mi persona e identidad», confiesa a El rosario de las 11.

A aquel desorden se añadía la dificultad de tener un padre alcohólico, sin poder ser  «ese modelo de hombre que siempre estaba y en el que poder confiar». Sin referente masculino y tras haber sido abusada por sus primos, la entrada en la adolescencia se dio plagada de vacíos y carencias emocionales que debía suplir.

Una precoz introducción al esoterismo y el ocultismo

La alternativa se la presentó su madre, cuando confesó delante de Aldonsa que había jugado a la ouija de pequeña. Aquel comentario generó tanta inquietud en la joven que se adentró sin darse cuenta en el esoterismo, los horóscopos y el ocultismo, pensando que se trataba de pasatiempos inofensivos.

La joven cuenta que «una cosa llevó a la otra, al grado de que por la mera curiosidad me hice totalmente una enemiga de Dios».

De la lectura de las cartas o del café pasó a la nigromancia -adivinación por invocación de espíritus- y a «terrenos muy fuertes del ocultismo», viviendo  en sus propias carnes cómo «el enemigo puede llevarte por el camino oscuro».

En ese camino conocería a una ocultista que no tardó en prestarle libros de estudio e invitarle a ceremonias rituales. Con ella llegó a niveles insospechados de «fuertes encantamientos» y pudo saber que si «el enemigo tiene poder, no es mayor que Cristo».

Aldonsa encontró en el ocultismo y la brujería un refugio donde tratar de llenar sus carencias y superar sus miedos: nunca pudo encontrar la paz hasta que lo dejó (Foto: Ksenia Yakovleva / Unsplash)

«Por una u otra situación nunca podía ir. Me generaba miedo y adrenalina y quería saber más, así que la última vez pensé que haría todo lo necesario para poder ir cuando vino mi madre a decirme que me había inscrito en un retiro«, relata.

Entre la «debilidad mental» y el León de Judá

Otra vez pareció imposible, aunque hoy sabe que «era Dios» llamando a su puerta: «Salí tarde de la escuela, no pasó el autobús…  Llegué muy enfadada a casa y para que mi madre no me molestase, le dije que iría al retiro aunque para mí eran cosas de gente débil de mente y nadie me iba a convencer«.

Sus disposición inicial no mejoró al ver a los integrantes de la comunidad kerigmática de León de Judá con sus bailes y oraciones. La joven creía no poder sentir más «vergüenza» cuando resonaron las primeras palabras del sacerdote sobre el amor de Dios.

A pesar de ser una «enemiga de Dios que rechazaba su existencia y su amor», la joven no pudo evitar desear creer también en ese «Dios que la amaba y se interesaba por ella«.

La joven era incapaz de creer lo que escuchaba, especialmente al recordar la corta edad a la que había iniciado su camino «contra Dios». Hoy, pasados los años, admite que aquellas primeras palabras del sacerdote «siguen interpelando» su corazón.

«Después de todo lo que hice contra Él, decir que hay un Dios que me ama no era posible«; pensaba.

Aldonsa, sintiendo que sobraba entre tanto cántico y oración, decidió cerrar los ojos.

El abrazo y amor de un padre imposible de creer

«Cuando lo hice, empecé a sentir un amor tan grande e incondicional que no lo podía creer. Y me resistía a ese amor al sentirme culpable de lo que había hecho. Ese amor era Dios. ¿Cómo podía existir alguien que me amase como soy?», pensó entonces.

Como si la fe comenzase a llenar en ese mismo instante todos sus vacíos y carencias, Aldonsa vio como a ese Dios no le importaba dejar a sus «favoritos» que rezaban por ir a buscarla.

«Llegado un momento, en la oración especial al Espíritu Santo, me dejé abrazar porque necesitaba esa sanación y ese amor. Me sentía rara e incómoda en el retiro y [supe que] era porque Dios estaba tocando mis heridas e interpelando mi corazón», confiesa. No había acabado la oración cuando la joven no pudo reprimir un pensamiento: «Si en verdad existes y me perdonas, haz conmigo lo que quieras«.

Lo siguiente que recuerda fue sentirse «abrazada por un padre, perdonada y sintiendo el perdón y el momento más pleno y feliz» que recordaba.

Aquel día fue el comienzo de una «vida nueva» para Aldonsa, pero no exenta de dificultades. Especialmente las que referían a su pasado ocultista.

Liberándose de los demonios del pasado

«Yo había abierto puertas al enemigo con nigromancia, a demonios que yo había invitado. El proceso de liberación duró tres años con misas y oraciones de liberación, donde experimenté las cosas más maravillosas», relata. Entre ellas, «el poder de Dios, que con solo pronunciar su nombre todos los demonios salían, y el del rosario, que me terminó de liberar».

Para Aldonsa fue «como un renacer, como si viese la vida diferente«. No solo en la liberación de influencias espirituales, sino también de los propios vicios adquiridos a lo largo de su vida y con los que el demonio la tenía atada.

Agradecida, decidió dedicar su vida por entero a la transmisión del Evangelio y a discernir los planes de Dios en su vida, cuyo desenlace fue un feliz matrimonio con un hijo, León, sirviendo la familia al completo en su comunidad religiosa.

La fuerza y el rostro de Cristo en su matrimonio 

Aún hoy, pasados los años, sigue hablando con emoción de su marido, en quien afirma haber visto «el rostro de Dios» en la enfermedad, en los buenos momentos y en las penurias económicas.  

Recuerda especialmente cuando el fallecimiento de su padre se sobrevino mientras sufría una profunda depresión postparto y su marido, sin resignarse, la abrazaba invitándole a rezar.

«Eso fue lo mejor que me pudo pasar: tener un esposo que te sostiene en la tempestad y la oración. Ahí pude ver y experimentar esa masculinidad, esa fuerza y fe tan grande que me sostenía: a más débil estaba, más estaba la fuerza, el amor y la paciencia de mi esposo sosteniéndome. Pude ver a través de él la fuerza de Cristo que me levantaba», relata.

Hoy, la familia y especialmente Aldonsa, dedican su vida a atestiguar que «seguir a Dios es la locura más maravillosa«.

«He visto el poder de su palabra y cómo cuando llega a los corazones hace surgir vida nueva como lo hizo conmigo. He sido testigo de sanaciones, liberaciones, conversiones… Soy testigo de que cuando pones el corazón en Jesús, jamás defrauda. Nunca me ha dejado sola«, concluye.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»