El Salón de Actos del Seminario Conciliar de Madrid se llenó para escuchar al popular sacerdote francés Jacques Philippe hablar de la oración como clave para evangelizar.
«Dios nos suplica que oremos, que no nos conformemos con una oración superficial», insistió el sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas. «Si no nos enraizamos en una intimidad con el Señor no podremos responder a los retos de hoy».
En el marco de la Cuaresma, que anima a la oración, y la cercanía del Año de la Oración que convoca el Papa Francisco, convocaba a este encuentro la Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, que celebró este miércoles la Jornada Académica “Oración y misión”.
Oración y misión se retroalimentan
La primera idea en la que insistió Jacques Philippe es que ser fiel a la oración da fuerza a la misión, pero además, la misión da una vitalidad mayor a la oración.
«Si somos fieles a la oración no es porque nos satisfaga o nos haga bien; la razón más profunda es que Dios nos lo pide, nos lo suplica”. Si rezo por motivos propios puedo dejar de hacerlo; pero no podré dejar de hacerlo si me lo pide Dios, porque “no es el hombre el que busca a Dios, es Dios quien busca al hombre», detalló.
El mandato misionero en el Nuevo Testamento pide dos pasos: un primer anuncio, y luego un camino de crecimiento en la santidad. Jesús asegura: «Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo». Pero Philippe avisa: «Para ser misioneros hay que acoger esa presencia». La misión sobrepasa las fuerzas humanas porque “solo Dios puede tocar y dar la luz de la fe”, y por eso necesita la vida interior, de gracia.
Aprender a rezar
«Hay que aprender a rezar», advirtió Philippe. También hay que hacer como los apóstoles y decir: «Señor, enséñanos a orar». La pastoral requiere intimidad con Dios, y también debería aportarla a los demás.
Cuanto mayor es la intimidad con Dios, “mayor es la compasión para con el prójimo; Dios nos hace compartir su compasión por los que sufren, los alejados”, porque “Dios comparte con nosotros los secretos de su corazón”. El amar a Dios con todo el corazón nos lanza a nuestro prójimo. De igual forma, apuntaba el religioso, tan pronto como queremos hacer el bien a las almas, esto nos remite a Él y “nos vemos obligados a ponernos de rodillas ante Dios para que haga esa obra imposible, el tocar los corazones”.
Sin oración, no habrá pureza en las intenciones
Jacques Philippe cree que la oración es necesaria para lograr pureza en las intenciones, porque los cristianos se lanzan a hacer apostolados con ambigüedades en el corazón y aspiraciones humanas. «El hecho de hacer la cosas para Dios no excusa nada», dijo. Sin la vida de oración no habrá esa purificación del corazón.
La oración, además, «puede traernos mucho consuelo pero también mucho sufrimiento. La luz de Dios puede sacar a la luz todo lo que no es evangélico”. Por eso, “la primera persona a la que hay que predicar el Evangelio es a uno mismo”.
Un solo acto de amor vale más que todas las obras, dijo, citando a San Juan de la Cruz. Por eso, “la oración, ya de por sí es una misión”. Es la misión a la que somos llamados todos. Aunque uno esté enfermo, sienta que no vale nada, que no puede hacer gran cosa, puede rezar.
Añadía: “No puedo predicar a todo el mundo, convencer, atraer a todo el mundo”, pero puedo rezar, porque en la oración “no hay límites, no hay barreras”.
Y apuntó, medio en broma, “que no hay que dejar a Dios nunca tranquilo hasta que cumpla su salvación”.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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